Trabajos y días de Hilario Barrero
Me envía Hilario Barrero desde Nueva York su dietario De amores y temores, que publicó en Llibros del Pexe.
Lo leo estos días, un poco a salto de mata, no de un tirón, porque la intensidad de la lectura no lo permitiría.
Leo su palabra conmovida, su mirada piadosa, sinestésica y abarcadora, los rostros cambiantes, las voces, los ruidos, las lluvias y las emociones y al fondo siempre una luz de nieve que parece venir del fondo helado del tiempo, de la mirada triste de Emily Dickinson.
Mi relación con Hilario Barrero es virtual y literaria y arranca de una entrada en este blog sobre La última cigüeña, la novela de Urabayen, el escritor menor sobre el que hizo su tesis doctoral Hilario, que lleva ya casi treinta años enseñando literatura en Estados Unidos.
Pero es también una relación de amistad y complicidad. Y más después de leer estas páginas en las que Hilario Barrero nos habla en voz baja porque en realidad habla consigo mismo para olvidar a la vieja desdentada que espera agazapada detrás de la puerta, justo cuando la luz nevada parecía hacer más cálido el interior de la casa.
¿Para qué se escribe un dietario? Supongo que para muchas cosas y por muchas razones. La principal quizá sea el intento de retener la vida que pasa, con la conciencia aguda de la fragilidad, de la fugacidad.
Esos son, desde luego, los mejores momentos -son muchos, son casi todos- de un libro en el que el tiempo ejerce un peso insoportable sobre las personas, los objetos (tan abundantes aquí, tan ligados a las personas) y la memoria.
"Aquí ya es tarde y la noche es oscura y en el espejo hay sombras que brillan y me ciegan", dice la madre en un febrero helado que confunde las voces y los seres.
Y el autor, que sabe que el mejor diario es el que se lleva en el corazón, que sabe que lo mejor ha ocurrido en el pasado, se queda mirando (¿o fue antes?) el mismo árbol que miraba JRJ en Manhattan, la misma luz blanca que había en las fotos de una nevada que me mandó en enero.
Hilario lo sabe mejor que yo, pero tengo que recordarle que en aquellas fotos - lo sé ahora- estaba resumido este diario.
Gracias, amigo.
Lo leo estos días, un poco a salto de mata, no de un tirón, porque la intensidad de la lectura no lo permitiría.
Leo su palabra conmovida, su mirada piadosa, sinestésica y abarcadora, los rostros cambiantes, las voces, los ruidos, las lluvias y las emociones y al fondo siempre una luz de nieve que parece venir del fondo helado del tiempo, de la mirada triste de Emily Dickinson.
Mi relación con Hilario Barrero es virtual y literaria y arranca de una entrada en este blog sobre La última cigüeña, la novela de Urabayen, el escritor menor sobre el que hizo su tesis doctoral Hilario, que lleva ya casi treinta años enseñando literatura en Estados Unidos.
Pero es también una relación de amistad y complicidad. Y más después de leer estas páginas en las que Hilario Barrero nos habla en voz baja porque en realidad habla consigo mismo para olvidar a la vieja desdentada que espera agazapada detrás de la puerta, justo cuando la luz nevada parecía hacer más cálido el interior de la casa.
¿Para qué se escribe un dietario? Supongo que para muchas cosas y por muchas razones. La principal quizá sea el intento de retener la vida que pasa, con la conciencia aguda de la fragilidad, de la fugacidad.
Esos son, desde luego, los mejores momentos -son muchos, son casi todos- de un libro en el que el tiempo ejerce un peso insoportable sobre las personas, los objetos (tan abundantes aquí, tan ligados a las personas) y la memoria.
"Aquí ya es tarde y la noche es oscura y en el espejo hay sombras que brillan y me ciegan", dice la madre en un febrero helado que confunde las voces y los seres.
Y el autor, que sabe que el mejor diario es el que se lleva en el corazón, que sabe que lo mejor ha ocurrido en el pasado, se queda mirando (¿o fue antes?) el mismo árbol que miraba JRJ en Manhattan, la misma luz blanca que había en las fotos de una nevada que me mandó en enero.
Hilario lo sabe mejor que yo, pero tengo que recordarle que en aquellas fotos - lo sé ahora- estaba resumido este diario.
Gracias, amigo.
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