Gracias
A los miembros del jurado que interrumpieron una explicación de clase para comunicarme la noticia del premio Barcarola. A Caballero Bonald, que fue el primero en darme la enhorabuena y se quedó sorprendido de que le conociera la voz cuando me preguntaba si yo era yo y me hablaba con voz potente de la potencia imaginativa del libro. A Clara Janés, que se reía y se alegró mucho, y más cuando supo que ayer recibí Los números oscuros, su libro que ganó el Barcarola el año pasado. A Félix Grande, que me preguntaba por Rosalía y si estaba contento. Por él supe que estaban en el Café Gijón, yo que creía que habían ido a Albacete. A Luis Alberto de Cuenca, que llamó después y me cogió sin batería.
A Elena Palacios, de Siruela, que fue la primera, después del jurado y de los más próximos, en felicitarme; a un devoto mío de Sevilla; a uno de esos jóvenes a los que no conozco de nada y me escriben para decirme que les gusta leerme; a quien me manda un correo from almendraluxe; a María Sanz, que ha ganado el Miguel Labordeta en Zaragoza; a Moisés Pascual, que me llama entre Burgos, París y Toronto; a Hilario Barrero y Rolando Gabrielli, que madrugan en América del Este y en Panamá y me escriben.
A Álvaro, a Miguel Ángel, a Luciano y a Serafín, al pregonero taurino de Zafra, a Justo Vila, que va mañana a Estravagario para hablar de sus Lunas de agosto; a Fernando Marías, que me pregunta por una apuesta, a Gonzalo, que manda su salud de rigor; a Ángel, que me escribe em lingoagem portugués; a Nieves, a Pilar, a Montaña, a Mª Jesús, a Manolo, a Enrique y a Olga y a Valeria, a Ismael y a Jorge, a Celso y a Juan Pedro Quiñonero y a Juan Carlos, el general que mejor escribe desde La Moncloa, a Nicole Muchnik, que me cuenta que estuvieron la semana pasada en Jerez, donde Mario daba una conferencia, con Caballero Bonald, a Lord Henry Wooton, a Emilia, a Inka y a Javier, a Isidro y a Simón y a muchos más que me habéis tenido gozosamente fatigado esta tarde contestando al teléfono y al correo y con la espalda hecha polvo.
También a Santiago y a Goyo/Ana Simandro, que me escriben mientras redacto esta nota. Gracias a todos, ya sabéis. A Javier, que ha empezado a trabajar hoy. Y a Rosalía, que me mira y se ríe.
Este fragmento en pago:
CREPÚSCULO ESPAÑOL DE CASANOVA
la sombra tras las copas espesas de los pinos.
Y estos paisajes hondos, este otoño de viñas
me hablan muy lentamente del final de la hoguera,
de estas brasas que huelen a una dulce tristeza.
Me consuela la calma que tiene el campo ahora.
Me miro en el silencio interior del crepúsculo
y en el agua del río,
en el agua que corre somera y transitoria,
oigo hablar a los muertos que fueron mis amigos.
El final de la tarde, con esta luz serena,
con esta mansedumbre de las convalecencias,
me entrega su piedad a la hora del espanto.
A esta edad la Fortuna ya no mira a los hombres:
mi equipaje es un hueco, un baúl de extravío,
lo que saldan las horas, un bagaje de humo
que pesa más ahora que cuando estaba lleno.
Y a Jara, que me escribe a la una de la madrugada, cuando ya me iba.
A Elena Palacios, de Siruela, que fue la primera, después del jurado y de los más próximos, en felicitarme; a un devoto mío de Sevilla; a uno de esos jóvenes a los que no conozco de nada y me escriben para decirme que les gusta leerme; a quien me manda un correo from almendraluxe; a María Sanz, que ha ganado el Miguel Labordeta en Zaragoza; a Moisés Pascual, que me llama entre Burgos, París y Toronto; a Hilario Barrero y Rolando Gabrielli, que madrugan en América del Este y en Panamá y me escriben.
A Álvaro, a Miguel Ángel, a Luciano y a Serafín, al pregonero taurino de Zafra, a Justo Vila, que va mañana a Estravagario para hablar de sus Lunas de agosto; a Fernando Marías, que me pregunta por una apuesta, a Gonzalo, que manda su salud de rigor; a Ángel, que me escribe em lingoagem portugués; a Nieves, a Pilar, a Montaña, a Mª Jesús, a Manolo, a Enrique y a Olga y a Valeria, a Ismael y a Jorge, a Celso y a Juan Pedro Quiñonero y a Juan Carlos, el general que mejor escribe desde La Moncloa, a Nicole Muchnik, que me cuenta que estuvieron la semana pasada en Jerez, donde Mario daba una conferencia, con Caballero Bonald, a Lord Henry Wooton, a Emilia, a Inka y a Javier, a Isidro y a Simón y a muchos más que me habéis tenido gozosamente fatigado esta tarde contestando al teléfono y al correo y con la espalda hecha polvo.
También a Santiago y a Goyo/Ana Simandro, que me escriben mientras redacto esta nota. Gracias a todos, ya sabéis. A Javier, que ha empezado a trabajar hoy. Y a Rosalía, que me mira y se ríe.
Este fragmento en pago:
CREPÚSCULO ESPAÑOL DE CASANOVA
Hay tanto adiós delante de tu rostro.
(G. Schehadé)
Cae la tarde amarilla, se va precipitando(G. Schehadé)
la sombra tras las copas espesas de los pinos.
Y estos paisajes hondos, este otoño de viñas
me hablan muy lentamente del final de la hoguera,
de estas brasas que huelen a una dulce tristeza.
Me consuela la calma que tiene el campo ahora.
Me miro en el silencio interior del crepúsculo
y en el agua del río,
en el agua que corre somera y transitoria,
oigo hablar a los muertos que fueron mis amigos.
El final de la tarde, con esta luz serena,
con esta mansedumbre de las convalecencias,
me entrega su piedad a la hora del espanto.
A esta edad la Fortuna ya no mira a los hombres:
mi equipaje es un hueco, un baúl de extravío,
lo que saldan las horas, un bagaje de humo
que pesa más ahora que cuando estaba lleno.
Y a Jara, que me escribe a la una de la madrugada, cuando ya me iba.
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