01 diciembre 2011

Plaza de la palabra


¿Tú quién eres?, le preguntamos a semejante agrimensor del infortunio. ¿Qué es lo que ves a través de la lluvia? Y entonces nos alarga la mano; y entonces nos colocamos nuestra propia corona de escarcha de la infancia, lo acompañamos por los desfiladeros honorables de la intemperie, y asistimos, absortos, principescos, a la “recepción de la noche”: lo que ahí se ve es el mundo cuantioso enharinado de galaxias; lo que se ve es el cántico de las constelaciones arrimado al oído sediento de las criaturas mortales; lo que se ve es una asamblea de emociones contemporáneas cuyas raíces arcaicas se abrigan en el fasto del Tiempo. Y se ve la mirada misteriosa de una dama de Vermeer; y se ve la decepción encelada de un destrozado en Centroeuropa; y se ve la calcinación incombustible de las santas palabras que, cuando son requeridas con respeto absoluto, suenan como juramentos tranquilos; y se ven la exactitud y el poderío de las metáforas que burbujan conocimiento porque nacieron no en la velocidad de la jactancia, sino en la parsimonia de la angustia; y se ve la familia orquestal de los acentos, lo que la mente vieja y sabia llama con precisión el Ritmo. ¡Ah, el ritmo, cordón umbilical del cosmos, testosterona de la música, metrónomo del presocrático, pulmón de la poesía moderna desde el origen del lenguaje! ¿Tú quién eres?

Mientras “seguimos encendiendo las hogueras azules en las cumbres heladas de viento y desamparo”; mientras miramos con heroica resignación “las estrellas febriles de la espera”; mientras en estas páginas oímos el oleaje y la palpitación de los campos, los bosques, el viento, las montañas, los océanos, la compasión, la nieve; mientras permanecemos en el maravilloso palacio de la vida, “donde incuba la noche su procesión de sombras”; mientras vivimos lentamente este libro, este alto testimonio, estas palabras, este ritmo, esta conducta, esta felicidad… Santos Domínguez anda y anda con la fuerza irrompible de quien lleva a la espalda su saco de dolor, su emoción de existir y sus consoladoras palabras genesíacas.

Así termina el prólogo que Félix Grande ha escrito para presentar mi Plaza de la palabra, una antología que resume en sus doscientas páginas, entre ese prólogo y el epílogo Desde un bosque extranjero, una parte significativa de mi obra poética. La acaba de publicar la Editora Regional de Extremadura y hoy me han llegado los primeros ejemplares recién salidos de la imprenta.