11 marzo 2007

Francis Ponge

No sé bien qué es la poesía, pero, en cambio, sé bastante bien lo que es un higo, escribía Francis Ponge el 29 de agosto de 1958. Y en esa llamativa confesión, Ponge resumía toda una concepción poética.

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores rescata en La soñadora materia tres libros completos: Tomar partido por las cosas, La rabia de la expresión y La fábrica del prado, de uno de los poetas franceses más singulares del siglo XX, Francis Ponge (1899-1988), en edición bilingüe con traducción y prólogo de Miguel Casado.

Ponge es el poeta de las cosas, el poeta que busca el ser de los objetos. Lo es especialmente en Tomar partido por las cosas (1942). La rabia de la expresión (1952) se centra más en la palabra y en el taller del escritor, y en la escritura como proceso hacia el poema más que en el resultado. Finalmente La fábrica del prado (1971) culmina en feliz síntesis la relación entre objetos y palabras.

Tomada como emblema de la poesía fenomenológica, del existencialismo o del estructuralismo, la obra de Ponge, en constante transformación, es refractaria a este tipo de caracterizaciones. La metamorfosis, el proceso textual, el cambio es su verdadera forma de ser.

Los que se reúnen en La soñadora materia son tres libros fundamentales en la obra de Ponge, unidos, si no por el tiempo, sí por un mismo espacio: el paisaje del Chambon, en el Alto Loira y por una misma mirada analógica, proclive más a la actitud metafórica que a la capacidad metonímica que caracteriza a otra parte de la poesía contemporánea.

“El hecho de la escritura es la lectura de un texto del mundo”, escribe Ponge en La fábrica del prado, donde el poema se ramifica en otras variantes y se concreta en un intenso esfuerzo creativo que aspira a que las palabras y las cosas se fundan en una sola realidad, de manera que las cosas sean palabras y cosas, y las palabras, cosas y palabras. Y ambas, palabras y cosas, aquella “fuente incomparable de emociones” de la que hablaba Camus a propósito de esta poesía.

En algo parecido pensaba Juan Ramón cuando reclamaba a la inteligencia el nombre exacto de las cosas y quería que su palabra fuera la cosa misma.


Reseña íntegra en la revista Encuentros de lecturas y lectores