23 julio 2025

Memoria estremecida

 


Un complejo diseño narrativo estereoscópico, semejante al del Quijote, con dos narradores superpuestos al narrador principal, es el que utilizó Jesús Moncada en su tercera y desgraciadamente última novela, Memoria estremecida (1997), que acaba de recuperar Anagrama en su catálogo con una magnífica traducción de Pepe Ferreras. Una reedición que conmemora los veinte años de la muerte del autor de Camino  de sarga, recientemente reeditada también en esta misma colección Narrativas hispánicas de Anagrama.

El mismo narrador sin nombre, proclive en su indefinición a ser confundido con Cervantes, que cuenta el Quijote apoyándose en el material del texto encontrado de Cide Hamete Benengeli y en el relato de la traducción de un morisco toledano, es el que usa Jesús Moncada al utilizar como fuente de su novela un manuscrito en el que Agustí Montolí, escribano del juzgado de Caspe, contaba un truculento episodio sucedido en los días finales de agosto de 1877:

El manuscrito, descubierto no hace mucho, me ha resultado valiosísimo -explica Jesús Moncada en el texto preliminar. Y añade: “Quiero advertir, sin embargo, desde el principio, que la responsabilidad de aquel funcionario en las páginas que siguen termina en la frontera donde su crónica cede el paso a mi novela, aunque la línea divisoria no será fácil de distinguir; hitos y lindes resultan a menudo borrosos, a veces invisibles, en una tierra donde el deslumbre del sol puede resultar tan falaz como el enigmático velo de la niebla.

Como en su magistral Camino de sirga, Mequinenza es el territorio narrativo en el que transcurren los hechos: los asesinatos, a manos de unos bandoleros armados con sables y trabucos, de un recaudador de impuestos del Banco de España, de un arriero de Mequinenza y de uno de los dos guardias civiles que lo escoltaban el 25 de agosto de 1877, en Vallcomuna, a medio camino entre Caspe y Mequinenza. 

Asesinatos perpetrados para obtener un botín de 13475 pesetas y por los que fueron inculpados cuatro vecinos de los que tres (el pregonero Victoriano Teixidó, “Pregoné”; el herrero Alejos Prunera y el labrador Mateo Sanjuán) serían condenados a muerte y fusilados en Mequinenza tras un juicio sumario. Al cuarto, el guardabosques Genís Borbón, se le había aplicado antes la ley de fugas.

Más de un siglo después, Arnau de Roda, amigo del narrador, le hace llegar ese manuscrito: “Con Arnau de Roda, un gran amigo, más viejo que los caminos, tengo también una deuda que no podré saldar en toda mi vida y que, en buena ley, debería hacerle figurar como coautor del libro.”

Porque, además de proporcionarle una copia del manuscrito de Montolí, Arnau, que conocía los hechos a través del relato oral de su abuelo impresor Ulisses va comentando, al final de cada una de las dos secciones en que se articulan las cuatro partes, los episodios de la novela en marcha que le va haciendo llegar su amigo, el “querido rascacuartillas” que encabeza sus cartas

Comentarios críticos y apostillas que, desde la Mequinenza de 1995, cumplen una tarea fundamental en la elaboración del texto, en el desarrollo de la novela, en la ordenación de los hechos y en la caracterización de los personajes:

Accedió a leer mi original y así empezamos una sabrosa correspondencia. Enseguida intuí lo que luego se confirmó a lo largo de los meses: los comentarios de mi amigo, a menudo irónicos, a veces sarcásticos, siempre sustanciosos, constituían un complemento tan interesante del libro que, al final, me resultó inconcebible la idea de separarlos. Por tanto los publico juntos, incluyendo las notas que Palmira, primogénita de Arnau y compañera mía de infancia, añadía a las cartas de su padre.

Con ese poliédrico sistema de narradores, Moncada construye una admirable novela que, entre la reconstrucción histórica de una época de conflictividad política y agitación social -la Restauración y las consecuencias de la tercera guerra carlista-, tiene como fondo una reflexión intemporal sobre el poder y la justicia, sobre la realidad histórica y la memoria personal y colectiva.

Una novela que arranca tres meses después de los crímenes, con el cierzo helado de las cuatro y media de la madrugada del 24 de noviembre de 1877, cuando el escribano sale de Caspe hacia Mequinenza para ver pasar la comitiva con la cuerda de presos detenidos por los asesinatos.

Ya avisa de ello el autor/narrador principal cuando al final de su preámbulo da “un consejo: si después de este preámbulo el lector aún se ve con ánimo de proseguir, más vale que se abrigue. En cuanto vuelva la página, se encontrará en la madrugada del 24 de noviembre de 1877. Y aquel día, en contra de lo que pronosticaban los almanaques –no mucho frío, nubes, riesgo de lluvias–, un cierzo afiladísimo azotaba el valle del Ebro.”

 Con el mismo diseño estructural que Camino de sirga, Jesús Moncada organiza Memoria estremecida en cuatro partes -‘La comitiva’, ‘La vela roja’, ‘Las moscas de agosto’, ‘Celebraciones de otoño’- subdivididas en dos secciones de ocho capítulos breves y rematadas con un Epílogo -Tiempo adelante’- compuesto por una carta de Palmira y otra de Arnau, “con noticias sobre las secuelas del hecho y el destino de los personajes implicados.”

Se construye así un retablo portentoso de personajes enumerados en un estupendo y orientador Dramatis personae final que recoge un elenco de más de medio centenar de nombres e incorpora también una entrada dedicada a la mosca común, que aparece en el título de la tercera parte.  Se lee en esa entrada: “Este insecto sale con pegajosa insistencia en el libro, especialmente en los capítulos donde aparecen cadáveres.”

Con esa estructura compositiva, Memoria estremecida se completa como una admirable novela coral que al “remover difuntos y desarraigarlos de la muerte plantea una cuestión ciertamente espinosa: la tiniebla, por desolada que parezca, se arremolina tarde o temprano en el lado de los vivos.”