19 noviembre 2025

Catafalco. Carl Jung y el fin de la humanidad

 


Era una noche de comienzos del 2011.
Yo todavía no conocía la visión final que Jung había tenido cincuenta años atrás sobre los cincuenta últimos años de la humanidad. Mi mujer y yo estábamos viviendo en las montañas de Carolina del Norte, y fue como una llamada en mitad de aquella noche que no pude resistir por más tiempo. Supe que debía sumergirme profundamente en mí mismo para ver qué estaba ocurriendo con mi vida, con mi trabajo, con el mundo.
Y después vino la conmoción de que se me mostrara de súbito lo que ya había ocurrido, no solo en mi pequeña vida, en mi mundo privado.
En medio de la intensa calma que a veces llega en medio de la noche, veo que todo se ha detenido. Pero la quietud está llena de terror, porque no es la quietud de la naturaleza descansando en la noche.
Es la quietud al final de una civilización. Literalmente, nuestro mundo occidental ha llegado a su fin.

Son algunos párrafos de Catafalco, el libro de Peter Kingsley que publica Atalanta con una espléndida traducción de José Manuel Espadas que llega hoy a las librerías. 

Como un libro peligroso y provocador ha sido calificado este ensayo en el que Kingsley explora el legado intelectual de Carl Gustav Jung y Henry Corbin sobre la naturaleza de las culturas y el destino de la civilización occidental:

Cuando miré más de cerca, pude ver que cada cultura tiene un momento lineal específico, exactamente como los movimientos en espiral descritos por Empédocles que subyacen a cada ciclo cósmico. En un ciclo, todo gira en una dirección hasta que acaba por detenerse.
Por un momento indefinible. ni dentro ni fuera del tiempo, existe una quietud entre dos movimientos contrarios. Entonces todo comienza a rotar en dirección opuesta. Y este es el punto al que hemos llegado: el precario equilibrio de absoluta quietud al final de un movimiento, de un ciclo, de un impulso direccional, antes de que todo gire al revés.
Tal como ocurre con el cosmos, lo mismo ocurre con cualquier animal o ser humano, así como con la vida de una civilización. Y esta civilización ha llegado al final. El movimiento se ha detenido. La energía detrás de su momento lineal ha terminado, está agotada.

Un agotamiento que debemos presenciar con más distancia que dolor. Para ello nos prepara el subtítulo, Carl Jung y el fin de la humanidad. Y más todavía el título funeral:

Es el silencio de todo lo que conoces cuando llega a su fin, nada más. Pero, sin duda, darse cuenta conscientemente causaría una conmoción demasiado grande. Entonces lo que ocurre es que -como una rueda o un disco que continúa girando después de haber sido apagado- la gente sigue corriendo de un lado a otro porque no quiere ver que todo se ha detenido.
Exactamente igual que esos personajes de dibujos animados que salen corriendo hacia el vacío y no ven que están justo sobre el abismo, nosotros seguimos adelante tratando de pensar que todo es normal. Por unos instantes irreales, corremos sobre un espacio vacío, aunque ya no hay nada, ni fundamento ni soporte, que nos sostenga o nos impulse hacia delante. Nos vemos transportados, sencillamente, por un residuo fantasmagórico de aquel impulso original que ahora no es más que el momento lineal de nuestros propios hábitos inconscientes. 
Pero también esto se apagará: irá deteniéndose hasta que todo caiga, es decir, hasta que se produzca el caos.

Distanciada frialdad y lucidez ante el fracaso, porque este final “no es más que un proceso de la naturaleza, nada de lo que haya que asustarse. Nuestra cultura, como cualquier otra cultura en el pasado o en el futuro, es un mero organismo natural, como implica la propia palabra. Y todo organismo es finito, lo que significa que muere. 
El gran problema es que, desde un punto de vista humano esto es casi imposible de aceptar. Es tan difícil no querer esconder nuestras intuiciones más profundas en algún lugar dentro de un cajón; es tan indigno seguir adelante y ocultarlas.
Pero sin duda el sentimentalismo no va a ayudar. Tampoco, en este caso, la esperanza.
Ni tampoco la tecnología que nos ha traído hasta aquí, pues hace mucho tiempo que perdimos las claves de su dimensión sagrada. De manera consciente, ya no tenemos la sabiduría o el conocimiento necesarios, aunque con nuestros trucos y juguetes nos encanta engañarnos a nosotros mismos creyendo que sí los tenemos.
Hemos olvidado lo que en verdad significa anhelar esa sabiduría; aullar por su pérdida.
Y justo al borde del precipicio seguimos tratando de engañarnos pensando que todo va a ir bien.”

Poco más que añadir. Sólo que este Catafalco, que toma su título del último de los cuatro ensayos del libro, es una brújula en mitad del caos. Una lectura radical del legado junguiano y un texto imprescindible para tener una noción de lugar de la situación de la cultura occidental y su pérdida de identidad, desvinculada de sus raíces ancestrales. 

Filosofía y literatura, poesía y profecía confluyen en las páginas de esta biografía espiritual de un Jung místico, gnóstico y profético que sigue la senda chamánica de Pitágoras, Parménides y Empédocles en su viaje visionario a la irracionalidad y a la locura. 

Un volumen en el que Kingsley, filósofo y profeta de estirpe junguiana, ofrece, a través de la figura del autor del Libro Rojo, un diagnóstico deprimente y certero de la civilización occidental y un pronóstico oscuro de la cultura en un futuro tan inmediato que contagia ya al presente:

Puede que por un tiempo parezca que todo sigue en funcionamiento. Pero nuestro rol en la existencia ha sido vaciado; nuestro propósito humano en este planeta está patas arriba.

La segunda mitad de las casi ochocientas páginas de Catafalco la ocupa un enorme despliegue de notas, sobre las que Kingsley avisa que “son un chiste, grotescos monumentos a una cultura que se ha abandonado a sí misma. Pero si pones cuidado en sumergirte en ellas, tal vez encuentres que algunas son como libros en miniatura que ofrecen una apertura a otro mundo.”

Y añade para concluir: 

En cuanto al sentido que hay detrás de todo esto, es muy sencillo. El sentido es despojarnos de todo, hasta de Jung, que tanto necesita ser liberado, hasta de este libro.
Solo al desprendernos de todo, incluso de nosotros mismos, sembramos las semillas del futuro.

Rematado con un espléndido indice analítico y onomástico, este es su colofón:

Así como soy oscuro, y lo seré 
con aquellos a los que no tengo intención de darme a conocer, 
la totalidad de este libro permanecerá incomprensible; 
y no le espera mucho a quien no haya recibido sus dones.