22 octubre 2010

Fábulas de Stevenson


Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson, escribió Jorge Luis Borges.

Posiblemente pensaba en el Stevenson de las Fábulas póstumas, en las que Borges vio una breve y secreta obra maestra que tradujo y prologó en 1982 con Roberto Alifano. Con prólogo de este último y una nueva traducción de Catalina Martínez Muñoz, Rey Lear publica las Fábulas de Robert Louis Stevenson en un volumen que incorpora dos piezas inéditas (El simio científico y El relojero) descubiertas en 2006 por la Universidad de Yale entre los fondos de la colección Beinecke.

No es, ni mucho menos, un Stevenson menor o lateral. Está aquí en estado puro y en una excelente versión el mejor Stevenson, el poderoso contador de historias al que sus deslumbrados oyentes en Samoa llamaban Tusitala, que da en estas Fábulas breves e intensas que aparecieron en 1896, dos años después de su muerte, una depurada lección de libertad creadora y eficacia narrativa.

Cada fábula de este libro –es Borges otra vez el que habla- tiene su propio estilo y su propio vocabulario, casi en cada renglón hay una sorpresa.

Desde el primer texto
-Los personajes del relato- comienzan esas sorpresas en el diálogo que mantienen Long John Silver y el Capitán Smollet en un descanso de su trabajo como personajes de La isla del tesoro. Cuando su autor ha terminado el capítulo 32, los dos personajes que representan el bien y el mal sostienen una conversación preunamuniana y desenfadada sobre el valor que les ha asignado el inventor de sus días.

Es la primera de las veintidós Fábulas en las que un Stevenson brillante y dueño de resortes narrativos como el diálogo y la sorpresa derrocha imaginación y talento, ironía y buen humor. Muchos lectores tendrán en este Stevenson la mejor versión del admirable contador de historias que fue siempre.