Manuel Longares. Las cuatro esquinas
El 31 de diciembre de 1979, Carmen Martín Gaite saludaba en Diario 16 la aparición "de un libro realmente espléndido", La novela del corsé, de Manuel Longares. Era la primera novela de quien habría de revelarse con el tiempo como uno de los narradores más sólidos de los últimos treinta años. Novelas posteriores como Soldaditos de Pavía (1984) y sobre todo las dos más recientes y portentosas, Romanticismo (2001) y Nuestra epopeya (2006), así lo han ratificado.
Desde aquella ya lejana fecha me honro en ser parte de esa minoría entusiasta -que antes fue una sociedad secreta- de lectores de Manuel Longares.
Hoy, sobre todo a raíz de que su novela Romanticismo fuese reconocida en 2001 -hace ahora diez años- con el Premio Nacional de la Crítica, quizá esa minoría no sea tan abrumadora, pero sigue siendo tan entusiasta como siempre. Y a ella se han sumado muchos lectores de Nuestra epopeya, el libro anterior a Las cuatro esquinas (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) que presentamos hoy.
Escribir literatura es una apuesta en el tiempo –decía Longares en aquel 2001 en una conferencia- y esto suele implicar una falta de respuesta en vida. Se trata de una evidencia universal y eterna, que afecta al escritor de ayer, de hoy y de mañana, y que le transforma en un asceta que sacrifica su presente por una ilusión de futuro. El escritor literario sabe que su oficio se practica en silencio y que ese mismo silencio suele acoger a corto plazo sus productos.
El alejamiento de los focos de la notoriedad y de las capillitas de la influencia, la lentitud creativa, el apartamiento casi ascético de las pompas del mundo, no de la realidad, la fidelidad a un proyecto narrativo basado en la exigencia literaria son las formas de comportamiento de Longares, radicado en esa certeza de quien sabe que escribe para el futuro.
Nacido en Madrid, la ciudad sentida que constituye la referencia espacial de sus novelas, Manuel Longares pertenece al mismo grupo generacional que Luis Mateo Díez, José Mª Merino, Eduardo Mendoza o José Mª Guelbenzu, que inician su trayectoria pública en la transición, a mediados de los años setenta.
Pero como todo escritor cabal, Longares es una isla, un caso aparte, el creador de una literatura personal e inimitable, de un mundo literario propio que no surge en el vacío, que tiene su eje espacial en Madrid y se desarrolla en torno a tres claves: la memoria, la imaginación y la palabra. Porque la literatura es para Longares un ejercicio de memoria al que se añade la imaginación del escritor, su altura estilística y su postura moral ante la realidad.
Sobre ese Madrid que también fue la referencia de Quevedo, Galdós, Valle Inclán, Baroja, Gómez de la Serna, Max Aub o más recientemente Eduardo Zúñiga, proyecta su mirada expresionista Manuel Longares. Es una mirada que tiende más a interpretar la realidad que a reflejarla objetivamente, y a la parodia o a la estilización simbolista más que a la voluntad documental. Una mirada en suma que se alimenta de la tradición y de la modernidad, y junta a Mesonero Romanos y a Gómez de la Serna, lo culto y lo popular, con ese desgarrón afectivo que Longares pudo aprender de Quevedo.
Lo local y lo universal, la ironía y la compasión, la invención y la memoria, la ética y la estética conviven en la escritura proteica de Longares, capaz de construir un vanguardismo carpetovetónico través del retrato individidual y social, vital y moral.
Y todas esas características que atraviesan la obra de Longares se vuelven a concentrar en las cuatro novelas cortas que componen Las cuatro esquinas. Cuatro relatos que recorren las cuatro edades del hombre a través de cuatro momentos de la historia de la sociedad española contemporánea.
1940, 1960, 1980, 2000 son las cuatro décadas en las que transcurre este retablo narrativo que se inicia con El principal de Eguílaz, situado en el Madrid de los fusilamientos sumarios a principìos de los años cuarenta, en la glorieta de Bilbao en la que se cruzan al amanecer los señoritos juerguistas que han ganado la guerra y vienen de recogida, con los obreros que salen a esa hora a trabajar.
El silencio elocuente, Delicado y Terminal son las otras partes de un retablo en el que conviven diversos tiempos y clases sociales, distintas épocas y ambientes habitados por cuatro tipos de personajes: los súbditos de la posguerra, la juventud inconformista de los sesenta, la convivencia de víctimas y verdugos en su adaptación a la democracia y los ancianos preocupados por el más allá. Personajes que desde esas diversas edades desarrollan sus estrategias de supervivencia.
La miseria, la ingenuidad, la perfidia y la transcendencia caracterizan cada uno de esos cuatro momentos, cada uno de los cuatro episodios de estas cuatro esquinas que trazan el mapa de la España reciente: desde aquella España que empezaba a amanecer, en la que se le aparecía a Moncha una Virgen que olía a boniato, hasta la España actual.
Y ese mapa que les invito a leer está trazado con la sutileza y la potencia narrativa de Manuel Longares, con su mirada crítica, compasiva y profunda, y con una de de las prosas de más calidad de la literatura española contemporánea.
Porque lo habitual en el lector de Longares es el asombro incesante, el deslumbramiento gozoso que provoca su literatura. Y Las cuatro esquinas son una nueva demostración de un talento narrativo y un virtuosismo estilístico que le sitúan en el nivel más alto de la novela española del último cuarto de siglo.
Quien conoce sus libros anteriores sabe que no exagero. Y quien no los conozca no sabe lo que se pierde.
Desde aquella ya lejana fecha me honro en ser parte de esa minoría entusiasta -que antes fue una sociedad secreta- de lectores de Manuel Longares.
Hoy, sobre todo a raíz de que su novela Romanticismo fuese reconocida en 2001 -hace ahora diez años- con el Premio Nacional de la Crítica, quizá esa minoría no sea tan abrumadora, pero sigue siendo tan entusiasta como siempre. Y a ella se han sumado muchos lectores de Nuestra epopeya, el libro anterior a Las cuatro esquinas (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) que presentamos hoy.
Escribir literatura es una apuesta en el tiempo –decía Longares en aquel 2001 en una conferencia- y esto suele implicar una falta de respuesta en vida. Se trata de una evidencia universal y eterna, que afecta al escritor de ayer, de hoy y de mañana, y que le transforma en un asceta que sacrifica su presente por una ilusión de futuro. El escritor literario sabe que su oficio se practica en silencio y que ese mismo silencio suele acoger a corto plazo sus productos.
El alejamiento de los focos de la notoriedad y de las capillitas de la influencia, la lentitud creativa, el apartamiento casi ascético de las pompas del mundo, no de la realidad, la fidelidad a un proyecto narrativo basado en la exigencia literaria son las formas de comportamiento de Longares, radicado en esa certeza de quien sabe que escribe para el futuro.
Nacido en Madrid, la ciudad sentida que constituye la referencia espacial de sus novelas, Manuel Longares pertenece al mismo grupo generacional que Luis Mateo Díez, José Mª Merino, Eduardo Mendoza o José Mª Guelbenzu, que inician su trayectoria pública en la transición, a mediados de los años setenta.
Pero como todo escritor cabal, Longares es una isla, un caso aparte, el creador de una literatura personal e inimitable, de un mundo literario propio que no surge en el vacío, que tiene su eje espacial en Madrid y se desarrolla en torno a tres claves: la memoria, la imaginación y la palabra. Porque la literatura es para Longares un ejercicio de memoria al que se añade la imaginación del escritor, su altura estilística y su postura moral ante la realidad.
Sobre ese Madrid que también fue la referencia de Quevedo, Galdós, Valle Inclán, Baroja, Gómez de la Serna, Max Aub o más recientemente Eduardo Zúñiga, proyecta su mirada expresionista Manuel Longares. Es una mirada que tiende más a interpretar la realidad que a reflejarla objetivamente, y a la parodia o a la estilización simbolista más que a la voluntad documental. Una mirada en suma que se alimenta de la tradición y de la modernidad, y junta a Mesonero Romanos y a Gómez de la Serna, lo culto y lo popular, con ese desgarrón afectivo que Longares pudo aprender de Quevedo.
Lo local y lo universal, la ironía y la compasión, la invención y la memoria, la ética y la estética conviven en la escritura proteica de Longares, capaz de construir un vanguardismo carpetovetónico través del retrato individidual y social, vital y moral.
Y todas esas características que atraviesan la obra de Longares se vuelven a concentrar en las cuatro novelas cortas que componen Las cuatro esquinas. Cuatro relatos que recorren las cuatro edades del hombre a través de cuatro momentos de la historia de la sociedad española contemporánea.
1940, 1960, 1980, 2000 son las cuatro décadas en las que transcurre este retablo narrativo que se inicia con El principal de Eguílaz, situado en el Madrid de los fusilamientos sumarios a principìos de los años cuarenta, en la glorieta de Bilbao en la que se cruzan al amanecer los señoritos juerguistas que han ganado la guerra y vienen de recogida, con los obreros que salen a esa hora a trabajar.
El silencio elocuente, Delicado y Terminal son las otras partes de un retablo en el que conviven diversos tiempos y clases sociales, distintas épocas y ambientes habitados por cuatro tipos de personajes: los súbditos de la posguerra, la juventud inconformista de los sesenta, la convivencia de víctimas y verdugos en su adaptación a la democracia y los ancianos preocupados por el más allá. Personajes que desde esas diversas edades desarrollan sus estrategias de supervivencia.
La miseria, la ingenuidad, la perfidia y la transcendencia caracterizan cada uno de esos cuatro momentos, cada uno de los cuatro episodios de estas cuatro esquinas que trazan el mapa de la España reciente: desde aquella España que empezaba a amanecer, en la que se le aparecía a Moncha una Virgen que olía a boniato, hasta la España actual.
Y ese mapa que les invito a leer está trazado con la sutileza y la potencia narrativa de Manuel Longares, con su mirada crítica, compasiva y profunda, y con una de de las prosas de más calidad de la literatura española contemporánea.
Porque lo habitual en el lector de Longares es el asombro incesante, el deslumbramiento gozoso que provoca su literatura. Y Las cuatro esquinas son una nueva demostración de un talento narrativo y un virtuosismo estilístico que le sitúan en el nivel más alto de la novela española del último cuarto de siglo.
Quien conoce sus libros anteriores sabe que no exagero. Y quien no los conozca no sabe lo que se pierde.
Presentación de Las cuatro esquinas. Feria del libro de Cáceres.
<< Home