14 septiembre 2005

Otra vez, con sentimiento

Como he desistido de que me expliquen el mundo Acebes o Martínez Pujalte, esos pensadores, leo estos días los artículos de Claudio Magris recogidos en Utopía y desencanto (Anagrama).
Y ahí, para empezar, este párrafo tan lúcido como todo lo que viene después:

“En el Diálogo entre un vendedor de calendarios y un transeúnte, Leopardi pone de relieve la estremecedora vanidad de esperar, a finales de cada año, un año más feliz que los anteriores, a los que también se esperó a su vez con la confianza de que traerían consigo una felicidad que sin embargo nunca trajeron. Ese breve texto inmortal del gran poeta italiano, tan inexorable en el diagnóstico del mal de vivir, está exento no obstante del fácil pesimismo apocalíptico de muchos maestros de la retórica actuales, que se complacen en anunciar continuamente desastres y en proclamar que la vida no es más que vacío, error y horror. El diálogo leopardiano está impregnado en cambio de un tímido amor a la vida y una hosca espera de la felicidad, que quedan desmentidos por la sucesión de los años pero continúan viviendo, con temor y temblor, en el ánimo y permiten sentir el dolor y el absurdo con mucha mayor fuerza que el pathos catastrófico.”

La cita de Leopardi me trae a la memoria ese último artículo de Fernando Pérez, “Académicos de Argamasilla”, que para sus amigos –y hasta para sus enemigos, que los tuvo y despliegan ahora su bien conocida hipocresía- ha quedado como una especie de declaración de últimas voluntades.
Me conmovió mucho en ese texto, dolorido y comedido en su crítica, la alusión a Leopardi y al pájaro solitario. Yo conocía la gravedad de su estado y vi en esa referencia una levísima expansión sentimental, una tristeza que hermanaba en la enfermedad y en el dolor a Fernando Pérez con el poeta de Recanati, aquella criatura de sensibilidad e inteligencia afinadas en la biblioteca familiar y en el paisaje, templadas en las limitaciones y las miserias del cuerpo.