17 enero 2013

Un precursor





Incesantemente se habla de la situación económica nacional. Los oficialistas quizás desearían, en verdad, ser parcos, pero tienen que responder a las acusaciones de los opositores que, con singular espontaneidad, hablan por todos. Los opositores viven en el delirio de las cifras lúgubres y en el entusismo por las catástrofes inminentes. La razón de su alegría es la esperanza de que el caos económico provoque la caída del gobierno. Pero hay que desechar esos engaños perniciosos; un mal para el país no es nunca más que un mal para el país, y los primeros en padecerlo son siempre los habitantes. Además, los partidos que llegan al extremo de regocijarse con la ruina del todo con tal de que así se impongan sus partes de razón empiezan inevitablemente a despedir un olor harto sospechoso.

Suena a familiar y reciente, ¿verdad? Lo anotaba H. A. Murena (Buenos Aires, 1923-1975) en Los penúltimos días, los diarios que fue publicando en la revista Sur desde mayo de 1949 hasta abril de 1950 y que acaba de editar Pre-Textos.