10 febrero 2006

Los niños de Extremadura (1928)


Para Ismael Rozalén, que mira fotos y niños.

Veo estos días En tierras de Extremadura, el catálogo de la magnífica colección de 222 fotografías realizadas por Ruth Matilda Anderson para la Hispanic Society entre enero y abril de 1928.
Lo editaron conjuntamente esa institución de EEUU y el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo y ha vuelto a estar de actualidad porque después de exponerse en Badajoz la muestra ha estado en Nueva York, en donde ha clausurado hace unos días.
Las imágenes son tan elocuentes, describen tan gráficamente la realidad durísima de aquella Extremadura de hace ochenta años que constituyen un documento excepcional, una recuperación agridulce del pasado. De un pasado en el que pesa más la impresión de atraso pavoroso que la melancolía. No son estas fotografías para mover a eso. Nada que echar de menos, mucho que lamentar desde un presente en el que parece que no han pasado ochenta años, sino ochocientos desde aquellas imágenes que nos muestran una Extremadura en blanco y negro, menos añorada que dolorosa.
Hasta en las imágenes más inocuas se ha colado de rondón algún detalle significativo, alguna muestra del atraso y la miseria.
Al fondo de esa Extremadura, en una de las mejores fotografías de la serie, hay un casino (en Zafra) y a su puerta un limpiabotas se afana en sacarle brillo al zapato del señorito.
O calles inmundas llenas de barro y desperdicios. Y niños descalzos y sucios que pisan los charcos. Demasiados niños descalzos y demasiado sucios.
Es inevitable recordarlo: muchos años después, Alberti escribiría sobre los niños de Extremadura, sobre los niños descalzos de Extremadura. Y se preguntaría, como el conmovido espectador de esas fotos, quién les quitó los zapatos.
Y después de esto, todavía algún animal melancólico que recoge algunas muestras de estas fotografías -ninguna (¡qué casualidad!) con niños descalzos ni señoritos a la puerta del casino- vendrá a insinuar que aquellos niños eran más felices.