11 octubre 2025

La hermana aprendida

   



HERMANA de otro/lejanía en la niña/batallón para otra guerra
y en este instante
mi uña/la funda de mi voz/hueso o calcañar.
Hermana aprendida                               mujer.

El tiempo lo cura                     nada.

Ese texto cierra La hermana aprendida, el último libro de Ana Martín Puigpelat, que publica Bartleby.

Es una conmovedora incursión en las sombras de la vejez de dos mujeres, en la tiniebla de un presente atrapado entre el pasado perdido y la negación del futuro:

Era una herida niña todavía. Apenas conocía el alfabeto. 
A penas saltaba en la rayuela. 
Futuro de crisantemos.

                                     Ruina feroz.

Un libro traspasado por la desolación de la memoria y la decadencia física, por la soledad de un presente sin tiempo y por la sombra cotidiana del dolor, la cicatriz y la oscuridad, del silencio y el miedo, de la pérdida, la derrota y la nada, por la vejez deteriorada y doméstica de dos mujeres que

Ya no limpian lentejas. 
Es bastante con la noche.

Dos cuñadas que miran hacia atrás, al laberinto de los recuerdos, entre lo interior y los interiores, desde la claustrofóbica abolición entre cuatro paredes de la vida exterior:

Desde el sillón a la mesa: 
vericuetos del camino.

Y así, entre el prosaísmo conversacional y la potencia imaginativa de la autora, entre la intensidad verbal de su mirada poética y la frase hecha que refleja el peso de la rutina,  

La lumbre de los años consume estancia entre sus mandíbulas. 
Pequeños recuerdos/montones de ceniza/avanzar entre sus tiznes es difícil esta mañana.
El diccionario ya tiene [solamente] cien palabras.
Vivir también era esto.

No hay más cera que la que arde.

Un libro en el que suena, con el latido apagado pero resistente del animal en invierno, la fuerza de lo verdadero:

Una dobla un pañuelo con sus dedos torcidos y deja en su interior la fotografía del aire. 
La otra derrumba consistencia de silencio como una piedra pómez.
Ha transcurrido parte en la mañana y los cristales disfrazan con ceguera el invierno sobre el cocido incesante por la olla.

Y con esos materiales y con su mirada compasiva, Ana Martín Puigpelat ha compuesto un libro admirable y fieramente humano, perturbador y sin concesiones, duro y tierno a un tiempo, en el que a veces brilla, pese a todo, un rayo de luz contra tanta noche:

No desperdicies, mujer, las horas de anhelo y sobrevive a la noche. 
Hay un matiz en tus plantas que traduce versos de otros siglos. 
Te has subido al mutismo y a la pena cuando el aguacero. 
Pero sabes que no es época de poda. Sobrevive a las tinieblas. 

Tienes la luz.