01 septiembre 2013

Ámbito de la luz




La luz matinal y cubista recorta en el horizonte de la ciudad prismas, cilindros y pirámides. Intermedios en el perfil anguloso en el que se cruzan unas edades con otras, se adivinan pájaros entre las torres y el cielo. Apenas una leve línea delimita los dos ámbitos, diversos también en cromatismo aunque envueltos en el mismo empaste de la luz caliente. 

Los estratos de las ciudades no sólo se perciben en las excavaciones del subsuelo. También sobre el cielo se perfila la historia, porque la ciudad tiene sus raíces en el pasado y su renovado presente en el paisaje natural, en la vegetación urbana de sus árboles añosos, en las aves que los pueblan de sonidos.

Y en el hombre, que mira el paisaje de las ciudades que ama: sus callejones lentos, sus fuentes musicales, sus estanques secretos, sus arduos laberintos, sus plazas numerosas, sus jardines en sombra y el difuso horizonte que ve desde sus torres. Desde una de ellas distinguía Pedro de Lorenzo un cerco de verdor alrededor de la ciudad de Cáceres.

Porque la topografía urbana no la perfilan solamente sus calles, sus monumentos o sus centros administrativos o comerciales. La personalidad de una ciudad, su esencia intrahistórica, se resume mejor que en otros espacios en sus paseos y sus jardines. O en las huertas que la rodean, que son la punta de lanza con la que el campo entra en la ciudad, un lugar de encuentro de dos mundos.

(Santos Domínguez. Nueve variaciones sobre fondo azul. En Patrimonio natural. Ciudades Patrimonio de la Humanidad. Ed. Alvarellos, Santiago de Compostela, 2010)