Entre Platón y Elvis, pasando por Adorno
Platón había comprendido que las preferencias y los estilos musicales guardan una estrecha relación con la moral política y social de una comunidad. Lo que no está tan claro es que entendiera bien la interacción dinámica entre causa y efecto. Los cambios en gustos y estilos musicales —o poéticos— pueden provocar cambios en la sociedad. Pero también puede ocurrir lo contrario: la evolución social, política y moral de una sociedad puede facilitar cambios de los géneros y gustos musicales dominantes. ¿Fue la canción protesta de los años sesenta lo que despertó la conciencia política de una nueva generación, o surgió dicho tipo de música como consecuencia de las inquietudes políticas de los baby boomers? ¿Fue Elvis quien sacudió la estricta moral y costumbres sexuales de los años cincuenta con sus provocadores movimientos de cadera, o fue la progresiva relajación moral lo que creó la atmósfera necesaria para que el rey del rocanrol soltara la pelvis?
Entre Platón y Elvis hay más de dos mil años, pero algunas cosas no cambian nunca. La convicción de que determinados géneros musicales son nocivos y deben prohibirse es algo de todos los tiempos. El alegato de Platón en favor de la censura musical y su fuerte condena de ciertos géneros musicales indecentes y socialmente indeseables recuerda a las hostiles reacciones que provocó la eclosión de la música pop en los años cincuenta y principios de los sesenta. Muchos consideraban aquellos sonidos un instrumento del diablo, y había incluso quien afirmaba —según una conocida leyenda— que reproduciendo a la inversa los discos de Elvis, los Beatles o los Rolling Stones se oía la voz del mismísimo Satanás.
Desde el ámbito de la filosofía también llegaron reacciones virulentas a la evolución de la música popular en el siglo XX, y nadie lo hizo con mayor menosprecio hacia las preferencias musicales de los demás que Theodor Adorno. Adorno fue uno de los filósofos más destacados de la escuela de Fráncfort —un grupo de intelectuales de izquierdas conocido por su demoledor juicio de la sociedad capitalista— y escribió miles de páginas sobre el fenómeno de la música. En sus ensayos atacó duramente el kitsch que percibía en la tradición musical moderna de los Estados Unidos, desde el Great American Songbook hasta el jazz.
Según Adorno, las nuevas corrientes musicales eran la prueba de la decadencia cultural del hombre moderno como consecuencia de la sociedad capitalista.
La música popular, según Adorno, forma parte de la industria cultural que mantiene en pie el capitalismo. El pop es un instrumento para embrutecer y someter a las masas que convierte al individuo en un «oyente regresivo reafirmado continuamente en su estupidez neurótica». El hombre moderno consume una y otra vez las mismas melodías, igual que un niño caprichoso que siempre quiere comer lo mismo. En vez de cultivar el pensamiento crítico, la música estimula la irreflexión. Y Adorno era también de los que consideraban la música —al menos la música popular— una herramienta del diablo; del capitalismo diabólico que él tanto denostaba.”
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