21 diciembre 2009

Cinema Paradiso en Zamora


De la misma manera mágica e imperceptible en que vida y ficción se confundían en el cine de barrio, y la pantalla y el patio de butacas se fundían en la sesión de tarde del Cine Pompeya, había una zona de contacto entre la realidad y la fantasía en la mirada de aquel niño, de aquel preadolescente evocado, inventado, recreado por la palabra de José Ángel Barrueco en las páginas de Recuerdos de un cine de barrio.

Este texto, a medio camino entre la narrativa de ficción y la autobiografía, mezcla con la magia de la literatura la realidad y la ficción, lo vivido y lo soñado para consumar varias de las funciones fundamentales de la creación: anular el tiempo, conjurar el olvido y proyectar una mirada solidaria y compasiva sobre un mundo con menos colores que los de la pantalla:

Una infancia forjada en un cine puede ser muy constructiva, sobre todo si ese local es de barrio y da cabida a un ramo de personajes de la más diversa catadura, porque no sólo merodean entre sus paredes las figuras inmortales de la pantalla, sino también multitud de tipos extraños, solitarios en su mayoría, y en ocasiones tan llamativos como los del mundo ficticio. Fellini debería haber realizado una película con este cosmos de carne y fracaso, el de los asiduos a una sala sucia de programas dobles, poblada de perdedores.

Estos Recuerdos de un cine de barrio, que aparecieron por primera vez hace diez años y ahora reedita Baile del Sol con un prólogo doble de Tomás Sánchez Santiago, son la primera educación sentimental de aquel muchacho que fue y sigue siendo –manes de la narrativa- José Ángel Barrueco.

Un Cinema Paradiso agridulce en Zamora.