18 enero 2012

Campanadas a media noche (Falstaff)

Un clásico doble


We have heard the chimes at midnigth, Master Shallow.
(Enrique IV, Segunda parte)

Un clásico doble, el resultado de la colaboración de dos genios. Eso es Chimes at midnight (Falstaff), la película que Orson Welles rodó en España (Soria, Madrid, Ávila...) entre septiembre de 1964 y abril de 1965.

Campanadas a medianoche es la adaptación en 119 minutos de varias obras de Shakespeare en las que aparece o es evocado Falstaff: Enrique IV, Enrique V, Las alegres comadres de Windsor y Ricardo II.

Muchos años antes, en 1939, había sido una obra de teatro (Five Kings) que refundía varios textos de Shakespeare que giraban en torno a Falstaff. Welles la retomó en 1960 con un nuevo título -Chimes at midnight-, en un guión teatral que está aún lejos de esta película, tenida por la crítica como el más ambicioso de sus proyectos y como la mejor que se haya hecho nunca sobre obras de Shakespeare. Y eso que las hay excelentes, filmadas por directores tan distintos como Kozintsev, Kurosawa, Branagh o el propio Welles, que rodó un Macbeth y un Othello memorables.

Pero Campanadas a medianoche, con un Falstaff víctima de la traición de su antiguo compañero de juergas -aquel príncipe Hal convertido ya en Enrique V que le dice I Know thee not, old man (No te conozco, viejo)-, es no sólo la obra con la que más se identificó emocionalmente Welles. Es también una de sus cimas, lo que es tanto como decir una de las cimas de la historia del cine.

No podía ser de otra manera, porque si el octogenario Verdi se había reflejado en el personaje en su ópera Falstaff, Welles se apropia de él, se interpreta a sí mismo y lo asimila hasta el extremo de que Falstaff y Welles se acaban identificando no sólo por el tamaño de su gordura inmortal, sino por su común inteligencia vital de viejos joviales.

Welles nunca ocultó su simpatía por un Falstaff cuyo cinismo es el resultado de la suma de la lucidez y el desengaño. Las cosas que hemos visto, las cosas que hemos visto, sir John, le recuerda Shallow a un Falstaff que es, con Hamlet, el más libre y el más inteligente de los personajes de Shakespeare.

En él cifró otro gordo genial, Harold Bloom, la invención de lo humano. Porque, frente a la incapacidad de un intelectual como Hamlet para entender la realidad, Falstaff –salteador de caminos, putero y huésped de las tabernas- comprende el mundo con su inteligencia vital, con la libertad de su buen humor y con su ingenio verbal, y sobrelleva con dignidad la caída en desgracia ante un rey menos justiciero que desagradecido.

Desterrarlo sería como desterrar al mundo entero, dice Falstaff en la Segunda parte de Enrique IV, que es el núcleo central de la película. Y es que si a primera vista Falstaff es el señor del desorden, su profundidad humana y su compleja grandeza dramática lo levantan muy por encima de la altura del granuja o el bufón. Es un personaje en constante transformación, un artista de la reflexión y la palabra. Por eso quien ama el lenguaje ama la irreverencia vitalista de su ingenio verbal.

Shakespeare no quiso llevar a la escena la muerte de Falstaff. La tuvo que contar en el Enrique V Mrs. Quickly (Margaret Rutherford en un intenso monólogo de minuto y medio en la película) en una elegía emocionada que constituye uno de los momentos más memorables de Shakespeare, que siempre evita el patetismo en Falstaff.

Por eso, frente a la mueca de la duda de Hamlet, frente a su inteligencia destructiva, en Falstaff se imponen la risa y el ingenio. Nunca sabremos de quién de los dos estaba más cerca Shakespeare. Lo que es evidente es de qué lado está Welles, que ha fijado definitivamente la imagen, la voz y la mirada de Falstaff y las ha hecho suyas en una reflexión sobre el paso del tiempo y en una elegía por el personaje y por él mismo.

Campanadas a media noche es inconfundiblemente de Welles sin dejar de ser de Shakespeare. Una película intensa y serena en la que conviven la alegría y la tristeza, la comedia y la tragedia en el claroscuro de los personajes y las imágenes rodadas en blanco y negro por Welles. Esa incursión de lo trágico en lo cómico y de lo cómico en lo trágico tiene también la huella profunda de Shakespeare.

Pero Campanadas a medianoche es además una película de una enorme potencia visual, un valor añadido al texto por la imaginación plástica de Welles: la fuerza expresionista de las tomas hechas desde planos insospechados, el ritmo trepidante en la sintaxis de las escenas y en la sucesión de los diálogos, o la secuencia de la batalla rodada en la Casa de Campo de Madrid, una obra maestra en sí misma y una acabada demostración de la técnica del montaje.

Por eso, Falstaff nunca fue más Falstaff que cuando fue Welles. Ni Welles fue más Welles que cuando fue Falstaff. Ni Shakespeare fue más Shakespeare que cuando lo reescribió y lo dirigió Welles.

Ni la literatura brilló tanto en el cine como en estas Campanadas a media noche, un clásico doble en el que sumaron sus fuerzas tantos genios del arte y de la vida.

Santos Domínguez

(Versión Original. Revista de cine. Especial número 200. Fundación Rebross)