Julio Camba (1884-1962), articulista ágil e ingenioso, humorista fino y errante y uno de los mejores prosistas de la primera mitad del siglo XX, reunió en su antología personal Mis páginas mejores el que quería que fuera el resumen de su trayectoria literaria.
En aquel tomo, que publicó Gredos por primera vez en 1956 y del que después se han hecho algunas reediciones, Camba había seleccionado los textos que le parecían más representativos de su obra, los había agrupado en diversas secciones temáticas y los había presentado con un comentario inicial de cada capítulo y con una justificación del sentido de la antología que comenzaba así:
No creo que sea tarea demasiado difícil para un escritor esta de seleccionar sus mejores páginas. En último término se seleccionan las peores y se descartan, se hace una segunda selección, que es descartada a su vez, y se continúa así hasta que, descartado ya todo lo descartable, no le queden a uno en la mano más páginas que las estrictamente necesarias para formar un volumen. Entonces se cogen estas páginas, se ordenan y se le presentan al público diciéndole:
-He aquí mis páginas mejores. Las otras son también bastante buenas, no se vayan ustedes a creer. Tienen forzosamente que ser buenas porque lo mejor solo puede salir de lo bueno, pero estas les dan ciento y raya a todas las demás, y yo me apresuro a ofrecérselas a ustedes ahora en este tomo para solaz y edificación de su espíritu.
La selección preparada por Camba combinaba lo cronológico y lo temático en ocho apartados que vertebraban la estructura de una antología sucesiva de sus artículos más significativos.
El recorrido se inicia con la sección En el pueblo natal, que ofrece tres de sus primeros artículos, escritos desde Galicia, los más autobiográficos de un Camba que luego se convierte en corresponsal viajero para echar Una ojeada al mundo, como titula la segunda parte. Un mundo habitado por ingleses, franceses, alemanes, suizos, yanquis, italianos y portugueses.
Con una mirada personal, irónica y distante, con una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, está aquí plenamente representado el quizá sea el mejor Camba, el Julio Camba que es dueño de un mundo propio en el que caben la seriedad y el humor, el campo y la ciudad, el pasado y el presente.
Con aquel cinismo cosmopolita y un punto canalla que siempre caracterizó su enfoque de la realidad, Camba habla de la comida de los ingleses y del sol de Londres, de las camas francesas o los bulevares de París, del clima muniqués o de la calvicie de los alemanes, de una Suiza sin suizos o de Nueva York, la ciudad teoría de los Estados Engomados, el país de las catástrofes, los negros y los judíos, los rascacielos y los trajes en serie, los crímenes en serie o las narices en serie, de la levadura napolitana y el robo a los turistas, de Lisboa y Coimbra.
O muestra una selección de sus textos gastronómicos de La casa de Lúculo, de sus artículos reaccionarios de Haciendo de República y de esos Pequeños ensayos sobre distintos aspectos de la vida española, desde el pensaor hasta la bohemia, pasando por el arte rupestre, la pereza o los verdugos. Pequeños ensayos que tienen aquí una sección autónoma que recoge algunos de los artículos más representativos de su madurez.
Así termina uno de ellos, el burlón Sobre las pompas fúnebres:
“Yo conozco escaparates de funerarias verdaderamente tentadores; pero cuando estoy en posesión del dinero necesario para comprarme un buen ataúd, es precisamente cuando tengo menos ganas de morirme. Claro que hay en el mundo mucha gente rica y vanidosa; pero no es lo mismo entrar en una tienda de automóviles, comprarse un cuarenta caballos y gritarle al chófer: «¡A Deauville, de prisa!», que entrar en una tienda de pompas fúnebres, ajustar una carroza con unos corceles engualdrapados, introducirse en un féretro de madera perfumada y decirle al cochero con una voz de ultratumba: «A la Sacramental de san Justo. Solemnemente…».
Prácticamente no hay nada más ocioso que los escaparates de las tiendas de pompas fúnebres, y por eso yo me inclino a creer que, con ellos, se persigue un fin moral más que un fin comercial. Contemplar uno de estos escaparates, en efecto, es como oír el viejo y lúgubre morir habemos. La emoción del más allá nos sobrecoge de pronto, y la chica que inmediatamente antes habíamos encontrado tan guapa, se nos aparece, inmediatamente después, pálida, exangüe, descarnada y esquelética. Indudablemente, todos nos hemos de morir, señores funerarios; pero, sin embargo, nosotros les agradeceríamos a ustedes que no se esforzaran demasiado en recordárnoslo. Después de todo, la cosa es mucho más triste para nosotros que para ustedes…
Cátedra Letras Hispánicas acaba de recuperar aquella antología de Camba con una estupenda edición anotada que ha preparado Francisco Fuster, que en su estudio introductorio recorre la forma y el fondo de las crónicas de Camba, su trayectoria como corresponsal en Constantinopla, París, Londres, Berlín y Nueva York, una experiencia de la que saldrán sus tres libros de viajes (Playas, ciudades y montañas; Londres: impresiones de un español y Alemania: impresiones de un español), su interés por la gastronomía y la política y su declive personal y literario en la posguerra, que pasa en parte en Lisboa. Cuando regresa a Madrid en 1948 da por cerrada su obra y publica sus Obras completas, que tienen mucho de testamento y de despedida.
Sobre esta nueva edición escribe Fuster que “como la de otros grandes nombres de la edad dorada del periodismo español (Josep Pla, Manuel Chaves Nogales, Gaziel, Corpus Barga, Wenceslao Fernández Flórez, César González-Ruano, etc.), la obra de Julio Camba ha generado un extraordinario interés, entre público y crítica, durante los últimos años. A sus fieles y veteranos lectores se han venido sumando otros (muchos de ellos, jóvenes estudiantes universitarios de Filología o Periodismo), que han descubierto en el articulista gallego a un periodista de raza capaz de elevar la columna de periódico a la categoría de alta literatura. En este contexto, esta nueva edición de Mis páginas mejores resulta más que oportuna, pues se trata de un título que merecía, desde hace tiempo, pasar a formar parte de ese canon de la literatura en español que es el catálogo de la colección «Letras Hispánicas».
Como confesó su autor en el prólogo, el libro que el lector tiene en sus manos es mucho más que una selección personal de sus mejores páginas. Leída en clave sentimental o testimonial, esta antología es, quizá, lo más parecido a esa autobiografia que Julio Camba siempre se negó a escribir:
Yo quisiera que estas páginas mías tuvieran entre sí cierta correlación orgánica, que se apoyaran las unas en la otras, que las de tal o cual época quedasen explicadas y justificadas por las de épocas anteriores y que, en conjunto, le diesen todas ellas al lector una idea exacta de cómo ha ido formándose, a través del tiempo y sus vicisitudes, la mentalidad y el estilo con que hoy anda uno por el mundo.
Frente a la naturaleza efímera de la hoja de periódico en la que vieron la luz, por primera vez, sus textos mantienen la incontestable vigencia de una obra actual, contemporánea, que desafía al tiempo.”