16 octubre 2025

Sir Gawain y el Caballero Verde

 








Ya por abruptos senderos        Gawain sobre Gringolet      
va cabalgando en el mundo     con la gracia de estar vivo. 
A veces se alojó en casas           y otras hizo noche al raso,     
y tuvo mil aventuras                 de las que salió airoso,       
mas no rememoraré                 ninguna en esta ocasión. 
Curada estaba la herida           que en el cuello recibió,        
y la cinta tan brillante                llevaba a su alrededor, 
cruzada cual bandolera             y sujeta en un costado, 
bajo el brazo izquierdo                atada firmemente con un nudo, 
en prueba de que una vez        se manchó con una falta.     
Y así llegó el caballero              a la corte sano y salvo.         
Se despertó en el castillo         la alegría al descubrir          
que había vuelto el buen Gawain      y a todos bien pareció. 
Besó el rey al caballero               y también lo hizo la reina, 
y otros buenos caballeros          que querían saludarlo, 
saber de sus aventuras,              y les contó maravillas, 
confesándoles el coste                de los cuidados que tuvo,  
el lance de la capilla,                   el gozo del caballero,         
el amor de la señora,                   y, por fin, lo de la cinta.    
El cuello mostró desnudo          con la herida que tenía, 
que a manos de aquel señor      recibió por falsedad            
y ser culpado.                                                                              
Se apenó cuando tuvo que contarlo;                              
sollozó por estar atribulado.                                                     
El rostro, con la sangre, al declararlo                                     
se le encendió al sentirse avergonzado.

Tras dos mil quinientos versos organizados en cuatro cantos, esa es -en la meritoria traducción en verso hexadecasílabo de Bernardo Santano Moreno y Fernando Cid Lucas- la penúltima de las ciento y una estrofas que componen Sir Gawain y el Caballero Verde, el poema anónimo del ciclo artúrico que acaban de publicar en una bellísima edición en Legendaria. 

Compuesto hacia finales del siglo XIV y conservado en un único manuscrito en inglés medio que fascinó a Tolkien, quien prepararía una edición canónica del texto que dejaría inédita a su muerte, es probablemente el mejor poema inglés del ciclo del Rey Arturo, la materia de Bretaña y los Caballeros de la Mesa Redonda.

Es en Camelot, en la corte del Rey Arturo, donde un gigantesco caballero comparece durante la comida de Año Nuevo vestido de verde y con un aspecto imponente y casi sobrenatural. Monta un caballo del mismo color y de la misma apariencia asombrosa y busca pelea con quien se atreva a darle un primer golpe con su propia hacha, que le cederá y a la que renuncia. El desafiante Caballero Verde recibirá el primer golpe a condición de que pueda devolverlo. Es Gawain (el Galván del romancero viejo), el más débil, inexperto e indeciso de los Caballeros de la Mesa Redonda, quien asume el reto como parte de su destino para evitárselo a su tío Arturo. 

Y así, con un difícil equilibrio entre lo sobrenatural y lo realista que casi anticipa el realismo mágico contemporáneo, arranca un proceso de exaltación de la lealtad y el valor y sobre todo de depuración personal de Gawain en un poema narrativo “compuesto según las fórmulas prosódicas de la poesía aliterativa”, como señalan Bernardo Santano y Fernando Cid en la magnífica Introducción con que presentan esta edición bellamente ilustrada y anotada con rigor científico y capacidad iluminadora. 

Una introducción en la que abordan aspectos como la técnica aliterativa del poema, su autoría, sus antecedentes literarios o la tradición simbólica del color verde antes de concluir que “Sir Gawain y el Caballero Verde no narra solo una aventura caballeresca, sino un tránsito iniciático, un descenso simbólico a las raíces del mito y de la psique. El eco de antiguos ritos vegetales resuena bajo la armadura bruñida del joven caballero. La decapitación no es un fin, sino un umbral; la sangre no es muerte, sino semilla. El Caballero Verde, como un brote inesperado en pleno invierno, no desafía a Gawain: lo convoca a su es metamorfosis. Y en su fulgor vegetal, el lector vislumbra que todo final verdadero es también un principio renovado. Porque en los pliegues del mito, la naturaleza no castiga: enseña.  Y todo aquel que se atreve a mirar más allá del acero, del miedo y del mandato cortesano (como lo hace el propio lector que avanza entre estas líneas), renace.”

No hace falta decir más -y no se debe decir menos- para invitar a la lectura de un poema inmortal que refleja también una aventura intensamente simbólica, la de la alegórica travesía de la vida, en esta admirable edición en español.