27 abril 2010

Escombros de la luz


La Fundación Centro de Poesía José Hierro reunió el 18 de abril en Getafe a un grupo de amigos poetas en el homenaje póstumo a Diego Jesús Jiménez.

Paca Aguirre, Félix Grande, Juan Carlos Mestre, Antonio Hernández, Lupe Grande, Alexandra Domínguez, Ángel Luis Luján, Javier Lostalé y Manuel Rico participaron en ese acto en el que se presentó la antología Escombros de la luz, una espléndida selección de poemas de Diego Jesús Jiménez realizada por su viuda, Társila Peñarrubia.

Aparece en la colección Homenajes, con un prólogo de Tacha Romero, y recoge textos relacionados con la pintura - Diego Jesús Jiménez fue también un apreciable pintor- de Fiesta en la oscuridad, Bajorrelieve e Itinerario para náufragos y un inédito (Las formas del silencio) que hubiera formado parte de El infinito nos protege, el libro en el que trabajaba cuando murió en septiembre de 2009.

De toda la poesía española de posguerra, probablemente ninguna tan perturbadora y tan honda a la vez como la de Diego Jesús Jiménez. Telúrica y abismal, visionaria y meditativa, alcanza su cima en Bajorrelieve y sobre todo en Itinerario para náufragos, etapas sucesivas en un camino de perfección que, después de algunos tanteos marcados por la influencia evidente de Claudio Rodríguez, encuentra su voz propia en Fiesta en la oscuridad.

Una poesía de la mirada que intenta iluminar la realidad y revelarla a través de la sensorialidad, el cromatismo y la sugerencia. Lo explicó el autor con estas palabras:

Para mí, la poesía no es tanto el arte de decir cosas, sino el de sugerirlas. Porque para decir cosa existen otros géneros literarios como el ensayo, o incluso la novela, pero lo que hace que algo se transforme en poesía es precisamente el misterio. El hecho de plantear lo desconocido a través de un poema y con una carga emotiva personal, es estar haciendo poesía.

A través del lenguaje poético - sigue diciendo Diego Jesús Jiménez - asistimos antes a una revelación que a un descubrimiento. Durante el acto de la creación poética sucede algo verdaderamente insólito: aquello que se nos ocurre, antes de comprenderlo –el poema, además, puede tener infinidad de lecturas e incluso negarse a su comprensión– nos emociona. No ponemos nosotros la emoción en el poema sino que, muy al contrario, es el verso que aparece de pronto, la imagen que transcribimos, algo en verdad incalculable, lo que nos emociona y empuja a continuar en la escritura del poema.

Ese párrafo me sirve ahora para conectarlo con los versos finales de Las formas del silencio:

Sólo la exactitud de la memoria

es la belleza ahora del poema que escribes. Llega hasta ti,

envenenándolo, un viento
de jazmines y rosas; enciende sus bengalas
con la lluvia la luna ; y se cierne

sobre tu corazón una luz gris
que da forma al silencio.