07 septiembre 2010

El árbol rojo


El regalo

Qué día tan feliz.
La niebla se disipó temprano.
Me puse a trabajar en el jardín.

Colibríes quietos sobre la madreselva.
Nada sobre la tierra que yo quisiese tener,
nadie sobre la tierra que yo pudiese envidiar.
Había olvidado todo lo que sufrí,

no tenía ya vergüenza del hombre que fui.
No me dolía el cuerpo.
Al enderezarme, vi el mar azul y las velas.


Czeslaw Milosz (1911-2004) escribió ese poema en Berkeley, en 1971. Es uno de los ciento veintiocho textos que se encastraron en octubre de 2003 en las placas de acero del Paseo de la Poesía de esa ciudad de California.

Con traducción de Octavio Paz, es uno de los abundantes poemas que forman parte del volumen El árbol rojo, una suerte de devocionario laico que publica Demipage y en el que Andrés Rubio ha reunido a cuarenta poetas de todas las épocas con más de sesenta textos para ser leídos en los distintos ritos de paso.

Nacimientos, bodas y despedidas en la palabra de W. H. Auden, Maurice Béjart, Luis Cernuda, René Char, E. E. Cummings, Cristóbal de Castillejo, Enrique Díez-Canedo, John Donne, Paul Éluard, Odysseas Elytis, Federico García Lorca, John Gillespie Magee, Louise Glück, José Agustín Goytisolo, Miguel Hernández, David Huerta, Juan Ramón Jiménez, Konstantinos Kavafis, Antonio Machado, Marco Aurelio, Czeslaw Milosz, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Fernando Pessoa, Virgilio Piñera, Alejandra Pizarnik, Pascal Quignard, Rainer Maria Rilke, Claudio Rodríguez, Bertrand Russell, Pedro Salinas, Séneca, Robert Louis Stevenson, Mark Strand, José-Miguel Ullán, Walt Whitman y William Butler Yeats.

Palabras afirmativas, celebratorias y consoladoras. Adioses que son un hasta luego, cantos de bienvenida y despedidas profanas como el Blues del funeral, la elegía que W.H. Auden dedicó a su amante muerto. La recordarán quienes vieron Cuatro bodas y un funeral:

Detened los relojes, descolgad el teléfono,
Haced callar al perro con un hueso jugoso
Y silenciad los pianos; con tambor destemplado
Salga el féretro a hombros, desfilen los dolientes.


Den vueltas los aviones con vuelo inconsolable

Y escriban en el cielo las nuevas de su muerte,
Que lleven las palomas crespones en sus cuellos
Y los guardias de tráfico se enfunden negros guantes.

Era mi Norte y Sur, mi Oriente y Occidente,
Mi día laborable y mi domingo ocioso,

Mi noche, mi mañana, mi charla y mi canción;

Pensaba que el amor era eterno; fui un crédulo.


No queremos estrellas; apagadlas de un soplo;
Desmantelad el sol y retirad la luna;
Talad todos los bosques y vaciad los océanos;
Pues ya nada podrá llegar nunca a buen puerto.
(Traducción de Jordi Doce)