23 septiembre 2025

Poesía reunida de Rosa Chacel


 


“Mi obra, es verdad, es una obra poética, pero a mis versos les concedo poco valor”, reconocía Rosa Chacel en una entrevista cncedida a Andrés Trapiello que apareció en El País en 1992.

Lo recuerda Laura Cristina Palomo Alepuz en el estudio introductorio de Una firme razón para el deseo, su edición de la Poesía reunida de Rosa Chacel que acaba de publicar Cátedra Letras Hispánicas.

Esa significativa declaración de una autora como ella, que siempre tuvo en alta estima su obra en prosa, sitúa en un indiscutible lugar menor su obra en verso, de estirpe simbolista. Y explica por qué, coherentemente con ese menosprecio autocrítico, se resistió, con alguna salvedad como la del tardío Versos prohibidos (1978), a editar unos textos que, entre los juegos ultraístas, el onirismo surrealista y la pulsión por el mundo clásico, había prodigado en las revistas literarias más importantes de finales de los años veinte y comienzos de los años treinta, como La Gaceta Literaria, Revista de Occidente, Héroe y Caballo verde para la poesía. 

Durante la guerra civil, El mono azul y Hora de España recogieron algunos nuevos poemas que reflejaban una modalidad de la escritura chaceliana que se prolongó en el exilio con la aparición de otros textos poéticos en la argentina Sur, de Buenos Aires, y en la uruguaya Alfar, de Montevideo, y a su vuelta a España en Caballo griego para la poesía, donde publicó en 1976 su Epístola, el último poema que publicó en una revista.

Cuarenta años antes había publicado su primer libro de versos, A la orilla de un pozo, un conjunto de treinta sonetos, coetáneos editorialmente de los de El rayo que no cesa, en los que bajo esa estrofa clasica se suceden imágenes superrealistas en una conjunción de tradición y vanguardia que era muy característica de la poesía del 27 y que en el caso de Rosa Chacel arranca de una reconocida influencia de Rafael Alberti.

Aunque no se publicó hasta 1978, su siguiente y último libro de poesía, Versos prohibidos, agrupa en cuatro apartados una heterogénea serie de poemas escritos en su mayor parte en los años treinta y cuarenta, de variado asunto y en los que el soneto coexiste con los versos blancos y el versolibrismo.

 Posteriormente, en la edición de sus Obras completas en 1989 añadió un apartado de poemas de circunstancias, reunidos bajo el elocuente título de Homenajes y a los que habría que añadir un puñado de inéditos aparecidos aquí y allá, pero sin mayor trascendencia.

Porque, como señala Laura Cristina Palomo Alepuz al referirse en su introducción a lo que ella define como “La autoprohibición de escribir versos”, “la relación de Chacel con sus versos está marcada por la ambivalencia: como ella misma subraya, desde su infancia se había sentido empujada a escribir versos, y el respeto que le merecía la poesía la hizo esforzarse por llevarlos al límite de la perfección y de la belleza; sin embargo, esa extremada autoexigencia le impidió aceptarlos como válidos y, como consecuencia, le imposibilitó concebirse a sí misma como poeta.” Y añade que “el distanciamiento respecto a su poesía tiene que ver con su incapacidad para abandonar las formas tradicionales en el momento de esplendor de la vanguardia, así como con una proyección de su inseguridad personal.”

Y por eso, en 1952, tras revisar su propia poesía, anotaba en sus quejosos diarios: “Una evidente frustración. No sé por qué no fui capaz de llevar a cabo una mínima obra poética:”

Es una obra poética evidentemente menor, llena de prescindibles versos de circunstancias, pero en la que emergen de manera inevitable los temas centrales de su obra mayor en prosa: las relaciones personales y la indagación en el vacío existencial, entre la angustia y la esperanza, el paso del tiempo y la memoria, la soledad y el amor, la conciencia y la búsqueda de la verdad, el dolor o la culpa, tema al que dedica este texto, en el que -como explica la editora- Rosa Chacel denuncia la violencia contra los animales para “interpelar directamente a los hombres, a los que ha animalizado y convertido en habitantes del Zoo, con la finalidad de concienciarlos sobre las consecuencias de su comportamiento:”

LA CULPA 

Llegará el sueño: alerta está el insomnio.
Antes que caiga la cortina oscura,
gritad al menos, hombres,
como el pavón metálico que grazna su lamento
desgarrado en la rama de araucaria.
Gritad con voces múltiples,
piad entre la enredadera,
entre las hiedras y rosales trepadores.
Buscad refugio en las glicinas
con los gorriones y zorzales
porque avanza la onda de la noche
y su ausencia de luz,
y su implacable huésped
de suaves pasos, el peligro.