01 septiembre 2009

Entre Chiclana y Santa María

Ahí he pasado el verano: entre la luz atlántica de Cádiz y el oscuro territorio del nublado y el óxido de la ciudad en la que Onetti situó la mayor parte de su narrativa.

El motivo, la preparación de mis intervenciones en un ciclo de mesas redondas que organiza la Casa de América y reúne en la Fundación San Benito de Alcántara entre el 9 y el 12 de septiembre a un grupo de narradores y críticos españoles y latinoamericanos: Eduardo Becerra, Juan Cruz, Rafael Courtoisie, Miguel Ángel Lama, Edmundo Paz Soldán, Santiago Roncagliolo, Imma Turbau, Pedro Antonio Valdez y Juan Gabriel Vásquez son los otros Sanmarianos de Santa María, el título genérico de ese homenaje que tiene como excusa el lugar inventado por Brausen en La vida breve.

Más que un simple territorio imaginario, un estado de ánimo, una alucinación, una metonimia en la que el espacio representa a los personajes, una ciudad maldita con su escenografía de devastaciones, una metáfora de América Latina. Un paisaje moral más que una ciudad.

Todo eso y algunas cosas más es Santa María, la ciudad que he vuelto a visitar en la relectura de las novelas de Onetti.

Una relectura que se ha prolongado hasta Justo el treintaiuno, como tituló un cuento que luego fue un capítulo de Dejemos hablar al viento.