18 marzo 2010

El viajero impertinente


No me gusta ir a Toledo los fines de semana. Hay mucho turista, sobre todo japonés, que machaca el encanto de la ciudad.

Aunque no lo parezca, quien escribe esas líneas es un turista. Impertinente y excéntrico, es decir, inglés. Se llama Percy Hopewell, inventó los botes de niebla en conserva para vendérselos a los turistas que van a Londres y firmó en los años noventa una serie de artículos periodísticos con sus experiencias de viajero inglés en España.

Con prólogo de Tomás García Yebra sobre ese singular viajero e ilustraciones de Anthony Garner, acaba de recogerlas Reino de Cordelia en un volumen espléndidamente editado bajo el título El viajero impertinente.

Pues bien, Percy Hopewell puede ser un vendedor de humo, o de esa variante londinense de la niebla que allí llaman smog. Pero, quizá porque conoce los puntos débiles de los turistas, no es un turista al uso, aunque sea un inglés previsible en su humor y en su flema.

Lo demuestra en los veintiún capítulos en los que cuenta sus viajes por España. De las Alpujarras, en busca de Gerald Brenan, al laberinto urbano y cultural de Toledo, pasando por la sierra de Aracena y la ruta del jamón, Urueña y Joaquín Díaz, el toro de fuego de Medinaceli, el recuerdo del Tempranillo en Sierra Morena, los encumbrados pobladores de Trujillo, las huellas de la Inquisición en Segovia o la Feria de abril en Sevilla.

Sin mayores pretensiones y con un humor inasequible al desaliento, El viajero impertinente es un divertido libro de viajes en el que no podía faltar una turista tópica. Ese papel lo desempeña su amiga Annie Chapman, incorregible y propensa a las compras de souvenirs y a las visitas masificadas, que acompaña a Hopewell en estas Andanzas por España de un excéntrico inglés, que así se subtitula el libro.