25 octubre 2025
24 octubre 2025
Los adioses en Letras Hispánicas
Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada. Hizo algunas preguntas y tomó una botella de cerveza, de pie en el extremo más sombrío del mostrador, vuelta la cara —sobre un fondo de alpargatas, el almanaque, embutidos blanqueados por los años— hacia afuera, hacia el sol del atardecer y la altura violeta de la sierra, mientras esperaba el ómnibus que lo llevaría a los portones del hotel viejo.
Quisiera no haberle visto más que las manos, me hubiera bastado verlas cuando le di el cambio de los cien pesos y los dedos apretaron los billetes, trataron de acomodarlos y, en seguida, resolviéndose, hicieron una pelota achatada y la escondieron con pudor en un bolsillo del saco; me hubieran bastado aquellos movimientos sobre la madera llena de tajos rellenados con grasa y mugre para saber que no iba a curarse, que no conocía nada de donde sacar voluntad para curarse.
En general, me basta verlos y no recuerdo haberme equivocado; siempre hice mis profecías antes de enterarme de la opinión de Castro o de Gunz, los médicos que viven en el pueblo, sin otro dato, sin necesitar nada más que verlos llegar al almacén con sus valijas, con sus porciones diversas de vergüenza y de esperanza, de disimulo y de reto.
Con esos tres párrafos memorables comienza Los adioses, de Juan Carlos Onetti, seguramente su cima literaria y desde luego una de las mejores novelas cortas que se han escrito en español.
Quien habla en esos párrafos es el narrador, almacenero de un pueblo de montaña al que acude el protagonista anónimo para tratarse su tuberculosis, la enfermedad que ha padecido también el narrador: “Hace quince años que vivo aquí y doce que me arreglo con tres cuartos de pulmón.”
Cátedra Letras Hispánicas acaba de publicar una estupenda edición de Los adioses, anotada y prologada por Pablo Rocca, que antes de centrarse en el análisis de la obra hace un recorrido por la biografía y la obra del autor, “en relación dinámica con su época, con la situación editorial, literaria y periodística, a las que Onetti estuvo integrado, en mayor o menor medida.”
Después de haber fundado en 1950 Santa María en La vida breve, Onetti se alejó en Los adioses (1954) de esa ciudad para situar la acción en un pueblo de sierra adonde -como en La montaña mágica- acuden a convalecer enfermos de tuberculosis.
Antiguo jugador de baloncesto, delgado y alto, taciturno y misterioso, el recién llegado protagonista sin nombre tiene unos cuarenta años y recoge en el almacén, que funciona también como estafeta de correos y como cantina, cartas de dos mujeres: las de una con sobres escritos a mano y con sobres mecanografiados las de la otra.
Y hasta ahí las certezas. Desde ahí todo es enigma y oscura ambigüedad, conjetura reconstruida desde el punto de vista poco fiable -como sabremos después- del almacenero o con las impresiones añadidas del enfermero y de Reina, la mucama del hotel donde se aloja el protagonista. Entre todos ellos alimentan los rumores y las sospechas, los juicios y los prejuicios de un coro desorientado en torno a un protagonista en demolición, a un hombre hermético y distante, de vuelta de todo.
Las dos mujeres acaban encontrándose con el protagonista en el pueblo: una de ellas, con un niño pequeño, lo trata como si fuera su mujer y vive con él en el hotel. La otra, mucho más joven, rubia, parece una intrusa en la relación, parece su amante. Para ella alquila un chalet en la colina. Tal como se nos muestra por parte del narrador, la situación parece la de un triángulo amoroso.
“Es probable -aventura el imaginativo narrador- que él haya intentado poseer a la mujer, pensando que le sería posible transmitirle los júbilos que rescatara con la lujuria”. Y en otra ocasión: “Imaginaba la lujuria furtiva, los reclamos del hombre, las negativas, los compromisos y las furias despiadadas de la muchacha, sus posturas empeñosas, masculinas.”
De esa manera -como Henry James en esas otras obras maestras de la ambigüedad y de lo que oculta el narrador subjetivo que son Otra vuelta de tuerca y Los papeles de Aspern- Onetti le tiende una trampa al lector: le incita primero a dejarse arrastrar por la versión del narrador -una interpretación malévola aunque aparentemente objetiva-, a asumir esa mirada por el espejismo de un narrador engañosamente omnisciente.
Y luego, ya en las páginas finales, le invita a rebelarse contra esa versión y a jugar un papel activo ante la trama de los hechos para reinterpretar la historia al margen de lo que no eran más que especulaciones malintencionadas del narrador y del pueblo.
Especulaciones con las que se había elaborado una narración filtrada desde el principio por el punto de vista del narrador, contaminado por la maledicencia o por prejuicios que confundían la realidad y las apariencias o por descripciones físicas a las que les superpone tramposamente la deducción psicológica (“No es que crea imposible curarse, sino que no cree en el valor, en la trascendencia de curarse”) o la implicación sentimental o moral de los rasgos físicos objetivos: “Ahora pude ver la cara del hombre, enflaquecida, triste, inmoral.”
Y una vez revelada, en una antigua carta retenida y olvidada por el almacenero, la falsedad de las especulaciones y los chismorreos, la reacción del narrador es esta:
Sentí vergüenza y rabia, mi piel fue vergüenza durante muchos minutos y dentro de ella crecían la rabia, la humillación, el viboreo de un pequeño orgullo atormentado. Pensé hacer unas cuantas cosas, trepar hasta el hotel, y contarlo a todo el mundo, burlarme de la gente de allá arriba como si yo hubiera sabido de siempre y me hubiera bastado mirar la mejilla, o los ojos de la muchacha en la fiesta de fin de año -y ni siquiera eso: los guantes, la valija, su paciencia, su quietud- para no compartir la equivocación de los demás, para no ayudar con mi deseo, inconsciente, a la derrota y al agobio de la mujer que no los merecía; pensé trepar hasta el hotel y pasearme entre ellos sin decir una palabra de la historia, teniendo la carta en las manos o en un bolsillo.
Y poco después, superadas ya la rabia y la vergüenza, estas frases cínicas:
Salí afuera y me apoyé en la baranda de la galería, temblando de frío, mirando las luces del hotel. Me bastaba anteponer mi reciente descubrimiento al principio de la historia, para que todo se hiciera sencillo y previsible. Me sentía lleno de poder, como si el hombre y la muchacha, y también la mujer grande y el niño, hubieran nacido de mi voluntad para vivir lo que yo había determinado. Estuve sonriendo mientras volvía a pensar esto, mientras aceptaba perdonar la avidez final del campeón de basquetbol. El aire olía a frío, y a seco, a ninguna planta.
“Los adioses -escribe Pablo Rocca en su estudio introductorio- tiene algo de relato mítico por su planteamiento, y el encubrimiento de las identidades que tiende, al menos desde ciertos ángulos, a la búsqueda de la universalidad, a la «aventura del hombre», para decirlo con un sintagma que colonizó la interpretación durante décadas.” Y añade más adelante que “Los adioses bucea en un relato que escatima más de lo que muestra, que rechaza asociarse a un mensaje claro y positivo.”
En un texto iluminador de Wolfgang A. Luchting (“El lector como protagonista de la novela”) que suele incorporarse como prólogo o como epílogo de las ediciones de Los adioses, se revelan las claves de ese juego de escamoteos y engaños con el lector y con el punto de vista que son el núcleo del relato. Pero también se deja abierta la posibilidad de dar otra vuelta de tuerca y otra interpretación del ambiguo triángulo que forma la relación del hombre con las dos mujeres: “¿qué pasa -se preguntaba Luchting- si la muchacha no es la hija del hombre? ¿Si este le ha mentido a la mujer, fuese solo para tener su tranquilidad y, por supuesto, para mantener sus amores con las dos?”
Onetti respondió a ese breve ensayo con una página, “Media vuelta de tuerca”, que asumía la lectura de Luchting e iba un paso más allá para que la ruleta de la lectura siguiera girando, para volver a abrir un abismo de ambigüedad y perplejidades en el lector. Escribe Onetti en ese texto, incorporado ya indisolublemente a la novela como una coda que en esta edición se reproduce en el Apéndice:
Luego de leer inevitables interpretaciones críticas y escuchar en silencio numerosas opiniones sobre «Los adioses», comprendí que había omitido una vuelta de tuerca, tal vez indispensable. Para mejor comprensión o para que todo quedara flotando y dudoso. Ahora surge desde Lisboa Herr Wolfgang Luchting, escribe sobre el libro con una gracia de profundidad que nada tiene de teutona y al final del estudio aventura, sorprendentemente, una media vuelta de tuerca que nos aproxima a la verdad, a la interpretación definitiva. Pero sigue faltando una media vuelta de tuerca, en apariencia fácil pero riesgosa, y que no me corresponde hacerla girar.
Lo importante es que gracias a Herr Luchting, mi amigo y cofrade, nos vamos acercando.
23 octubre 2025
Cuentos de Ray Bradbury
Adentrarse en el silencio que era la ciudad a las ocho de una tarde de niebla en noviembre, poner un pie en la acera de cemento abollado, pisar las grietas herbosas y avanzar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios; al señor Leonard nada le gustaba más. Se detenía en la esquina de un cruce a observar las largas aceras de las avenidas que se extendían en cuatro direcciones iluminadas por la luna, para decidir hacia dónde ir, aunque en realidad daba lo mismo; estaba solo en el mundo del año 2053, ο prácticamente solo, y una vez tomada la decisión, elegido el camino, echaba a andar a zancadas, exhalando formas de aire helado como humo de puro.
A veces caminaba durante horas y kilómetros y regresaba a su casa a medianoche. Y de camino veía casas de campo y unifamiliares con las ventanas oscuras, y no era distinto a pasear por un cementerio en el que tan solo los débiles destellos de las luciérnagas parpadeaban al otro lado de los cristales. Fugaces fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes de dentro, en habitaciones en las que las cortinas seguían descorridas por las noches, o se oían susurros y murmullos en la ventana todavía abierta de un edificio sepulcral.
El señor Leonard hacía una pausa, ladeaba la cabeza, escuchaba, miraba y seguía su camino, sin hacer ruido al pisar la acera bacheada. Hacía mucho que había tomado la sabia decisión de ponerse zapatillas para pasear de noche, porque jaurías esporádicas de perros lo acompañaban con ladridos si llevaba suelas duras, ya veces se encendían algunas luces y aparecían caras y la calle entera se sobresaltaba con el paso de una figura solitaria, él, al caer la tarde de noviembre.
Con esos tres párrafos comienza El peatón, un relato breve de Ray Bradbury (1920-2012) que algunos críticos tienen como “uno de los mejores cuentos jamás escritos.”
Es uno del largo centenar de cuentos que reúne en un amplio volumen Páginas de Espuma en su imprescindible colección Voces/Literatura con traducción de Ce Santiago, prólogo de Laura Fernández e ilustraciones de Arturo Garrido en el estilo de Ray Bradbury.
Ha preparado la monumental edición Paul Viejo, que señala en la nota previa que “reunir en un solo volumen una antología representativa de la narrativa breve de Ray Bradbury implica asumir un reto doble: por un lado, la amplitud y riqueza de una obra que abarca más de siete décadas; por el otro, la naturaleza cambiante de los propios textos, reescritos, trasladados, reciclados y renombrados a lo largo de los años por un autor que nunca dejó de trabajar sobre su propio pasado. Bradbury fue, en este sentido, no solo un narrador infatigable sino también un editor de sí mismo. Esta antología -la más extensa publicada hasta ahora en lengua española- propone una retrospectiva amplia y generosa de su trayectoria, sin pretender agotar todas sus facetas, pero sí permitiendo que el lector acceda a la diversidad de tonos, temas y enfoques que lo convirtieron en uno de los cuentistas fundamentales del siglo XX.”
Organizada cronológicamente, esta amplísima selección es una muestra representativa que recoge ciento dieciséis cuentos. Es más de una cuarta parte de la abundante narrativa breve de Ray Bradbury, prolífico autor -además de la famosa distopía futurista Farenheit 451- de más de cuatrocientos cuentos, entre ellos los muy conocidos que aparecieron en Crónicas marcianas y en El hombre ilustrado. Además de esos relatos ya clásicos se incorporan a esta antología otros cuentos menos conocidos, escritos en una trayectoria de siete décadas que comenzó el verano de 1942, y algunos que se traducen por primera vez al español. Esa disposición cronológica de los relatos permite no sólo seguir la evolución literaria de su autor, sino comprobar las conexiones temáticas que se establecen entre unos cuentos y otros.
Así presenta a Bradbury Laura Fernández en su prólogo, que titula “Conjuren sus palabras, alerten a su personalidad secreta, saboreen la oscuridad, están a punto de (DESAPARECER) en la mente (COLMENA), oh, esa creadora de (MUNDOS), (SUEÑOS) y (PESADILLAS), capaz de batirse a muerte o cazar (TIGRES), del inigualablemente (FABULOSO) Ray Bradbury”:
“Bien, el hombre que ha anotado ese puñado de palabras, que ha hecho esa (LISTA), fue siempre un hombre (LIBRE), en el sentido más amplio y sentimental de la palabra. Su nombre es Ray Douglas Bradbury, y desciende de la temible, y en realidad, sobre todo, también, (LIBRE), Mary Bradbury, la bruja que se dio a la fuga y nunca pudo ser quemada después de someterse a los Juicios de Salem –murió por causas naturales en 1700–. Una vez posó para un fotógrafo. Oh, no Mary sino Ray, Ray Bradbury. Lo hizo en Waukegan, Illinois. Corría el año 1923. Tenía tres años. En la fotografía, el pequeño, el valiente, oh, su pose es pura acción encantada, Ray, corte de pelo a tazón, viste peto oscuro, está descalzo, ha enterrado sus diminutas manos de niño de tres años en los bolsillos, parece triste, pero es una tristeza de nube pasajera porque no es más que un niño y todo en él aún es pasajero. Está frunciendo el ceño ligeramente y (TOMÉNME EN SERIO), dice ese ceño, (PORQUE ESTOY LISTO), dice.
¿Listo para qué? Oh, para hacer del mundo, ese que compartimos ustedes y yo, un lugar aún más grande y (APASIONANTE). Porque ese niño que se convirtió en un hombre que hacía listas de palabras, vivió dentro de sí mismo, a la vez, en todos los tiempos posibles, disfrutando de un inagotable (ASOMBRO) ante el (MILAGRO) absurdo del (MUNDO), el planeta, lo que sea que somos. Y supo hacer de ese (ASOMBRO) pequeños mundos dentro del mundo, en los que, prepárense, la (REALIDAD), eso en lo que creemos estar existiendo, se abre, de par en par, para descubrir en su interior otra realidad que tal vez siempre estuvo ahí, o que, qué demonios, como ocurre en el primer cuento de esta colección («EL VIENTO»), acaba de aparecer, o aparece cada vez, solo para ti.”
Por encima de su pertenencia al género fantástico o de ciencia ficción, Ray Bradbury, que hizo una potente celebración de la escritura en los ensayos de Zen en el arte de escribir, es uno de los grandes narradores de la segunda mitad del XX, un autor cuya transcendencia ha sobrepasado el territorio estricto de la literatura para inundar el campo del cine, la televisión o el cómic e incorporarse por todas esas vías al imaginario colectivo de lo contemporáneo.
Bradbury escribió sobre Marte como si escribiera de la Tierra, imaginó el futuro imperfecto para explorarlo con nostalgia y fabuló sobre máquinas con capacidad para las emociones o los sueños. Pero además muchos de estos relatos son una alegoría que entre lo fantástico y la fábula moral, entre el sueño y el peligro, plantea una ética futurista, una reflexión sobre el sentido de la existencia, la guerra y las pulsiones autodestructivas de la humanidad, el racismo y el colonialismo, el conformismo y la censura, la deshumanización, la muerte, la soledad y el miedo. O un aviso profético de las peligrosas consecuencias que acechan a una civilización automatizada, y a una tecnología que acaba aniquilando al individuo, como en las casas robóticas de dos de sus mejores relatos: Vendrán lluvias suaves y La sabana.
“¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica”, escribió Borges en el prólogo a los relatos de los Cuentos marcianos.
Y es que, entre El viento (1943), el primer relato recogido en esta antología, y el que lo cierra, Un encuentro literario (2009), en la mirada lírica de Bradbury, en el viaje en el tiempo de El sonido del trueno, en el Marte en ruinas de El picnic milenario, en la nostalgia de la infancia de En una noche de verano o en el efecto mariposa de Se oyó un trueno, en sus fantasías futuristas o macabras y en sus historias llenas de suspense y de terror, o en el final intenso y abierto de El hombre incandescente hay muchas veces un elemento perturbador que inquieta al lector en lo más profundo de su conciencia.
Vuelvo otra vez a Borges, que veía a Bradbury como “heredero de la vasta imaginación” de Poe y explicaba memorablemente que “Otros autores estampan una fecha venidera y no les creemos, porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado —el dark backward and abysm of time del verso de Shakespeare—. Ya el Renacimiento observó, por boca de Giordano Bruno y de Bacon, que los verdaderos antiguos somos nosotros y no los hombres del Génesis o de Homero.”
“Desde su primera publicación importante hasta sus últimos cuentos inéditos recopilados póstumamente -escribe Paul Viejo en la Nota a la edición-, Bradbury construyó una obra que desafía los géneros, que atraviesa décadas sin envejecer, que conmueve tanto como perturba. Fue un autor popular -sus libros vendieron millones de ejemplares-, pero también fue un escritor rotundamente personal, casi visionario. Supo anticipar muchas de las ansiedades contemporáneas: la sobreexposición tecnológica, la soledad urbana, la banalización del horror. Pero lo hizo sin renunciar jamás a la emoción, a la imaginación, a la esperanza incluso en medio de la ruina. Su literatura no es la de los futuros posibles, sino la de las memorias imposibles.”
22 octubre 2025
Animalario juanramoniano
En cinco partes -Criaturas del aire, Los amigos del hombre, Animales silvestres, Los amigos de Platero y Jardín de fieras- organiza Rocío Fernández Berrocal la poblada Antología de los animales en la obra de JRJ que ha titulado significativamente Platero y otros.
La abre una introducción en la que la reconocida especialista en la obra juanramoniana destaca que JRJ “defendía «frecuentar lo animal». En la esencia de los seres puros como los animales encuentra su propia profundidad como «animal de fondo» que se considera. El animal se conecta para él con el todo, algo de lo que se ha apartado el ser humano y a lo que debe volver.”
Platero y otros contiene un extenso animalario en verso y prosa que convoca a los volátiles y los domésticos, a los silvestres y a los amigos de Platero para concluir con un apartado final que reúne bajo el rótulo Jardín de fieras las “comparaciones audaces y líricas” que Juan Ramón prodigó a lo largo de su obra.
Y no siempre con buenas intenciones, como cuando llama a Hitler “Gorila alemán” y quizá también cuando afirma que Rubén Darío “tenía algo de gran marisco náufrago”, lo que no parece una comparación muy deseable ni embellecedora, francamente.
Y tras la antología, en un espléndido “Estudio final”, Fernández Berrocal destaca la importante presencia del reino animal en la vida y la obra de Juan Ramón, que se definió en un aforismo de Guerra en España como “libre animal poético”.
Así se titula el primero de los tres apartados de ese estudio final, que aborda también la intensa fusión juanramoniana del poeta y del hombre con la naturaleza, que “representaba para JRJ elementos clave en su vida y en su obra, la desnudez y la pureza, lo verdadero, lo esencial” y la identificación del poeta con el “humilde ruiseñor del paisaje” de sus Elegías lamentables.
“Soy animal de fondo de aire”, escribió en un poema de su tercera época, en la que sigue ladrando incesantemente un perro desde la cima poética de su poema Espacio:
No, ese perro que ladra al sol caído, no ladra en el Monturrio de Moguer, ni cerca de Carmona de Sevilla, ni en la calle Torrijos de Madrid; ladra en Miami, Coral Gables, La Florida, y yo lo estoy oyendo allí, allí, no aquí, no aquí, allí, allí. ¡Qué vivo ladra siempre el perro al sol que huye!
Lo publica la Editorial Okto, de Moguer, donde se presenta esta tarde en la Casa Museo Zenobia Juan Ramón Jiménez.
21 octubre 2025
Cómo se forjó la Revolución francesa
“Los acontecimientos no vienen desnudos al mundo. Vienen revestidos de actitudes, suposiciones, valores, recuerdos del pasado, pronósticos de futuro, esperanzas y temores, entre otras muchas emociones. Para comprender los acontecimientos es necesario describir las percepciones que los acompañan, pues ambos son inseparables. Este libro narra cómo vivieron los parisinos la secuencia de acontecimientos que se extendió desde el final de la guerra de sucesión austriaca (1740-1748) hasta la toma de la Bastilla en 1789.
La «historia de los acontecimientos» fue despreciada durante décadas por los historiadores profesionales —las principales figuras de la escuela de los Annales en Francia se referían con desdén a los acontecimientos como una fina capa que cubría las estructuras profundas del pasado—, pero está experimentando un renacimiento y puede reformularse, creo, no como una mera lista de sucesos, sino como una forma de entender cómo la gente interpretaba dichos sucesos. Sus reacciones proporcionan indicios sobre la opinión pública, que los historiadores estudian a menudo, y también sobre algo más profundo: la conciencia colectiva”, escribe Robert Darnton en la introducción de El temperamento revolucionario, que acaba de publicar Taurus con traducción de Jordi Ainaud i Escudero.
Antes de este monumental ensayo que culmina tres décadas de investigación, ya debíamos a Robert Darnton (Nueva York, 1939) cuatro libros impagables de historia cultural: El coloquio de los lectores; Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen;:Censores trabajando y La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa.
Cuatro libros portentosos en los que Darnton aborda la historia de las mentalidades en la Francia dieciochesca con un rigor documental intachable, con una admirable agudeza interpretativa y una enorme capacidad narrativa para iluminar aquellos procesos culturales y su relación con la historia política y social.
Una historia cultural de las mentalidades, una “historia con espíritu etnográfico”, como señaló el propio Robert Darnton en La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. Y una forma de historia cultural que, con antecedentes memorables como El otoño de la Edad Media de Huizinga, pertenece al campo de las ciencias interpretativas para plantearse cómo cambia el sistema de valores de una época a otra, qué peso tiene la formación de la opinión pública en el desarrollo de los acontecimientos históricos o cuál es el motor que genera una revolución. Y así, tal vez sabiendo lo que leían los franceses de los años previos a la Revolución se pueda aventurar una respuesta a esas preguntas.
A partir de los libros de Darnton hay otra manera de ver y de narrar aquella realidad que se convirtió en caldo de cultivo de la revolución: desde la perspectiva contemporánea a los hechos y la reconstrucción del universo mental de sus protagonistas a partir del estudio de las ediciones y autores del Siglo de las Luces, de la letra impresa que circuló antes, durante y después de la Revolución Francesa en libros, folletos y gacetas que propagaron el pensamiento ilustrado y revolucionario.
Porque los primeros fuegos revolucionarios se prendieron en los bajos fondos de la literatura francesa, con la circulación clandestina de obras que escapaban a la ortodoxia y a la censura. Y por eso la mirada intrahistórica de Darnton se centra en la trastienda ideológica y social que está en la raíz de la Revolución y atiende fundamentalmente a la creación, la difusión y la lectura de la literatura prohibida antes de la Revolución.
Limitado en su ámbito geográfico a París, de cuyo complejo ambiente social, su agitada vida diaria y sus intrigas políticas hace una memorable reconstrucción, El temperamento revolucionario es una exploración en el sistema de información por el que circulaban noticias y rumores que crearon el caldo de cultivo del estallido revolucionario: los diarios y la correspondencia, las gacetas y los boletines clandestinos de noticias circularon por todos los niveles sociales: desde los salones a los mercados, dede la corte versallesca a los cafés y las calles y no sólo crearon ese ambiente propicio a la insurrección. Ahora, casi doscientos cincuenta después, permiten al investigador ponerse en la piel de aquellos parisinos de los años previos a la revolución, reconstruir documentalmente aquellos estados de opinión y rastrear su origen, su desarrollo y sus consecuencias.
Darnton utiliza la expresión “temperamento revolucionario” con la que titula este volumen “para caracterizar la forma en que los parisinos reaccionaron a los acontecimientos que sacudieron su existencia de 1748 a 1789. Por «temperamento» entiendo un estado de ánimo fijado por la experiencia de forma análoga al «temple» del acero mediante un proceso de calentamiento y enfriamiento. […] Gracias a la labor de una nueva generación de historiadores sociales y económicos, hoy podemos rastrear las transformaciones concomitantes en el entorno cotidiano de los parisinos, incluidos su dieta, vestimenta, mobiliario, hábitos de compra, diversiones y lecturas. Aunque sus condiciones de vida influyesen en su visión general de la existencia, su percepción del rumbo de los asuntos públicos no derivaba directamente de su entorno ni de sus libros, sino que respondía a las noticias que les llegaban. Espero haber tenido suficientemente en cuenta la influencia de las condiciones socioeconómicas y de la literatura, pero mi objetivo es centrarme en la información que circulaba al nivel de la calle: en las crónicas de los acontecimientos y de las reacciones a los mismos tal como las reflejaban los medios de comunicación de la época.
Durante las cuatro décadas anteriores a la Revolución acontecieron tantas cosas que, para no ahogar al lector en detalles, he tenido que ser selectivo. En lugar de narrar una secuencia ininterrumpida, he elegido cuatro periodos especialmente densos (1748-1754, 1762-1764, 1770-1775, 1781-1786) y luego me he concentrado en los sucesos que van desde 1787 hasta la toma de la Bastilla. Mi relato pretende mostrar cómo los parisinos siguieron el curso de los acontecimientos de un modo que les preparó para dar el gran salto hacia la revolución de 1789.”
Reconstruye así los procesos de formación de la opinión pública que generaron el clima social que llevó a los parisinos a levantarse contra Luis XVI y a terminar con las estructuras del Antiguo Régimen. Fue un lento proceso de formación de una conciencia colectiva, en cuyo análisis Darnton arranca de 1748 y de la Guerra de Sucesión austriaca para adentrarse en la percepción social de aquel conflicto a partir de su incidencia en la vida diaria, en los impuestos o en el precio del pan. Incidencia que se refleja a través de múltiples fuentes de información:
Porque “las fuentes sobre el flujo de información en el París del siglo XVIII son extraordinariamente ricas. Podemos reconstruir las conversaciones en los cafés, recoger las noticias en las gacetas clandestinas, escuchar los comentarios de las canciones callejeras y visualizar el poder tal y como se exhibía en procesiones y fiestas. A menudo decimos que vivimos en la era de la información, como si fuera algo nuevo. Sin embargo, cada época de la historia es una era de la información, cada una a su manera, y en el siglo XVIII, París estaba saturada de información transmitida por un sistema multimedia propio de su tiempo y lugar”, escribe Darnton en su introducción “La primera sociedad de la información y la conciencia colectiva”.
Y ese complejo entramado de percepciones, en el que se cruzan la constante circulación e influencia en las conversaciones de noticias de viva voz, manuscritas o impresas, de panfletos políticos, de canciones (“clásicos populares” los llama Darnton) y de obras de teatro (Beaumarchais y Las bodas de Fígaro) irá construyendo un estado de ánimo y de opinión, un temperamento que desembocará en la revolución de 1789 y en la configuración del pueblo como sujeto político activo.
Subtitulado Cómo se forjó la Revolución francesa. París, 1748-1789, El temperamento revolucionario evoca ante los ojos de lector las canciones que tumbaron gobiernos y la persecución del mundo del conocimiento, la derrota de los jesuitas y las lágrimas de Rousseau, la figura de Voltaire como autoridad moral y el reciclaje de las amantes del rey, los oscuros secretos del despotismo y la marcha de los pobres sobre Versalles, las batallas en la Bolsa y la imagen de un ministro que pone pies en polvorosa, las provincias que arden y las bayonetas en las calles, los panfletos y las voces hasta la explosión de París y la toma de la Bastilla con la que se cierra el recorrido histórico del libro.
Un magnífico álbum central de ilustraciones y una orientadora nota bibliográfica, un amplio aparato de notas y un útil índice alfabético (onomástico y temático) enriquecen El temperamento revolucionario, el concepto central de este volumen, elaborado con los siguientes elementos que se enumeran y analizan en la conclusión: el odio al despotismo, el amor a la libertad, el compromiso con la nación, la indignación por la depravación de la élite aristocrática, la dedicación a la virtud, la moralidad, el desencanto con la monarquía, la fe en el poder de la razón, el alejamiento de la Iglesia y la atracción por la Ilustración, el compromiso político y la resistencia a los impuestos y la familiaridad con la violencia.
“Aunque todos estos elementos contribuyeron a la formación del temperamento revolucionario, el resultado fue mayor que la suma de sus partes”, concluye Darnton, que añade:
Así pues, me parece válido situar mi argumentación a la altura del flujo de la información. En lugar de intentar derivar la conciencia colectiva del funcionamiento de la economía o de la estructura del sistema social, me parece factible ver cómo se desarrolló un estado de ánimo en respuesta al runrún y al resto de informaciones sobre los acontecimientos. Estudiando París como una sociedad de la información primitiva se puede construir un relato de los hechos tal y como los vivieron los parisinos y mostrar cómo esa experiencia, acumulada lo largo de cuatro décadas, constituyó la forja de un temperamento revolucionario.
20 octubre 2025
Se prohíbe hablar con el conductor
A Camba siempre hay que volver.
Con esa frase abre Javier Jiménez el prólogo a su edición de Se prohíbe hablar con el conductor, la recopilación de artículos de Julio Camba (1884-1962) que publica Fórcola Ediciones en un volumen espléndidamente editado y generosamente ilustrado, con imágenes de época que acompañan en blanco y negro a la mayor parte de los textos.
Se reúnen en él, revisadas y anotadas, las dos antologías que Camba publicó en 1945 en la editorial Plus Ultra: Etc.…, etc…. y Esto, lo otro y lo de más allá, dos títulos “poco felices”, como señaló Francisco Fuster y recuerda Javier Jiménez en el prólogo, que termina con este párrafo: “Ambas antologías aparecen por primera vez reunidas aquí en un solo volumen, con un nuevo título, más afortunado, que esperamos reavive el interés del público en la lectura de un Camba menos conocido, víctima de las aventuras, y a veces desventuras, del proceloso mundo editorial.”
Un conjunto de ciento treinta artículos que había ido publicando en ABC un Camba crepuscular y humorístico que, desde Lisboa, proyecta su mirada aguda y su ingenio verbal sobre una variedad de temas que le sugieren las revistas ilustradas y las noticias de la prensa internacional: el cine y las modas, la moral en las playas y los desnudistas con gafas, las máquinas de afeitar, los poetas y los cocodrilos, los amigos de la gaviota o los huevos de pingüino, la venta a plazos o la inspiración, los sombreros y los animales, la vejez o las barbas, el vicio del tabaco o la felicidad, los leones extraplanos o las propinas.
Así comienza “Se prohíbe hablar con el conductor”, el artículo que se ha elegido con buen criterio para titular el volumen:
Pocas disposiciones revelan una sabiduría tan grande como esa que, en los tranvías y autobuses, le prohíbe al público hablar con el conductor. En nuestras latitudes, la gente suele hablar con las manos tanto más que con la boca, y a poco que se animase un conductor en su conversación con los viajeros, no tardaría en abandonar la manivela o el volante para redondear sus conceptos de una manera plástica, lo que podría tener consecuencias verdaderamente desastrosas.
Recorridos por la misma mirada personal del autor y por una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, estos artículos reflejan la sostenida madurez literaria de un Camba en plenitud, dueño de un mundo propio en el que conviven la seriedad y el humor, el pasado y el presente, la provocación y la crítica, la reflexión y el ingenio.
Son textos que reflejan el universo de aquel articulista profesional en la prensa diaria, obligado a la urgencia y a la síntesis, lo que le daba oficio y sustento, pero limitaba la extensión de su escritura a “una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados”, la de una cuartilla.
“El articulista -había escrito Camba- no puede gozar de nada, porque todo, en su organismo, se vuelve literatura, así como esos enfermos que no gozan de ninguna comida porque todas ellas se les convierten en azúcar. Esos enfermos son fábricas de azúcar, y nosotros somos fábricas de artículos.”
Es, ya se ha dicho, un Camba crepuscular, ya no viajero, sino estable en Lisboa. Un Camba burlón y desengañado que en esta fase final de su actividad literaria y periodística funde en la calidad de su prosa elegante y novecentista la mirada lúcida y pesimista, el sesgo irónico y la comprensión benevolente.
Este es el comienzo de “Contando carneros”, un artículo de Esto, lo otro y lo de más allá, que el propio Camba seleccionó en 1956 como representativo de su mundo para su antología Mis páginas mejores:
Desde que oí decir que lo mejor para combatir el insomnio era ponerse en la cama a contar carneros, yo he contado ya, uno por uno, todos los carneros de la Argentina y ahora estoy agotando los de Australia. Los carneros de Australia, como ya sabe, probablemente, el lector, descienden de aquellos magníficos carneros españoles que, durante varios siglos, nos dieron en todo el mundo el monopolio de la lana; pero, para los efectos de hacer dormir a las personas nerviosas, no valen más que los de cualquier otra parte. Ordinariamente, yo nunca logro conciliar el sueño antes de los trescientos carneros, es decir, antes de haber llegado a este número en mi contabilidad, y, cuando tengo alguna preocupación, necesito, por lo menos, de mil quinientos a dos mil. Por cierto que una noche, harto ya de contar carneros, y aprovechando la oportunidad de encontrarme situado imaginariamente en la Australia, me puse a contar canguros; pero estos animales, tan pintorescos, saltan demasiado y aumentan considerablemente nuestra nerviosidad. El carnero es más dulce, más apacible, más sumiso, más tierno, más gregario y, en consecuencia, mucho más soporífero. Por eso es por lo que los especialistas de enfermedades nerviosas nos recomiendan contar carneros, para combatir el insomnio, y no hay ninguno a quien se le ocurra hacernos contar, por ejemplo, toros de lidia.
Pues eso, esta es una recomendable manera de volver a Camba.
19 octubre 2025
Mercado y camarillas
Se habla mucho de los que se someten al mercado, pero no lo suficiente de los que se someten a las camarillas. En último análisis, ambas actitudes son desgraciadas para el escritor que vive en este mundo. Nadie recuerda, nadie menciona, nadie discute la historia de un sometido, sea un Hemingway diminuto o un Elinor Glyn de tercera.
¿Cuál es la mayor recompensa para un escritor? ¿No es que un día alguien se le abalance, con la cara estallando de franqueza Y los ojos ardientes de admiración, y exclame: «¡Su último cuento era buenísimo, realmente maravilloso!»?
Entonces sí vale la pena escribir. Sólo entonces.
Ray Bradbury.
Zen en el arte de escribir.
Traducción de Marcelo Cohen de Levis.
Minotauro. Barcelona, 2020.
18 octubre 2025
Tres ciudades de La rosa cúbica
MARGARIDA
Como una rosa cúbica,
su dios le fue arrancando
uno a uno sus pétalos.
Y cayó así la hermosa
corola de sus muros
y una a una sus casas
-sí, no, sí, no, sí, no-
hasta dar en la plaza
con su fuente de estambres.
No encontró dentro de ella
la respuesta esperada
y acabó destrozándola.
Ciudad, flor o palabra
que te niega ese sueño
con que un día la soñaste.
Es la primera de las veinticinco ciudades imaginarias y errantes que José Antonio Ramírez Lozano ha reunido en La rosa cúbica, con la que obtuvo -para sorpresa hipócrita de un bobo poco o nada ilustrado- el premio de poesía Generación del 27 que otorga el Ateneo de Sevilla.
Esa ciudad es la que abre el libro que toma su título -La rosa cúbica - del primero de sus versos. Un libro que, con Calvino al fondo desde la cita inicial, explora temas como el sueño o la palabra, el tiempo y la memoria o el olvido que devasta el nombre de Corintia:
CORINTIA
El olvido devasta
cada noche su nombre.
Sus arqueros de nuevo
con el alba se afanan
en cavar los cimientos
y convocar la piedra.
Su invocación, la torre.
Su sílaba, la cal.
Ni manos ni andamiajes,
con pronunciarlos basta.
El día es su derrota
y su victoria el día.
Nunca fragilidad
fuera defensa tanta.
Y si las de Calvino eran ciudades invisibles, estas ciudades del sueño de Ramírez Lozano, también con nombres de mujer, son ciudades bien visibles desde su mirada plástica y simbólica. Ciudades que se miran a sí mismas y remueven los cimientos de su pasado, en la dudosa luz de los otoños moribundos y los inviernos corruptores, en el cruce inesperado de hormigas y martirios, de sueños repetidos, de palabras y ahogados, con pájaros de plomo y caballos sin dueño, laberintos de tiempo y serpientes de agua.
Una guía de ciudades insomnes, con muros y espadañas y trenes y crepúsculos. Una imagen del mundo sostenida en la oscura palabra del poeta sobre su propio abismo, como esta ciudad del puente que se sostiene sobre el vacío de las palabras sin nombre:
PONTINIA
Pontinia se sostiene
sobre su propio abismo.
Alguien la construyó
en mitad de su nombre
haciendo así de puente
entre lo que será y lo que ha sido.
Sólo de pronunciarse se sostiene.
Vive entre su pasado y su futuro
manteniéndose acaso
de su oscura sintaxis,
del arco de su salmo,
de casar cada día
dos jóvenes hermosos,
uno de cada orilla.
Los viajeros que cruzan
y pernoctan en ella
pagan antes sin falta
con un nudo el portazgo
y arrojan al vacío
las palabras sin nombre.
17 octubre 2025
16 octubre 2025
Sir Gawain y el Caballero Verde
Ya por abruptos senderos Gawain sobre Gringolet
va cabalgando en el mundo con la gracia de estar vivo.
A veces se alojó en casas y otras hizo noche al raso,
y tuvo mil aventuras de las que salió airoso,
mas no rememoraré ninguna en esta ocasión.
Curada estaba la herida que en el cuello recibió,
y la cinta tan brillante llevaba a su alrededor,
cruzada cual bandolera y sujeta en un costado,
bajo el brazo izquierdo atada firmemente con un nudo,
en prueba de que una vez se manchó con una falta.
Y así llegó el caballero a la corte sano y salvo.
Se despertó en el castillo la alegría al descubrir
que había vuelto el buen Gawain y a todos bien pareció.
Besó el rey al caballero y también lo hizo la reina,
y otros buenos caballeros que querían saludarlo,
saber de sus aventuras, y les contó maravillas,
confesándoles el coste de los cuidados que tuvo,
el lance de la capilla, el gozo del caballero,
el amor de la señora, y, por fin, lo de la cinta.
El cuello mostró desnudo con la herida que tenía,
que a manos de aquel señor recibió por falsedad
y ser culpado.
Se apenó cuando tuvo que contarlo;
sollozó por estar atribulado.
El rostro, con la sangre, al declararlo
se le encendió al sentirse avergonzado.
Tras dos mil quinientos versos organizados en cuatro cantos, esa es -en la meritoria traducción en verso hexadecasílabo de Bernardo Santano Moreno y Fernando Cid Lucas- la penúltima de las ciento y una estrofas que componen Sir Gawain y el Caballero Verde, el poema anónimo del ciclo artúrico que acaban de publicar en una bellísima edición en Legendaria.
Compuesto hacia finales del siglo XIV y conservado en un único manuscrito en inglés medio que fascinó a Tolkien, quien prepararía una edición canónica del texto que dejaría inédita a su muerte, es probablemente el mejor poema inglés del ciclo del Rey Arturo, la materia de Bretaña y los Caballeros de la Mesa Redonda.
Es en Camelot, en la corte del Rey Arturo, donde un gigantesco caballero comparece durante la comida de Año Nuevo vestido de verde y con un aspecto imponente y casi sobrenatural. Monta un caballo del mismo color y de la misma apariencia asombrosa y busca pelea con quien se atreva a darle un primer golpe con su propia hacha, que le cederá y a la que renuncia. El desafiante Caballero Verde recibirá el primer golpe a condición de que pueda devolverlo. Es Gawain (el Galván del romancero viejo), el más débil, inexperto e indeciso de los Caballeros de la Mesa Redonda, quien asume el reto como parte de su destino para evitárselo a su tío Arturo.
Y así, con un difícil equilibrio entre lo sobrenatural y lo realista que casi anticipa el realismo mágico contemporáneo, arranca un proceso de exaltación de la lealtad y el valor y sobre todo de depuración personal de Gawain en un poema narrativo “compuesto según las fórmulas prosódicas de la poesía aliterativa”, como señalan Bernardo Santano y Fernando Cid en la magnífica Introducción con que presentan esta edición bellamente ilustrada y anotada con rigor científico y capacidad iluminadora.
Una introducción en la que abordan aspectos como la técnica aliterativa del poema, su autoría, sus antecedentes literarios o la tradición simbólica del color verde antes de concluir que “Sir Gawain y el Caballero Verde no narra solo una aventura caballeresca, sino un tránsito iniciático, un descenso simbólico a las raíces del mito y de la psique. El eco de antiguos ritos vegetales resuena bajo la armadura bruñida del joven caballero. La decapitación no es un fin, sino un umbral; la sangre no es muerte, sino semilla. El Caballero Verde, como un brote inesperado en pleno invierno, no desafía a Gawain: lo convoca a su metamorfosis. Y en su fulgor vegetal, el lector vislumbra que todo final verdadero es también un principio renovado. Porque en los pliegues del mito, la naturaleza no castiga: enseña. Y todo aquel que se atreve a mirar más allá del acero, del miedo y del mandato cortesano (como lo hace el propio lector que avanza entre estas líneas), renace.”
No hace falta decir más -y no se debe decir menos- para invitar a la lectura de un poema inmortal que refleja también una aventura intensamente simbólica, la de la alegórica travesía de la vida, en esta admirable edición en español.
15 octubre 2025
El Apocalipsis según Manuel Moyano
Los brillantes silos metálicos que se levantaban a ambos lados de la carretera semejaban toscas naves espaciales listas para despegar. La inmensa pradera esparcía su verdor en todas direcciones, y una solitaria nube con forma de ballena se deslizaba por encima de las lejanas colinas. El psiquiatra John Ekaverya conducía su todoterreno, no obstante, sin pensar para nada en la belleza del paisaje que lo rodeaba. Tampoco en la llamada telefónica de su colega, el doctor Benjamin Clowes, acerca de cierto paciente con un raro trastorno de personalidad a quien no sabía cómo diablos tratar. Por ese motivo se dirigía ahora a la ciudad de Idaho Falls. Lo cierto era que Ben Clowes ni siquiera le caía demasiado bien; tampoco le cabía ninguna duda de que aquella visita iba a ser una monumental pérdida de tiempo.
En realidad, a Ekaverya le contrariaba pensar en cualquier cosa que no fuese la inminente aparición de su última novela, Siempre estás a tiempo. En los próximos días tendría que atender entrevistas, adular a críticos, hablar con libreros, ofrecerse a clubes de lectura, preparar su presentación en Boise. A la mesa lo acompañaría nada menos que Tom Spanbauer. ¡Tom Spanbauer! Aún no entendía cómo había logrado su agente convencerlo. Si esa novela conseguía el éxito -un éxito que hasta el momento le había sido esquivo-, tal vez podría dejar de una vez por todas la psiquiatría, una profesión lucrativa y socialmente bien considerada, sin duda, pero no lo bastante como para tener que soportar a diario las minucias que vertía sobre sus oídos aquella galería de fracasados.
Con esos dos párrafos que revelan un uso tan ágil como envolvente del discurso indirecto libre abre Manuel Moyano su última novela, El mundo acabará en viernes, que acaba de publicar Menoscuarto.
La cita de Lautréamont que ha puesto al frente de la novela (“Os he creado, y por tanto puedo hacer con vosotros lo que quiera”) es ya toda una declaración de principios, una delimitación del campo de juego y una fijación de sus normas que ponen al lector a las puertas de un universo narrativo en el que la extrema libertad imaginativa se convierte en el mismo motor del relato.
Y le avisa también de la tonalidad en la que está escrita la novela, de la perspectiva en la que se sitúa el autor, a la manera del esperpento valleinclanesco: muy por encima de sus criaturas y posiblemente muy por delante del propio lector que está entrando en su territorio.
Y cuando el lector quiere darse cuenta, ya está atrapado por la sorprendente irrupción, desnudo por el arcén de una carretera, detenido e ingresado en un hospital, de un famoso novelista que se suicidó en 1961 y en cuya libreta manuscrita el psiquiatra y también novelista Ekaverya percibe “frases escuetas y contundentes, sobrias, desnudas de subordinaciones y adjetivos, pero dotadas de una especie de lirismo soterrado. El estilo le pareció inconfundible.” Como es natural, el aparecido se llama Ernest Hemingway y recuerda haber estado en España durante la guerra civil y luego, ya en los cincuenta, en Navarra.
Y de Idaho a Tel Aviv, donde Yeshua, otro personaje mesiánico y desorientado, errante y misterioso irrumpe en el garaje de la empleada de una productora de televisión, una mujer poco agraciada, pasada de peso y con pechos “como sendos globos llenos de harina”.
Y de ahí, en otro salto, a Reading, cerca de la cárcel donde Wilde compuso su balada, con un paparazzo de poca monta y origen bengalí a la caza de exclusivas fotográficas sensacionalistas sobre famosos.
Noticias de todo el mundo: una plaga bíblica de langostas en Egipto, la erupción simultánea de tres grandes volcanes, muy alejados entre sí, la reaparición de la peste negra en el nordeste de China, el asesinato del presidente de Estados Unidos, la creciente nube radiactiva sobre la India tras la explosión del reactor de una central nuclear, el vaticinio de una nueva glaciación por reducción de energía solar, un asteroide acercándose a la Tierra, la recurrente vuelta de muertos famosos que vienen desde su tiempo pasado, como Hemingway, el manso, visionario y mesiánico Yeshua, barbudo y con melena, o la misma Lady Di en medio de un sendero cercano al palacio familiar donde está enterrada, el regreso de Leonardo da Vinci y un aparente atentado contra La Gioconda del Louvre, un sujeto que dice ser Jim Morrison, decenas de náufragos flotando sobre el mar donde se hundió el Titanic, cientos de exhibicionistas caminando desnudos en Waterloo, un atentado con bomba en Marsella, el amenazante acercamiento de un asteroide, el asesinato del presidente, un bravucón de pelo anaranjado, y su sorprendente reaparición ante el asombrado asesor Gordon Delgado (sic), las manifestaciones piadosas en el centro de Londres, las caídas libres en las bolsas, la aparición de un caballo blanco que habla y de un traslúcido gusano gigante que proclama ser el Alfa y la Omega desde lo alto porque ha llegado el día de su ira.
Señales preapocalípticas que avisan todas ellas del último día del mundo en el plazo de una semana: de sábado a viernes. Y en medio de esas fechas, un debate televisivo con más de mil seiscientos millones de espectadores.
“Nos tememos que ya ha empezado”, reconoce el inquietante oligarca Boris Woon. “Tal vez estamos en la víspera de la destrucción”, anuncia un profético Bob Dylan. “El tiempo ya ha llegado”, corrobora Yeshua.
Y por si todo eso fuera poco, antes del fin de los tiempos, el fin de fiesta del festival de Eurovisión, que remata la medida articulación de esta novela coral en capítulos subdivididos en secuencias narrativas y agrupados en dos partes equilibradas, El sermón de Yeshua y Arrebatados en nubes.
A esa segunda parte pertenece esta evocación de las resurrecciones previas al Día del Juicio, una buena muestra de la espléndida prosa de Manuel Moyano:
Se levantaron del polvo todos los egipcios e hititas caídos tres mil años atrás en la batalla de Kadesh. Se levantó del polvo Pauline Koch. madre de Albert Einstein, quien había educado a su hijo en la música, la paciencia y la perseverancia. Se levantó del polvo la primera persona que oyó predicar a Siddhartha Gautama en las llanuras del Ganges. Se levantó del polvo Jimmy Esposito, chófer del vehículo que condujo a Joe Louis al Madison Square Garden cuando ganó el título mundial de los pesos pesados. Se levantó del polvo el limpiabotas Estevão Gomes, de Aveiro, que pedía otra cerveza en el Golfinho por cada nuevo par de zapatos al que daba lustre. Se levantó del polvo Juana Fernández, de Bustarviejo, cuyas manos tejieron el lienzo sobre el que Velázquez pintaría La fragua de Vulcano.
[…]
Resucitó Ötzi, el viajero asesinado en los Alpes por la misma época en la que se libraba la batalla de Kadesh. Resucitó Miguel de Cervantes Saavedra, a quien maravilló saber que El Quijote había sido traducido a ciento cuarenta lenguas, pues no podía imaginar que existieran tantas. Resucitó el faraón Zoser en su pirámide de Saqqara, y le sorprendió que los sacerdotes no hubieran mentido al prometerle la inmortalidad. Resucitó la niña Lyubov Volobuyeva del bosque donde Andréi Chikatilo la había enterrado con sus propias manos. Resucitó el primer indio que divisó sobre el horizonte las carabelas de los españoles. Resucitó el poeta chino Li Bai: «Suspiro en la larga noche solitaria y las lágrimas humedecen mi ropa».
También resucitó, por segunda vez, Lázaro de Betania.
Otras variadas virtudes concentra El mundo acabará en viernes: el humor irónico, la mirada satírica y crítica, la vivacidad de los diálogos, la agilidad narrativa, el enfoque cinematográfico y el ritmo trepidante, la vertiginosa sucesión de peripecias sorprendentes que van construyendo un mosaico cuyas piezas van encajando poco a poco, para adquirir sentido en el conjunto y revelar su significado en el desenlace.
Un desenlace en el que conversan Dios, cuya forma de Gran Gusano ha tomado “de cierto planeta de la Osa Mayor”, y el papa Juan Pablo III, al que le revela que “el infierno es la tierra. Daba por supuesto que ya te habías enterado.” La parodia de prosa bíblica con la que se relata esa conversación da paso a un Juicio Final de sorprendentes consecuencias que, para disgusto y bochorno de Dios y de su hijo Yeshua, desmienten al Apocalipsis de San Juan y al Beato de Liébana.
Porque este es el Apocalipsis según Manuel Moyano.
14 octubre 2025
Fernando Pessoa. La reconstrucción
Un espléndido álbum fotográfico con más de treinta imágenes remata el volumen Fernando Pessoa. La reconstrucción, que publica en una magnífica edición Fórcola y en el que Manuel Moya aborda las claves vitales y literarias que permiten diluir la pátina de misterio que ha ido dejando sobre la figura del poeta y del hombre la abundante bibliografía en torno a su vida y su obra.
Esa plétora de estudios pessoanos ha tendido a distorsionar la realidad a partir de una laberíntica confusión del hombre real con las voces líricas de sus muchos heterónimos. Y así se ha extendido la imagen distorsionada de un Pessoa sin vida exterior, de un hombre oscuro con una existencia anodina y opaca. Y ese es uno de los arquetipos pessoanos que Manuel Moya desmonta en La reconstrucción.
Lo hizo ya en Pessoa, el hombre de los sueños (Ediciones del Subsuelo), su monumental y reciente biografía del portugués, de la que este ensayo de interpretación es consecuencia natural. Tan plural y poliédrico como su obra, del hombre Pessoa ya afirmó Manuel Moya en esa biografía que “pese a su pinta de hastiado oficinista, Fernando Pessoa se manejó en una vida intensa, tanto en lo intelectual como en lo vivencial.” Y ahora se reafirma desde el principio del libro en la idea de que “Fernando Pessoa es un individuo con una tan enjundiosa como intensa biografía.”
A lo largo de los seis capítulos en los que se estructura la obra con títulos elocuentes (Un hombre, una biografía; Un hombre singular; El poeta reconocido y editado; Un Sísifo en Lisboa; Un poeta sin torre de marfil y Un mito propio) Manuel Moya revisa críticamente y desmonta con datos algunos lugares comunes sobre Pessoa: además del ya citado sobre su presunta ausencia de vida, su condición de casi inédito, su torremarfilismo, su indolencia, su anonimato en vida o la creación de sus heterónimos. Tópicos repetidos que han ido rodeando la imagen de Pessoa de una niebla lisboeta (el socorrido “enigma Pessoa”) que este libro aspira a disipar a base de proyectar sobre ella luz y claridad, porque -por ejemplo a propósito de su pretendida marginalidad- “Pessoa nunca estuvo en la orilla, ni nunca estuvo en la orilla. Él siempre se creyó centro y epicentro.”
“Soy consciente -reconoce Moya- de que ocuparme de estos asuntos me fuerza a caminar a contramano de lo sólidamente establecido por la hermenéutica pessoana, pero me aturde y paraliza aún más la convicción de que una vez establecido y enraizado un mito, es casi imposible darle la vuelta, en parte porque el universo mítico suele ser mucho más atractivo que el real y en parte porque el mito muestra aspectos si no más certeros, sin más sabrosos y en el fondo más sugerentes que lo real.”
Por eso, añade más adelante, “nuestro trabajo consistirá en desentrañar lo que pudiera haber de real y lo que pudiera haber de mítico en el creador de Alberto Caeiro o Bernardo Soares. Será al lector a quien corresponda colocar la clave, la última piedra.”
Y con esa premisa, el autor afronta la tarea de desenredar el hilo de la mitificación abordando en primer lugar las razones que han propiciado la leyenda de Pessoa y sus diversas máscaras, la construcción de su imagen de sombra huidiza y solitaria por las calles y las tabernas de Lisboa, confundido con el semiheterónimo Bernardo Soares del Libro del desasosiego.
Sólo así se puede pasar a la labor de desmontaje de lugares comunes que es el objetivo central del libro, que aporta una de sus claves cuando destaca que “destituir al yo de la acción poética es algo que Pessoa se toma muy en serio.”
Las brillantes evocaciones de cinco momentos significativos en la vida de Pessoa (1895,1905, 1915, 1925, 1935), desde el niño burgués hasta el adulto autodestruido, abren paso a la reivindicación del reconocimiento que tuvo su poesía a través de los cinco libros que publicó en vida -cuatro en inglés y uno (Mensagem) en portugués-, del prestigio poético que reflejan sus más de setenta colaboraciones en revistas literarias de la época o los casi treinta artículos necrológicos que se publicaron en los días inmediatos a su muerte.
Otros aspectos que abordan las secciones de Fernando Pessoa. La reconstrucción son su inestabilidad económica y su radical independencia personal, su indisciplina laboral y sus trabajos como traductor de cartas comerciales en diversas oficinas de la Baixa durante casi tres décadas, su incapacidad para la vida práctica y su difícil día a día, las aventuras editoriales fracasadas de Olisipo, Athena y la Revista de Comércio o su actividad pública y su participación en la política y la sociedad de su época, porque -señala Moya- “Pessoa no fue en absoluto el poeta escondido en su torre de marfil que con tanta frecuencia se lo retrata, alimentado sólo con sus elucubraciones y ajeno a cuanto sucedía a su alrededor. No podríamos comprender a Pessoa sin su tiempo.”
En estas líneas del último capítulo, “Un mito propio”, centrado en el difícil equilibrio de Pessoa entre heteronimia y sinceridad, resume Manuel Moya gran parte del sentido de su libro:
Fernando Pessoa fue un verso suelto en una época en la que ser verso suelto podría entenderse como una provocación poco menos que intolerable.
[…]
Muchas veces se ha exagerado acerca de Pessoa al afirmar que en Portugal y en su tiempo nadie supo entender el genio que se escondía en aquel tímido ciudadano que se ganaba la vida como escritor de cartas comerciales o como comisionista o mediador en la extracción de minerales. No es cierta la recurrente afirmación de su ostracismo. Pessoa fue un poeta conocido, respetado y muy solicitado por la revistas y periódicos de su tiempo, fue un pensador elogiado y hasta temido, y en definitiva una personalidad destacada y apreciada por sus paisanos; lo que ocurre es que al tiempo que su figura era respetada, también era profundamente incomprendida. Nadie que lo hubiera conocido ponía en duda su inteligencia, su sensibilidad, su profunda originalidad, pero su figura resulta chocante, porque desde ella destrozaba la visión que se tenía del poeta y de la poesía, el lugar inmaculado donde aún se tendían los ropajes de la poesía.
13 octubre 2025
Antología crítica del pensamiento de María Zambrano
Y, sin embargo, en el principio era la sombra, pues creemos, tal vez sin darnos cuenta, que la sombra es la tierra y la tierra es lo permanente, lo que nunca puede faltarnos, salvo en el espanto. La luz es siempre intermitente; somos iluminados por ella, mas nunca logramos vivir en ella sin extrañarnos. Hasta el sol, que siempre sabemos sobre nuestra cabeza, puede mostrarse o no. La sombra, la opaca y firme, resistente, tierra, no, nunca.
Mas, ¿a qué signo? ¿Por qué del viento fui a posarme en la sombra y en la luz? (…) quisiera permanecer con mis sentidos y mi pensamiento en suspenso, inmersos en estos elementos: luz, sombra, tierra, viento. Quería, no sé por qué, que ya no hubiera más, que no existiera ninguna otra cosa, que todo fuera eso, eso y ojos para verlo, piel para sentirlo, olfato para extenderse bajo su efluvio, pies para recorrerlo. Y que mi vida transcurriese así, siempre por los caminos de la tierra contra el viento, bajo la luz, sobre la sombra. ¿Y nada más? Nada, nada que sea construir, que sea edificar.
De ese pasaje, extraído del artículo “De una correspondencia”, publicado en Azor, 15-16, diciembre-enero 1933-1934, y recogido en el volumen VI de las Obras Completas de María Zambrano, toma su título La razón en la sombra, una amplia y representativa muestra de su obra que llega ahora a su tercera edición, corregida y revisada, tras la primera, de 1993, y la segunda, de 2004.
Antología crítica del pensamiento de María Zambrano. Ese es el significativo subtítulo de este monumental volumen que recoge una espléndida selección de textos que resumen el pensamiento de la creadora del concepto “razón poética”. La publica Siruela en su Biblioteca de ensayo con edición de Jesús Moreno Sanz, el mayor experto en la obra de María Zambrano y responsable de la edición en seis volúmenes de sus Obras completas en Galaxia Gutenberg entre 2011 y 2022.
Precisamente a esa edición remiten los textos de esta antología y la fijación de su versión definitiva. Para ello -explica Moreno Sanz en la nota previa a la edición- ha tenido que “revisar todos los textos de esta antología procedentes de libros de María Zambrano, y en consecuencia, trasponer aquí todas las múltiples correcciones y modificaciones realizadas en esas O. C. respecto de las ediciones en curso de las obras de María Zambrano. Y así, al final de cada texto corregido se señala el volumen, y en su caso el tomo, de las O. C. con sus páginas correspondientes.”
En ocho apartados temáticos se estructura orgánicamente esta amplia selección, representativa de los variados núcleos de interés del pensamiento zambraniano: Poder, saber y amor: genealogía política, crítica cultural de Occidente y razón poética; El sujeto y su sombra: proyecto y método; Conocimiento pasivo-Fenomenología del conocimiento y vía unitiva; Saberes y géneros literarios; Sociedad e Historia; España; Del punto oscuro al centro creador y Formas íntimas de la vida humana.
Y dentro de cada una de esas ocho secciones, una generosa muestra de más de ciento treinta de textos que resumen y ordenan el sistema de pensamiento de María Zambrano, su proceso de constitución y su evolución desde la razón integradora hasta la razón poética y el pensar simbólico que le permitió hacer una crítica cultural de Occidente desde un método sistemático.
Porque María Zambrano, discípula de Ortega y Gasset, transformó la razón vital de su maestro en razón poética y exploró las relaciones entre pensamiento y poesía, entre filosofía y creación, entre razón y conocimiento poético en la mística o el Romanticismo hasta llegar a Valèry, con quien la poesía deja de ser sueño y se convierte en exactitud.
Escritura, filosofía y verdad; poder, saber y amor; democracia, orfandad y noche; experiencia y pensamiento; imaginación, forma y memoria; palabra y lenguaje; filosofía y poesía; persona e historia; el sueño creador y el tiempo o la piedad y la muerte son algunas de las claves que articulan la poderosa obra intelectual de la pensadora. Y en torno a esas claves se organiza esta antología que se cierra con una amplia y detallada cronología y genealogía filosófico-espiritual de María Zambrano y de su innovador pensamiento creativo.
Por eso señala Moreno Sanz que “quizá el mérito esencial, de tener alguno, de esta antología sea el de ofrecer una plural panorámica, una cierta «sinfonía», de esta tan compleja pensadora que compendia todos los sentidos, y muy en especial el escuchar y el ver, el oído y la visión, la música y la luz.”
Y porque filosofía y poesía, pensamiento y palabra se funden armónicamente en su concepto de razón poética, estos textos reflejan no sólo su pensamiento, sino también la calidad de la escritura de María Zambrano. La calidad de su prosa y la sutileza de su pensamiento son constantes de una obra y una actividad intelectual que se prolongó durante más de sesenta años de indagación en las conexiones entre filosofía y lenguaje, entre razón y revelación, entre el misterio y el secreto, entre la palabra y la música. Esta completa antología, además de ser una invitación a su lectura, exploran el universo intelectual deslumbrante de María Zambrano, que hizo alguna incursión en la lírica, como en este “Delirio del incrédulo”, que escribió en Roma, en enero de 1950:
Bajo la flor, la rama
Sobre la flor, la estrella,
Bajo la estrella, el viento
¿Y más allá? Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada,
la nada, óyelo bien, mi alma,
duérmete, aduérmete en la nada
si pudiera, pero hundirme…
Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga,
el llanto hecho sudor,
la sangre que en su huida se lleva la palabra.
Y la carga vacía de un corazón sin marcha.
De verdad ¿es que no hay nada? Hay la nada.
Y que no lo recuerdes. Era tu gloria.
Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma, dentro,
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo. Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo no puedo buscar nada,
no llego hasta la Nada.
