22 septiembre 2025

Juan Belmonte, matador de toros



.

“En un momento de nuestra historia como el actual, en que los espectáculos taurinos están siendo contestados, en que se quieren eliminar de la tradición festiva española y considerarlos contrarios a las ordenanzas que defienden el bienestar animal, puede resultar un tanto paradójico traer al primer plano de la edición la biografía del torero Juan Belmonte, que lleva además en su título un adjetivo comprometido, matador de toros, y una explicación de intenciones: su vida y sus hazañas. Solo el calificativo de «matador de toros» despierta aversión allí donde se emplee, para amplios sectores de la sociedad española. Y qué decir del título de la versión inglesa, killer of bulls, asesino de toros... y, sin embargo, el libro obtuvo un gran éxito, en España y fuera de España. Quizá sea el libro más conocido y celebrado del periodista”, escribe María Isabel Cintas Guillén en el prólogo que abre la reedición de Juan Belmonte, matador de toros, que publica Alianza Editorial en su colección El libro de bolsillo.

“¿Cabría preguntarse -añade- qué opinión tendría Chaves Nogales sobre el espectáculo taurino hoy? Tal vez sí. Y tal vez también, su opinión sería la misma que en el pasado: respeto a un considerado arte en la tradición española, aunque su interés personal por el mismo pueda resultar tangencial. Porque, en los albores del siglo XX y en prácticamente toda su primera mitad, las corridas de toros fueron el espectáculo que más atrajo a las masas; sus ejecutores, los toreros, fueron tan bien acogidos por el gran público como hoy lo son los futbolistas. Triunfar en el mundo taurino equivalía a triunfar en la vida.”

Juan Belmonte, matador de toros, una de las mejores biografías que se han escrito en español, es una  narración de forma autobiográfica cuya mejor virtud literaria es la eficiente ocultación de la voz de Chaves Nogales tras la de Juan Belmonte y la estilización de esta en la potente prosa del autor.

Periodista de oficio y dueño de una de las prosas más fluidas y limpias de su época, Chaves Nogales, que había publicado poco antes El maestro Juan Martínez que estaba allí, poseía además un inusual talento narrativo. Por eso intuyó que la superposición del biógrafo y el biografiado en una sola voz sería la clave de su eficacia.

Chaves Nogales nunca fue a una corrida de toros. Lo que le interesaba en este libro, más que exaltar a una figura del toreo, era retratar al hombre hecho a sí mismo desde la quincallería familiar de la calle Feria y las noches de luna y cerrado en Tablada hasta la plenitud triunfal, anterior y posterior a la muerte de Joselito en Talavera. Una plenitud coronada por un cortijo con parrales en Utrera.

Juan Belmonte, matador de toros no sólo narra en primera persona la forja de una personalidad humana y artística que revolucionó el toreo. Es también la memoria de un tiempo conflictivo y de una España problemática escrita en los agitados años finales de la Segunda República.

Este libro asombroso, que había aparecido antes en veinticinco entregas publicadas entre junio y diciembre de 1935 en la revista Estampa, es el resultado de muchas horas de conversación del torero y el periodista. 

Pero, además de una incursión en la personalidad y la memoria de Juan Belmonte, además de la memoria de una época, el libro es también una teoría intemporal de Sevilla:

En la plaza del Altozano estaba el foco de la tauromaquia trianera. Allí, en la taberna de Berrinches y en otra que tenía el sugestivo rótulo de El Sol Naciente, se reunían los torerillos del barrio. Pero yo no tenía relación alguna con ellos. Aquél de los aficionados a los toros era un mundo extraño para mí y absolutamente impenetrable. Sevilla, aunque parezca inexplicable, es así: una ciudad hermética, dividida en sectores aislados, que son como compartimientos estancos. Por lo mismo que la vida de relación es allí más íntima y cordial, los diversos núcleos sociales, las tertulias, los grupos, las familias, las clases, están más herméticamente cerrados, son más inabordables que en ninguna otra parte. En Sevilla, de una esquina a otra hay un mundo distinto. Y hostil a lo que le rodea. Esta hostilidad es lucha desesperada y salvaje en los clanes infantiles; lucha de esquina contra esquina, de calle contra calle, de barrio contra barrio. En la Cava, adonde habíamos ido a vivir, había dos clanes antagónicos: el de la Cava de los Gitanos y el de la Cava de los Civiles, y los chicos de una y otra Cava se apedreaban rabiosamente.

La trayectoria vital de Belmonte se inicia con un niño atónito que se asoma a la calle Feria, una calle que es el mundo, una de esas quince o veinte calles del mundo -afirma Chaves Nogales- propicias para la formación de la personalidad:

Los niños que nacen en estas calles se equivocan poco, adquieren pronto un concepto bastante exacto del mundo, valoran bien las cosas, son cautos y audaces. No fracasarán.

A partir de ese momento, la prosa bullente de Chaves Nogales simula ser la voz de Juan Belmonte para trazar un recorrido vital y social, espacial y temporal por la construcción de un mito viviente que en 1935, cuando se publicó esta biografía, tenía 43 años y seguía en activo, convertido en el espejo en el que se reflejaban el patetismo y los deseos de los demás. Llevaba por entonces más de veinte años de ejercicio como el próximo cadáver que había predicho Rafael Guerra en frustrada profecía. Y en esos años había transformado el toreo en un ejercicio espiritual alejado de la disciplina física, en “la versión olímpica de un estado de ánimo.”

Un estado de ánimo cambiante, asaltado con frecuencia por las dudas.  y el cansancio. Por eso no falta en el libro una premonición que anticipa lo que ocurriría treinta años después:

No sé por qué me asaltó aquella monomanía, pero lo cierto es que, a veces, me sorprendía en íntimos coloquios conmigo mismo, incitándome al suicidio. Tenía en la mesilla de noche una pistola, y muchas veces la cogía, jugueteaba con ella y la acariciaba, dando por hecho que de un momento a otro iba a disparármela en la sien. 

Entre el primer capítulo (“Un niño en una calle de Sevilla”) y la teoría del toreo que cierra el libro, Chaves Nogales elabora una ejemplar biografía que reconstruye un camino de perfección que arranca de lo más bajo y que atraviesa una profecía (“Tú serás papa”). Un recorrido que, además del recuerdo admirado de Joselito, evoca las gestas en la dehesa de Tablada en noches de luna llena y la mejor tarde de su vida torera, asume la mezcla de halago y tormento de la popularidad y reflexiona sobre el miedo del torero o sobre la relación con las mujeres.
 
Este es su párrafo final:

Todas estas historias viejas que me ha divertido ir recordando palidecen y se borran a la clara luz de la mañana de hoy que entra por los cristales del balcón. Todo esto que he contado es tan viejo, tan remoto y ajeno a mí, que ni siquiera creo que me haya sucedido. Yo no soy aquel muchachillo desesperado de Tablada ni aquel novillerito frenético, ni aquel dramático rival de Joselito, ni aquel maestro pundonoroso y enconado…
La verdad, la verdad, es que yo he nacido esta mañana.

Cierra el volumen un epílogo en el que Josefina Carabias señala atinadamente que “sin la pluma de Manuel Chaves Nogales la vida de Juan Belmonte, aun siendo la misma, no habría tenido el interés que tiene, sobre todo para el lector no taurino, ni se habría traducido al inglés, ni se reeditaría hoy formando parte de una colección del mejor tono literario. Pero debo reconocer también que una figura como la de Juan Belmonte era lo que necesitaba Manuel Chaves Nogales para que su talento de periodista y escritor diera de sí todo lo que podía. Por otra parte, el hecho de ser los dos de Sevilla y de que la ciudad natal había influido tan notablemente en la manera de ser de aquellos dos hombres hizo que se entendieran mejor."

Y así resume por su parte María Isabel Cintas Guillén el sentido del libro:

Juan Belmonte, matador de toros no es un libro a la manera de los relatos tradicionales de la torería. Aquí no se exaltan las hazañas de un torero, no se vibra con sus suertes, no se disfruta con los lances taurinos. Aquí se cuenta el quehacer de una persona, que es un torero, y que triunfa en su profesión en una España acosada por conflictos de difícil solución.
El propio torero no es un personaje modélico ni ejemplarizante. Los héroes de la torería seguían unas reglas claras en su comportamiento dentro y fuera de las plazas. No así Juan, de físico poco agraciado, de poca capacidad expresiva; calificado de oscuro, huraño, cohibido, fatigado, triste, inseguro... Antítesis del héroe triunfador, pinturero y modélico. Sobre el fondo geográfico de Andalucía, en general, el esquema del torero seguía, eso sí, las directrices habituales: origen pobre, vida dura hasta el triunfo y con él, ostentación de la riqueza que el triunfo proporciona; y también el compromiso de ayudar económicamente a la «clientela» que siempre acompaña al torero y pone a prueba su generosidad en su consiguiente ascenso en la escala social.