25 octubre 2010

Jin Ping Mei

Reclinado sobre la almohada, le he echado un vistazo, y sus páginas desprenden una bruma erótica, decía en una carta de 1596 el letrado chino Yuan Hongdao. Es la primera mención que se conoce de Jin Ping Mei, una novela que seguiría creciendo manuscrita hasta su primera edición en 1617.

El título de la novela alude a los tres personajes femeninos centrales. Su autor se ocultó bajo un estrafalario seudónimo, El Erudito de las Carcajadas de Lanling, por dos razones probables: la sexualidad explícita de sus episodios y la crítica del poder y de la corrupción política que hay en sus páginas.

Tal vez esas dos razones combinadas expliquen también por qué esta obra ha sido prohibida durante siglos y ha circulado clandestinamente.

La edición de Atalanta, traducida directamente del original chino por la sinóloga
Alicia Relinque, no sólo es la primera que se hace en español de esta novela fundacional: es también la versión más completa que existe en una lengua occidental.

Estos días llega a las librerías el primer volumen, con abundantes ilustraciones en color como la que reproduzco arriba y un centenar de dibujos en blanco y negro. Para el año que viene está programada la aparición del segundo tomo.

De momento, dejo aquí los dos párrafos iniciales del magnífico texto introductorio de
Alicia Relinque:

Leyó: Jin Ping Mei en verso y en prosa. El mensajero que le había entregado la caja de brocado que contenía el manuscrito le había susurrado al oído: «El amo dice que sólo puedes disfrutar de él tú, mi señor; que no lo lean otros ojos, sobre todo que ninguna otra mano roce sus páginas». Excitado, apartó la primera hoja y, al percibir el suave tacto del papel, pura seda, se dijo: «Se nota que el libertino sabe disfrutar. ¡Qué papel tan delicado para una novela vulgar!». Y no pudo evitar sentir un estremecimiento de placer al saberse uno de los pocos privilegiados que tenían acceso a ella. Él le había dicho en el burdel: «No creas que es una de esas historietas pornográficas. Ésta sí posee belleza, lujo, poder y, sobre todo, unas descripciones de lo más explícitas…; prepárate para arder, es puro fuego».

Y comenzó con el título del capítulo I: «En la cresta de Jingyang, Wu Song mata a golpes a un tigre. Pan Jinlian desprecia a su esposo y vende su encanto». Ya le había explicado: «Verás, empieza con el fornido Wu Song, pero a quien le dedica tiempo de verdad es a la hermosa Jinlian, «Loto de oro»; casi puedes ver sus pies, tan diminutos, tan sensuales…, te darán ganas de acariciarlos, de besarlos, de introducírtelos en la boca…». Sin duda, la Jin del título debía de referirse a ella, pero ¿quiénes serían Ping y Mei? Las primeras páginas no prometían demasiado: hablaban de famosos personajes virtuosos y enamorados, y el texto despedía cierto tufillo moralizante: «¡Ya tengo yo bastante con fingir que leo a Confucio y los libros de historia! Éste me ha tomado el pelo, ¡maldito cabrón!». Estaba ya a punto de desistir en torno a la octava carilla –la constancia no era una de sus cualidades– cuando sus ojos se posaron en la frase: «Este libro trata sobre una hermosa muchacha de corazón de tigre…, una mujer licenciosa que se unió a un ser depravado…». ¡Por fin! Eso era lo que él buscaba. Y continuó leyendo. Leyó la conocida historia de cómo Wu Song mataba al tigre; sabía que pronto conocería a su cuñada…