Tres ciudades de La rosa cúbica
MARGARIDA
Como una rosa cúbica,
su dios le fue arrancando
uno a uno sus pétalos.
Y cayó así la hermosa
corola de sus muros
y una a una sus casas
-sí, no, sí, no, sí, no-
hasta dar en la plaza
con su fuente de estambres.
No encontró dentro de ella
la respuesta esperada
y acabó destrozándola.
Ciudad, flor o palabra
que te niega ese sueño
con que un día la soñaste.
Es la primera de las veinticinco ciudades imaginarias y errantes que José Antonio Ramírez Lozano ha reunido en La rosa cúbica, con la que obtuvo -para sorpresa hipócrita de un bobo poco o nada ilustrado- el premio de poesía Generación del 27 que otorga el Ateneo de Sevilla.
Esa ciudad es la que abre el libro que toma su título -La rosa cúbica - del primero de sus versos. Un libro que, con Calvino al fondo desde la cita inicial, explora temas como el sueño o la palabra, el tiempo y la memoria o el olvido que devasta el nombre de Corintia:
CORINTIA
El olvido devasta
cada noche su nombre.
Sus arqueros de nuevo
con el alba se afanan
en cavar los cimientos
y convocar la piedra.
Su invocación, la torre.
Su sílaba, la cal.
Ni manos ni andamiajes,
con pronunciarlos basta.
El día es su derrota
y su victoria el día.
Nunca fragilidad
fuera defensa tanta.
Y si las de Calvino eran ciudades invisibles, estas ciudades del sueño de Ramírez Lozano, también con nombres de mujer, son ciudades bien visibles desde su mirada plástica y simbólica. Ciudades que se miran a sí mismas y remueven los cimientos de su pasado, en la dudosa luz de los otoños moribundos y los inviernos corruptores, en el cruce inesperado de hormigas y martirios, de sueños repetidos, de palabras y ahogados, con pájaros de plomo y caballos sin dueño, laberintos de tiempo y serpientes de agua.
Una guía de ciudades insomnes, con muros y espadañas y trenes y crepúsculos. Una imagen del mundo sostenida en la oscura palabra del poeta sobre su propio abismo, como esta ciudad del puente que se sostiene sobre el vacío de las palabras sin nombre:
PONTINIA
Pontinia se sostiene
sobre su propio abismo.
Alguien la construyó
en mitad de su nombre
haciendo así de puente
entre lo que será y lo que ha sido.
Sólo de pronunciarse se sostiene.
Vive entre su pasado y su futuro
manteniéndose acaso
de su oscura sintaxis,
del arco de su salmo,
de casar cada día
dos jóvenes hermosos,
uno de cada orilla.
Los viajeros que cruzan
y pernoctan en ella
pagan antes sin falta
con un nudo el portazgo
y arrojan al vacío
las palabras sin nombre.
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