13 mayo 2005

Juan Ramón Jiménez en claroscuro

Releyendo estos días el epistolario portorriqueño de Juan Ramón, le invade a uno una desazón desoladora.
Ni al peor enemigo del poeta se le hubiera ocurrido sacar a la luz las cartas que JRJ dirigía a las jovencitas aficionadas a componer versos.
Cartas lamentables en las que al poeta –tan duro, tan exigente siempre- se le hace la boca agua y saluda a las muchachas como reencarnaciones de Safo y quiere concertar citas con ellas.
Debilidades de viejo verde que la misericordia de sus albaceas debería haber dejado en el rincón oscuro de los baúles y las mecedoras, porque en sus líneas blandas, indignas, pegajosas se hunde la imagen humana que JRJ se esforzó en construir tanto como su Obra.