Contra el Arte y otras imposturas
“Dos son las principales razones que me llevaron, después de mucho dudarlo, a recuperar este libro y revisarlo para una nueva edición. La primera, esta necesidad mía, siempre presente y agotadora, de volver a pensar lo dicho y enmendarlo en lo que precise. La segunda, el convencimiento de que, a pesar del tiempo transcurrido, algunas de las cuestiones que en él se abordan siguen hoy día sin resolverse”, escribe Chantal Maillard en la nota que abre la edición de Contra el Arte y otras imposturas, que acaba de publicar Galaxia Gutenberg en su magnífica colección de ensayo.
Se trata de una compilación orgánica de dieciocho textos que en su mayor parte tuvieron una primera versión como conferencias que se reunieron en un volumen que apareció en Pre-Textos en 2009 y que en su conjunto -como señala la autora- “ofrecen el resumen de casi dos décadas dedicadas a la enseñanza y la investigación en el terreno de la Estética y la Teoría de los Artes, incluyendo en ese ámbito las «ficciones para ser creídas» elaboradas en otros campos como pueden ser la metafísica, la teología, las cosmologías o, también, las ciencias.”
De esta luminosa manera explica Chantal Maillard el doble sentido de su título:
El adverbio «contra» que introduce este libro ha de leerse no solamente desde su acepción más común, la del enfrentamiento y la ofensiva, sino también desde la que designa la solidez del soporte. Me he situado «contra» el arte y otros conceptos institucionales como quien se apoya «contra» un muro que, al par que nos ampara, nos coarta. Muros, los de la metafísica, la ciencia, la moral, la política, la religión, las formas consensuadas de emocionarnos social y estéticamente, la filosofía o la teoría de las artes, que hemos levantado para sostenernos, defendernos o protegernos pero que, cuando cobran solidez, nos impiden ver al otro lado, traspasar el ámbito conocido y aprender otras maneras de caminar, de estar y de relacionarnos con las cosas y, lo que es peor, nos hacen olvidar que alguna vez los hemos construido.
Organizados en tres partes, la primera reúne aquellos ensayos que “tienen como denominador común el arte y la estética y sus conexiones, extensiones o derivaciones en el conjunto de valores que las sociedades adoptan en uno u otro momento de su historia.” Entre ellos “Contra el Arte”, que había sido también el título de la conferencia homónima que presentó en el Congreso Internacional de Estética que se celebró en la Universidad de Tokio en 2001.
El kitsch y la globalización y la trivialización de la estética; la descontextualización de los objetos tradicionales o rituales al introducirse en el ámbito del arte y las exposiciones y la consiguiente anulación de sus valores tradicionales al incorporarse al circuito del mercado; la transformación de las emociones estéticas en espectáculo mercantilizado; la necesidad de una educación de la sentimentalidad frente a las manipulaciones emocionales o la revisión del concepto de vacío y la posibilidad de su representación en el espléndido “Apuntar al blanco” son algunos de los ejes de esa primera parte, titulada El muro de las contemplaciones.
Contra otros muros, los Muros de palabras, se apoya Chantal Maillard en los seis ensayos de la segunda parte, que “agrupa artículos que tienen que ver con diversos ámbitos de las artes de la palabra. Como tales quiero entender no solamente la poesía o la dramaturgia (y su función política) sino también la metafísica y la teología, la filosofía y las teorías científicas.”
Los límites del lenguaje en la expresión de la experiencia física o espiritual, la elaboración verbal del dolor físico, la sospecha ante la palabra poética, los muros verbales de la metafísica y la teología o la problemática relación entre las leyes a las que se atiene la razón humana y las que regulan el funcionamiento del mundo en las ideologías religiosas o científicas son los ejes de esa segunda sección, porque “convertir las teorías científicas en verdades metafísicas es, como en el caso de las teologías, síntoma de un antropocentrismo que convierte a la razón en la medida de todas las cosas” como explica en “El croar de la rana”.
Finalmente, la tercera parte, Muros de seda india, “atiende más directamente -como indica la propia autora- al universo indio”: la necesidad de salvar las fronteras con ese otro mundo, la reivindicación del espacio sonoro de la India o las raíces matriarcales de las religiones orientales y la destrucción de su legado son los temas que abordan los textos de esta sección, rematada por un último ensayo, “Desaparecer. Estrategias de Oriente y de Occidente”, que cierra el volumen con una honda reflexión sobre el antagónico trato con la muerte y los muertos en ambas culturas:
“El lejano Oriente supo interpretar la evidencia de la transformación, la no permanencia, la inconsistencia del yo, la caducidad. Nosotros hemos hecho todo lo contrario. Desde todas nuestras instancias (intelectual, moral, religiosa, etc.) hemos afirmado y afirmamos la permanencia. Esto es lo que nos estorba a la hora de nuestra muerte, de la nuestra y de la ajena. Por eso la evitamos y, al hacerlo, despojamos a los que mueren de la dignidad que, socialmente, les corresponde. Les des-integramos. Les arrancamos de la comunidad de los que siguen vivos. En la Antigüedad griega, se exiliaba al enfermo porque era políticamente inútil, pero no al muerto; su muerte le competía a todos porque con ella, sumada a la de todas las ancestros, se urdía la historia del grupo. Nuestros muertos, en cambio, no son útiles porque nuestra historia ya no se urde con el pasado, sino con el futuro, un futuro inmediato, vacío aunque gesticulante, un futuro de camuflaje en el que nos enfundamos, como niños que juegan a creerse inmortales. La nuestra es una sociedad infantil que erradica la muerte de su horizonte convirtiéndola en tema de noticiario o en asunto de estadística. Asunto, siempre, de «los otros», por supuesto (son ellos los que mueren). Una sociedad de este tipo es extremadamente vulnerable pues cualquier acontecimiento inesperado que la sacuda la proyecta en una pesadilla. Lo que las culturas tradicionales está integrado en la vida diaria surge en la nuestra como estados de excepción. Hemos ordenado nuestra vida con detalle horario, pero en él el tiempo de los muertos no se computa.”
Entre la estética, la ética y la hermenéutica, una mirada crítica y deconstructiva frente a la sociedad de consumo, la trivialización del arte en una sociedad global que anula al individuo o la imposición del objetivismo generalista de la ciencia frente a la subjetividad creadora del arte. Frente a todo eso, Contra el Arte se levanta como un elogio de la diferencia y construye una teoría del conocimiento, de la percepción y del lenguaje, resumida en este párrafo que cierra “Desde la ignorancia”:
Cuando el metafísico se detiene en los confines de la razón se inicia en el misterio: enmudece. Cuando la razón topa con sus propios límites, la conciencia se contempla a sí misma y es presa del vértigo. Y con el vértigo, el terror, pero también el gozo. Toda experiencia mística se caracteriza por el gozo en la experiencia de la resolución última. En este caso, ocurre por la palabra. La razón vuelta sobre sí misma: re-flexionada, cae en la cuenta de la naturaleza lógica de toda metafísica. El germen del logos: el verbo sin conjugar. En el principio fue el verbo, sí, mas siempre que se lo entienda como simple posibilidad del decir. En los límites. La razón en los límites descubriéndose en el hálito del decir, autodefiniéndose (poniéndose límite) en los términos (en los límites) del decir. Pero no puede sostenerse allí; nadie puede sostenerse en el vértigo. Entonces vuelve a hablar. Vuelve a creer en la palabra. El paso de la nada (apenas des-velada) a la existencia (re-velada) es inevitable. Entonces hace uso del logos; conjuga el verbo. Construye. El místico deja de serlo. Re-vela la nada que vislumbró. Construye otra metafísica. Inventa una teología. Habla.
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