23 mayo 2005

Paradiso ahora

Cuentan quienes hicieron el servicio militar en África que combatían el calor con ropa y con coñac. El asombro infantil ante semejante paradoja se ha ido diluyendo luego al ver una práctica parecida en los tuaregs.
Quizá eso explique por qué la lectura de Paradiso, con su oleada constante de húmedo bochorno antillano, es la mejor manera que conozco de olvidarse del calor en las siestas y en noches en las que el escaso viento que sopla es el aliento tórrido del infierno.
Y es que hay una literatura de verano y una literatura para el frío. ¿O es que se le ocurre a alguien leer Casa desolada con su inolvidable descripción de la ciudad bajo la niebla y sobre el barro en los días luminosos del solsticio de verano?
Como las mantas y los abrigos que se van guardando ya en los armarios, a Dickens hay que dejarle los lugares menos frecuentados de las estanterías y hay que volver a Lezama en estos días como se vuelve a la camisa ligera, porque la luminosidad, la potencia de esa prosa es siempre superior a la fuerza de los días más claros.
Eso sí, con la seguridad de que el novelista cubano (también uno de los poetas imprescindibles del siglo pasado), a diferencia de la ropa de temporada, no se nos queda chico nunca.