Esa luz que nos quema
José María Millares murió -ya lo anotamos aquí -el ocho de septiembre pasado. Poco antes había revisado las pruebas definitivas de Esa luz que nos quema, una antología plural de su poesía inédita entre 2002 y 2009.
Acaba de publicarla Barataria en una esmerada edición de Selena Millares, que ha escrito un espléndido prólogo sobre el autor y sobre esta poesía última y alta, en la que vuelan pájaros, viven la luz y la memoria y la palabra del poeta se eleva más libre y ambiciosa que nunca:
No
tenía cancelas
aquella casa del jardín
ni aquella cuerda que de la luz colgaba
ni aquella sombra que le unía
a la memoria cuando aquel niño dormía
y soñando era la palabra
que jugaba en un rincón con la maleza
y con las hojas secas
y con las hormigas que corrían y apresuradas
arrastraban sus mercancías que iban
y venían y entre ellas
conversaban y entre las ramas secas
por un agujero se perdían
y así aquel niño con las palabras
que se le ocurrían
unas tras de las otras convertía
en guijarros y levantaba torres y paredes
y páginas que los sueños
sin él quererlo construía y eran palotes
y eran letras que por la noche
mientras dormía
sonaban y con los años seguían y con los años
cantaban y con los años eran libros
que los ojos de otras sombras a escondidas
leían y no tenía cancelas
ni muros aquella casa y sólo una cuerda
donde la luz
se colgaba.
Acaba de publicarla Barataria en una esmerada edición de Selena Millares, que ha escrito un espléndido prólogo sobre el autor y sobre esta poesía última y alta, en la que vuelan pájaros, viven la luz y la memoria y la palabra del poeta se eleva más libre y ambiciosa que nunca:
No
tenía cancelas
aquella casa del jardín
ni aquella cuerda que de la luz colgaba
ni aquella sombra que le unía
a la memoria cuando aquel niño dormía
y soñando era la palabra
que jugaba en un rincón con la maleza
y con las hojas secas
y con las hormigas que corrían y apresuradas
arrastraban sus mercancías que iban
y venían y entre ellas
conversaban y entre las ramas secas
por un agujero se perdían
y así aquel niño con las palabras
que se le ocurrían
unas tras de las otras convertía
en guijarros y levantaba torres y paredes
y páginas que los sueños
sin él quererlo construía y eran palotes
y eran letras que por la noche
mientras dormía
sonaban y con los años seguían y con los años
cantaban y con los años eran libros
que los ojos de otras sombras a escondidas
leían y no tenía cancelas
ni muros aquella casa y sólo una cuerda
donde la luz
se colgaba.
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