La piel de toro, en Letras Hispánicas
“Escribí La pell de brau entre las fechas [junio de 1957-julio de 1958] que figuran al pie del libro. Con él me proponía demostrar, frente a unas palabras de Ortega, que también los hombres de la periferia peninsular éramos capaces de entender el complejísimo conjunto de los esenciales problemas ibéricos, de procurar resolver la tan difícil, entorpecida y entorpecedora convivencia ibérica.”
Con ese párrafo abría Salvador Espríu (1913-1985) el prólogo a la reedición bilingüe en 1976 de La piel de toro, que había aparecido en 1960 en su versión original en catalán (La pell de brau) y había tenido en 1963 una edición bilingüe en Ediciones de Ruedo Ibérico con traducción de José Agustín Goytisolo.
Esa imagen plástica de la Península ibérica como una piel de toro aparecía en el Libro III de la Geografía de Estrabón (63 a.C.-19 d.C), que nunca se había acercado a la península y se había basado en los escritos de Polibio y de Posidonio de Apamea, de quien parece que procede la conocida metáfora que da título al libro de Espríu.
Acaba de aparecer en Cátedra Letras Hispánicas en una edición bilingüe con traducción de Ramon Balasch y Andrés Sánchez Robayna e introducción y notas de Maria Moreno Domènech, que recuerda en el prólogo a propósito de su recepción que “a la vez que es un libro que se integra impecablemente en la estructura total de la obra espriuana, ha sido considerada una rara avis en su corpus literario. Es un libro que recibió críticas feroces por parte de intelectuales como Joan Ferraté, que lo señaló como un libro inferior a toda su poesía precedente y, al mismo tiempo, es el que catapultó a Espriú a la fama literaria. […] Resulta paradójico que el libro considerado por muchos el menos representativo de su obra e incluso poéticamente inferior, sea el más editado, traducido y comentado.”
Una paradoja añadida a lo que parece ser el signo de la obra desde las contradicciones de antónimos sobre las que se construye el primero de los cincuenta y cuatro poemas que lo componen:
El toro, en la arena de Sepharad,
embestía la piel tendida
y la convierte, alzándola, en bandera.
Contra el viento, esta piel
de toro, del toro cubierto de sangre,
es ya jirón henchido por el oro
del sol, por siempre librado al martirio
del tiempo, oración nuestra
y blasfemia nuestra.
A la vez víctima, verdugo,
odio y amor, lamento y risa,
bajo la ciega eternidad del cielo.
No estoy seguro de si aquellas críticas inusualmente agresivas tenían más que ver con lo ideológico y lo político que con lo estrictamente poético o si son una mezcla explosiva de los dos criterios ante la obra de “un hombre de la periferia ibérica que intentó comprender tiempo ha el complejo enigma peninsular” que era la intención confesada por el autor en un prólogo de 1968.
En todo caso, predominen el complejo o el enigma, parece que hicieron daño a un Espríu que confesaba en el ya mencionado prólogo de 1976: “Pronto me pregunté, y continúo preguntándome, si el esfuerzo ha merecido la pena. Por esto escribí enseguida el Llibre de Sinera, de un alcance y de una significación muy distintos.”
Volvía así, ya en 1959, tras ese paréntesis de poesía civil y didáctica, al territorio mítico de Sinera, anagrama del Arenys de sus raíces familiares, al que había dedicado su primer libro, tardío, de poesía, Cementerio de Sinera, que apareció en 1946. Es también el topónimo poético del imaginario personal y colectivo sobre el que se proyecta su obra narrativa, dramática y lírica.
Memoria y paisaje configuran el universo poético de Salvador Espríu. Un universo elegíaco y simbólico que evoca un mundo perdido y soñado a través de una poesía contemplativa y hermética que tiene como centro la presencia constante de la muerte y alcanza su culminación en Libro de Sinera y en Semana Santa, seguramente su cumbre poética.
Es una poesía que desde su conciencia angustiada de la pérdida construye una mitología propia que se mueve entre lo lírico y lo onírico, una mitología poética que hace una transposición poética de la historia para tender puentes entre el pasado y el presente, entre lo personal y lo colectivo, entre lo metafísico y lo histórico, entre la utopía y la realidad o entre la reflexión política y el didactismo moral, como en el que seguramente es el más conocido de los poemas del libro, el XLVI, que adopta un tono sapiencial característico de La piel de toro:
A veces es necesario y forzoso
que un hombre muera por un pueblo,
pero nunca ha de morir todo un pueblo
por un hombre solo:
recuerda siempre esto, Sepharad.
Haz que sean seguros los puentes del diálogo
e intenta comprender y amar
las razones y las hablas diversas de tus hijos.
Que poco a poco caiga la lluvia en los sembrados
y el aire pase como una mano tendida
suave y muy benigna sobre los anchos campos.
Que viva Sepharad eternamente
en el orden y en la paz, en el trabajo,
en la difícil y merecida
libertad.
Casi cincuenta años después de la edición en 1977 de una amplia Antología lírica bilingüe preparada por José Batlló para esta misma colección, esta edición de La piel de toro ofrece una nueva posibilidad de adentrarse en una poesía que, como señala Maria Moreno Domènech, “es siempre un recorrido hacia el conocimiento, una búsqueda constante del propio ser.”

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