Se pueden hacer obras de un volumen enorme, bien escritas, claras, rápidas, y que no contengan ni un solo adjetivo perfectamente unido a determinado sustantivo. ¡Malo! Esta obra, por muy grande que sea, va a quedar absolutamente olvidada. La literatura debe producir recuerdos de sentimientos o de objetividades. Si no los produce, el olvido es instantáneo, total. Ahora, la literatura es una obsesión siempre paralela, inseparable del fracaso; tiene un gran valor para quien la hace: es una obsesión tan completa y absoluta que evita constantemente el techo. Es una manía sensacional. Las personas que se han dedicado a la literatura lo saben bien: han vivido ocupados, interesados, fascinados por lo que buscan —y que, casi seguro, no hallarán jamás—. Los lectores... Los lectores, si encuentran que el libro no les gusta, lo pondrán a un lado o lo tirarán. Los autores, jamás. Están fascinados por lo que hacen, conservan en su cabeza lo que aspiran a hacer, meten en un cajón sus borradores. Son felices. Aspiran a quedar. Quieren ser inmortales. Tienen una ilusión. No creo que en la vida haya más que pedir. Mientras la conservan —y suelen conservarla— no se aburren nunca. Abandonan las cosas más necesarias de la vida para dedicarse de lleno a esta ilusión. Los hay que no comen. Otros adquieren una palidez cadavérica. Otros están enfermos. Luego dirán que la literatura no es importante.