17 octubre 2010

Los adolescentes furtivos



Si un poeta es, como, probablemente con razón, creía Goethe, un hombre que piensa en imágenes, las de este libro, pieza a pieza, denotan o delatan o revelan la inconfundible condición de poeta del autor, escribe Pere Gimferrer en el prólogo que ha escrito para presentar Los adolescentes furtivos, el libro con el que Toni Quero (Sabadell, 1978) obtuvo el Premio Internacional de Literatura Antonio Machado 2009.

Lo publica en edición bilingüe la editorial francesa Cap Bear Éditions y es el primer libro de un autor cuyo potente ímpetu visionario se despliega en versos que cabalgan sobre la imagen y aspiran a fundar un mundo en cada poema. Para Toni Quero la poesía es una forma de mirar el mundo, de reconstruirlo con imágenes y con palabras que van más allá de las palabras, porque el poeta forma parte de una tradición visionaria y simbólica en la que -la lección es de Wallace Stevens- la lengua es un ojo.

Junto con esa concepción de la poesía como revelación de la realidad, llama poderosamente la atención la capacidad del poeta para hacer del poema una forma de integración, para conjugar en sus textos tradición y posmodernidad, para fundir las alas de Ícaro en los rascacielos, para situar al minotauro en el laberinto de las madrugadas urbanas y para unir a las Erinias con la música de Kurt Cobain.

Los adolescentes furtivos es un libro construido sobre la solidez léxica, la ambición imaginativa y la unidad tonal que fundan un espacio poético propio habitado por el cuerpo y la memoria, por los lugares y los símbolos, por Cirlot y la Quimera, entre la noche y el amanecer.

De madrugada,
las calles se tornan feraces,
el vaho vivifica las raíces que brotan de las calzadas
y el violento carmín de los tacones de aguja
se protege de la lluvia
en los párpados ocres de centeno
que duermen en las fachadas.

En los portales,
late un murmullo de acero y cuerpos deseantes,
los maestros de esgrima se baten en duelo
y entre adoquines
flotan cadáveres de enamorados
que ensayan caligramas.

Es oscura la noche entonces.
Las chicas hispanas desenredan sus trenzas en las cabinas
y anotan versos de nueve cifras sin remite,
los canes enloquecen con su propio rastro
y apátridas del cielo descienden
a trocar sus penas en los billares.

A esas horas, la luz es un animal herido,
que danza, como las tribales formas se contemplan,
en el latón abandonado de las esquinas
y en los verticales rostros
que aguardan tras las ventanas
su propia resurrección.

(Madrugada)