Música para tigres de Alejandro Bellido
Sé leal a ti mismo y piensa que la muerte
cuando vaya a buscarte se llevará en sus manos
aquello que quisiste con tanto empeño ser,
aunque los dioses fuesen parcos en darte dones
para que tú siguieses esa estrella escogida;
pese a todo, tu vida será digna de elogio,
de libertad un símbolo, y serás recordado,
pues digno es tropezar si eliges tú la piedra;
pues digno es fracasar si lo haces con tu rostro,
escribe Alejandro Bellido (San Juan del Puerto, 1993) en ‘We never learn’, la Coda que cierra su Música para tigres, que obtuvo el premio Rafael de Cózar de la Universidad de Sevilla que publica Renacimiento.
Ese fracaso evocado en el poema es una de las claves temáticas de un libro de línea clara, atravesado también por temas como el amor, la familia o la meditación sobre la vida y la poesía. Pero frente al fracaso, la soledad y la tristeza, Música para tigres levanta rugidos de rabia y de afirmación de la vida para reivindicar lo pequeño, lo íntimo y lo cotidiano.
De esa reacción afirmativa ante las sombras y la frustración surgen los poemas de Música de tigres, como se anuncia en el texto inicial, que da título al libro:
MÚSICA PARA TIGRES
Somos los perdedores,
aquellos que caminan por la vida
con la cabeza y las orejas gachas
y el rabo entre las patas; somos perros
apaleados, ignorados, rotos,
pero albergamos dentro un feroz tigre
que ruge como un loco cuando puede,
y es un rugido extraño, es un acorde
en el que se entremezclan rabia
y llanto.
Algunas noches,
cuando estamos a solas, lo dejamos
salir durante un rato
a que pasee y ensordezca el aire,
y luego hay otras noches
que el rugido es tan fuerte
que necesita un cauce
para sentir que araña,
que muerde alguna cosa
y que la mata,
y sucede
y forma unas palabras como estas.
Organizado en dos partes -‘La lluvia’ y ‘Estrellas tras la lluvia’- que transitan de la oscuridad a la luz y sostenido en un tono coloquial y un ritmo cuidado, Música para tigres es un libro confesional y reflexivo, un ejercicio de meditación autocrítica y memoria sentimental para amansar a ese tigre interior del fracaso y celebrar el mundo. Un despliegue de autocrítica existencial y de afirmación hímnica, pese a todo, de la vida, porque “no puedes ser poeta si no amaste la vida.”
Un ejemplo final, A una roller girl:
Desde un banco te veo, roller girl,
ahí con tus amigas,
cerca de una escalera ーcomo un acantiladoー
que piensas descender.
No temes al peligro; estás riendo,
hablando de muchachos, de la noche de ayer
o no sé de qué cosas
sin dejar de moverte con tus rollers;
entonces retrocedes, te preparas
para bajar, y coges
algo de carrerilla, aceleras
y por el precipicio escalonado que
desemboca en la plaza desde la que te observo,
comienzas la bajada, asumes
todo riesgo portando una sonrisa:
eres joven.
Con los brazos en cruz y con los ojos
cerrados vas bajando, confiada,
y, sin que me dé cuenta, de repente,
ya has llegado a la plaza y enarbolas
de nuevo esa sonrisa gigantesca,
símbolo de una nueva victoria frente al mundo;
luego comienzas —los turistas
te miran sonrientes, contagiados—
a dar sobre tu propio eje vueltas
a modo de celebración
mientras tu pelo
—rizada selva roja desatada—
azota al viento con sus insolentes ascuas,
como si desafiaran la gravedad, la muerte
y las modulaciones de los astros
y todas esas leyes de la Naturaleza
que no te importan y que, para colmo,
desprecias.
Y, por eso, roller girl,
quiero anotar tu juventud aquí,
la maravilla de tu juventud girando,
y que siempre celebre en estos versos
cuando en las plazas dejes de girar como ahora
la belleza insolente de quien cree
que puede derrotar por fin al mundo.
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