04 mayo 2005

ROBERT WALSER BAJO LA NIEVE



Lo había profetizado muchos años atrás. En una de sus novelas un personaje muere congelado en un bosque.

En un esfuerzo sostenido para despersonalizarse, había conseguido volverse un enigma para sí mismo, escribiendo con la distancia del que ultima los planes de evacuación ante un inevitable naufragio que en el fondo era una liberación.

Un creador es un ausente total, había dicho brillantemente. Sus pecios darán un último testimonio.

Uno de esos personajes patéticamente desnortados del fin de una época. Como sus coetáneos Kafka, Döblin o Roth, lúcidos exponentes de un género de escritores que se permitían el lujo de rechazar trabajos y se entregaban a la dignidad elegante del hambre, el frío o las calamidades.

Incapaces de hacer otra cosa que llevar trabajosamente a término su propia vida, se entregaban a la haraganería de los veladores en los cafés de Viena o de Berlín.

Como Peter Altenberg, hoy recordado en la capital de Austria con un maniquí a la entrada del Café Central.

Aún no ha alcanzado esos cien mil lectores que reclamaba Herman
Hesse para que el mundo fuese mejor. Dudo de que los alcance algún día, porque no es ese el camino que llevan el mundo y la historia.