Juan Ramón Jiménez en claroscuro
Releyendo estos días el epistolario portorriqueño de Juan Ramón, le invade a uno una desazón desoladora.
Ni al peor enemigo del poeta se le hubiera ocurrido sacar a la luz las cartas que JRJ dirigía a las jovencitas aficionadas a componer versos.
Cartas lamentables en las que al poeta –tan duro, tan exigente siempre- se le hace la boca agua y saluda a las muchachas como reencarnaciones de Safo y quiere concertar citas con ellas.
Debilidades de viejo verde que la misericordia de sus albaceas debería haber dejado en el rincón oscuro de los baúles y las mecedoras, porque en sus líneas blandas, indignas, pegajosas se hunde la imagen humana que JRJ se esforzó en construir tanto como su Obra.
Cartas lamentables en las que al poeta –tan duro, tan exigente siempre- se le hace la boca agua y saluda a las muchachas como reencarnaciones de Safo y quiere concertar citas con ellas.
Debilidades de viejo verde que la misericordia de sus albaceas debería haber dejado en el rincón oscuro de los baúles y las mecedoras, porque en sus líneas blandas, indignas, pegajosas se hunde la imagen humana que JRJ se esforzó en construir tanto como su Obra.
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