El verano peligroso
Ese es el título del libro, este sí veraniego y absolutamente prescindible, de un Hemingway menor, acosado por la decadencia física e intelectual.
Debolsillo recupera ahora en una traducción infame ese texto sobredimensionado. Pensado originariamente como una crónica periodística para Life, creció más de la cuenta, como otras cosas malas, y no se publicó como libro hasta 1985, seria y tajantemente mutilado, reducido a la tercera parte del manuscrito que dejó Hemingway.
El verano peligroso aborda la rivalidad entre un Luis Miguel Dominguín en decadencia y un emergente Antonio Ordóñez, que representaba la juventud que Hemingway se resistía a perder para siempre. Desde ese punto de vista llama mucho la atención el maltrato despectivo de Hemingway hacia quien como Dominguín reflejaba su propia decadencia y la admiración desmedida a un Ordóñez al que veía como el dios joven que él nunca volvería a ser.
Muy lejos de otros dos textos del mismo ambiente, como Muerte en la tarde o Fiesta (qué simpleza de título para traducir el original The sun also rises), sigue evidenciando los escasos conocimientos taurinos de Hemingway, poco más que un turista en ese terreno. Y ya no sabe uno si las dos terceras partes del texto que han eliminado los editores era lo mejor.
En todo caso, qué lejos este Hemingway del otro admirable de los relatos cortos a los que uno vuelve con gusto una y otra vez: La vida feliz de Francis Macomber o Las nieves del Kilimanjaro o The killers.
Cito ese relato en inglés a propósito porque seguramente ningún escritor de lengua inglesa ha sufrido traducciones más lamentables que el autor de El viejo y el mar. Hemingway tiene fama de ser un escritor fácil, directo, y las traducciones de sus textos se ponen algunas veces en manos del primer indocumentado que pasa por la editorial
El último ejemplo es este: la traducción que se publica ahora es la que perpetró en 1986 para Planeta un tal Jacinto León Ignacio, traductor abominable que da la sensación de que como los malos estudiantes de latín ha tenido que buscar en el diccionario todas las palabras para elegir siempre la acepción más inadecuada.
Ni siquiera sabe que los toros embisten, no "cargan". El que carga es el torero, a la izquierda, el paquete genital.
Y lo que carga sobre todo es una traducción tan espantosa como esta
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