01 septiembre 2010

Dos poemas de Luna y ciencia nocturna


Los dejo aquí como anticipo del libro, que se publicará en diciembre en la editorial barcelonesa Icaria.


EL CIELO SOBRE BERLÍN


Estar solos, indefensos.
Dejar que todo ocurra.
Peter Handke



No son legiones, vienen
de dos en dos al mundo sin alas de los hombres.

Vienen desde la estela,
desde sus claroscuros de hielo y de grisalla
para encender hogueras de silencio,
contra la lenta luz nevada del invierno.

Vienen para probar el sabor de la sangre
y el calor de la herida, para ver cicatrices
o los colores blancos del dolor en los pájaros.

Son la mano que escribe sobre el tiempo del sueño
las armonías secretas y azules de su canto
en las estatuas frías de las islas extrañas.

No duermen, pero sueñan la cruz del sur con lluvia,
las escalas oscuras del ángel de las lágrimas.
Sueñan con una casa que flota sobre un lago,
el reflejo de un mundo debajo de otro mundo.

Tan lejos y tan cerca,
despliegan en el cielo las alas del deseo
y en el planeo violeta de la tarde,
en el umbral del tiempo,
se paran para oír
las músicas esféricas de las constelaciones.

Coetáneos de los pájaros, tienen la edad del vuelo,
son los que queman árboles, los que incendian la orilla
remota de los ríos.
No traen otro mensaje que su misterio ardiente,
su nada desvalida
de hijos abandonados de los dioses.

En su tierra de nadie sus canciones sin letra
cantan desde el vacío de sus bocas cerradas
acordes inefables,
la médula del miedo, los delfines del sueño.



MONJE A LA ORILLA DEL MAR

(Caspar David Friedrich)

se tiene la impresión al contemplarlo de que le hubieran cortado a uno los párpados.
Heinrich von Kleist

Todo es frágil aquí, todo es niebla de asombro
bajo el silencio blanco de la nieve
o en el abismo azul de los acantilados.

Como un pájaro herido,
la lluvia se ha posado mansamente
en la orilla del mar.
Su música de sombra silenciosa
desciende blanda y tibia
a la arena sin pájaros.

Desciende blanda y tibia
desde este cielo turbio al turbio mar sin peces
y allí se desdibuja,
se disuelve en el agua
de otro mar más profundo sin temblor ni oleaje.

En la precaria orilla, sobre una leve duna
soy un cuerpo en penumbra, una interrogativa
silueta que contempla el horizonte incierto,
perplejo frente al mar vacío de veleros.

Y pienso en el desorden nevado de la muerte.