28 julio 2025

Poesía reunida de Ángel Guinda

  


Vida ávida, que fue el título del primer libro de Ángel Guinda (1948-2022), es el que se ha utilizado también por decisión del autor -que quería así no sólo cerrar un círculo, sino subrayar la coherencia de su obra- para reunir su obra poética en el espléndido volumen que publica Olifante en una edición conmemorativa del XLVI aniversario de la creación de la editorial, una de las referencias ineludibles en la edición de poesía en España.

Pero antes de aquel libro inicial que apareció en 1980 Ángel Guinda había compuesto textos que esta Poesía reunida (1970-2022) agrupa en la sección Acechante silencio (Primeros poemas, 1970-1979), que abre este texto, casi una declaración programática sobre la fusión de vida y escritura que sería uno de los rasgos más constantes y significativos de su obra:

POESÍA

Yo empecé a andar por las nubes 
como pájaro sin alas.
Quise la paz, quise el día, 
el aire, la tierra, el agua.
Pensé que todo era inútil 
y me eché el tiempo a la espalda.
Ahora vivo en el instante 
colgado de una esperanza.
Y, a veces, abro la puerta 
creyendo que alguien me llama, 
y es un profundo deseo 
como un murmullo de casa.
Poesía, poesía, 
realidad que no me engaña.

Rematada por una nota biobibliográfica que resume la trayectoria literaria de Ángel Guinda, esta Poesía reunida recoge casi veinte títulos, entre el ya citado Vida ávida y el póstumo Aparición y otras desapariciones (2023), un testamento poético que se cierra con este texto:

Cuando me veas dormido 
en la fotografía, dentro del ataúd, 
tal vez querrás traducir mi silencio. 
No existe diccionario de silencios, 
pero existen diccionarios de recuerdos.

Y entre esos poema poemas inicial y final, este magnífico volumen, primorosamente editado, ofrece una larga sucesión de centenares de textos. Textos que componen un itinerario poético atravesado por una mirada existencial cuyas claves ha revelado recientemente J. Benito Fernández en Las claves de lo oscuro, la biografía de Ángel Guinda que acaba de publicar en esta misma editorial. 

Una reflexión constante y profunda sobre la palabra y la vida vincula las diversas etapas poéticas y personales de un recorrido por la autenticidad humana y la coherencia literaria, por el amor y el dolor, la memoria y los sueños perdidos, por la conciencia del tiempo y el tema de la muerte, como en este texto de Catedral de la noche (2015):

 LOS MUERTOS 

Llegan lejos las manos de la ausencia
hasta alcanzar el mundo de los muertos:
los muertos que nos viven,
los muertos que nos matan,
los muertos que vendrán a visitarnos,
los muertos que están vivos,
los muertos que nos llaman,
los muertos que se vuelven a morir,
los muertos que en la muerte nos esperan.

En 1994, Ángel Guinda publicaba un Manifiesto, Poesía útil, que terminaba con estos párrafos que resumen su concepción tanto del fondo como de la forma de la poesía y que, sobre todo, reivindican la condición ética sobre la que se sustenta su poesía:

Propugnamos una poesía heredera de la tradición mejor asimilada, abierta a caminos nuevos en la forma y en los temas.
Una poesía sencilla, clara, rotunda, directa, honda, intensa y grave, cargada de intención. Que atraviese la inteligencia, queme en los ojos y en los oídos, estrangule el corazón, produzca escalofrío en el conocimiento y fustigue la conciencia agitándola, haciéndola reaccionar, moviéndola a la reflexión y a la acción.
Una poesía habitable, testimonio radicalmente sincero de la experiencia vital e intelectual, de nuestra convivencia con la realidad del existir y con la idea de la muerte.
Defendemos una poesía útil que, además de objeto de belleza, sea sujeto de conducta.
Que sirva al ser humano: moralmente, para vivir; culturalmente, para ensanchar y afianzar su saber; y estéticamente, para gozar.
Una poesía que tenga los pies en la tierra, comprometida con el destino de las mujeres y hombres de su tiempo.
Que busque elevar el lenguaje coloquial a la categoría de lenguaje poético, y consiga que la verdad particular de su mensaje alcance validez universal.
A esta poesía (firme en su poder de insinuación y de sorpresa) conviene una mínima dosis de didactismo que haga eficaz su interés por regenerar los valores del espíritu y del arte, así como su afán rehabilitador de la imaginación, la voluntad, la sensibilidad y la razón crítica de unos lectores cuya recuperación hemos de demostrar merecer sin otras armas que la propia obra.

A esos principios éticos y estéticos (conducta y belleza) sometió Ángel Guinda su escritura poética, reunida en esta cuidada edición de Olifante, que fue su lugar editorial de residencia durante décadas y que explica en la Nota a la edición: “Presentamos aquí la obra poética reunida y asumida por el autor, siguiendo su deseo de una edición sin acompañamiento crítico y con las mínimas notas. Completa el volumen una serie de poemas que se publicaron tras su fallecimiento. Lúcida, visionaria, espectral; y asimismo idealista, comprometida, romántica, la poesía de Ángel Guinda es compleja como su personalidad y ávida como su vida. El testimonio de un hombre para quien ser poeta no fue una profesión, sino una posesión.”

Con una rica variedad de formas métricas y de diversos registros tonales, aunque siempre en una línea clara, una posesión de la palabra como fe de vida y como expresión ética, como compromiso cívico y avidez vitalista, porque como escribió en ‘Las palabras’, de Claro interior (2007): 

Cada palabra pesa 
todo lo que la vida 
ha pasado por ella. 

Hay palabras que viven, 
palabras que dan vida; 
hay palabras que mueren 
y palabras que matan: 
sólo algunas traspasan. 

Cada palabra pesa 
su paso por la vida.

A lo largo de su evolución, y muy claramente desde Biografía de la muerte y Claro interior, hay en la poesía de Ángel Guinda una progresiva tendencia a la introspección meditativa a través de una inmersión  interior cada vez más profunda, con una mirada elegíaca y oscura que culminará en sus últimos libros, en los que se constata una creciente presencia amenazante de las sombras y un impulso simbólico que genera imágenes potentes, como las de este poema, que abría Los deslumbramientos:

CON LA LUZ, CON EL AIRE

Has envuelto tus manos con el aire.
Te has lavado los ojos con la luz.
 
¡Escribe como una sacudida!
 
Como si un guepardo saliese de la arena.
Como si un caballo emergiera del mar.
 
Las cerezas sangran en los dientes.
El atardecer se gangrena en la mirada.
 
¡No leas humo!
 
¡Aunque sea sobre agua escribe fuego!

Esa línea temática y tonal que se fue imponiendo poco a poco en su poesía se anunciaba ya de manera muy clara en ‘El viaje interior’, un poema de Conocimiento del medio, en el que ya empezaba a cristalizar su voluntad de pasar de la profundidad a la transparencia:

Fuera de ti no esperes encontrar
lo que dentro de ti nunca has buscado.
No es más hermoso el sol de otros lugares,
por lejanos que estén:
lo que importa es la luz que da vida a tus ojos.
No fatigues tus días
en recorrer países en busca de otros mundos.
No tardes en emprender el viaje a tu interior,
no vaya a ser que pronto sea tarde:
no estás de ti tan cerca como crees,
ni es tanto el tiempo de que aún dispones
para descubrirte y conquistarte.

Un texto como este ‘Escribir’, de Poemas para los demás (2009), contiene muchas de las claves que hacen de la poesía de Ángel Guinda, reunida en esta ejemplar edición de Olifante, un ejercicio riguroso de intensidad emocional y exigencia estilística:

Si me quitan la palabra escribiré con el silencio.
Si me quitan la luz escribiré en tinieblas.
Si pierdo la memoria me inventaré otro olvido.
Si detienen el sol, las nubes, los planetas,
me pondré a girar.
Si acallan la música cantaré sin voz.
Si queman el papel, si se secan las tintas,
si estallan las pantallas de los ordenadores,
si derriban las tapias, escribiré en mi aliento.
Si apagan el fuego que me ilumina
escribiré en el humo.
Y cuando el humo no exista
escribiré en las miradas que nazcan sin mis ojos.
Si me quitan la vida escribiré con la muerte.