21 noviembre 2014

Discurso de anatomía


      Yo escucho ese discurso de mis tripas
      hablarle al corazón.
      Y el corazón apenas si hace caso,
      perdido en la tarea de la sangre,
      príncipe tartamudo.

      Las tripas lo desprecian por creído
      y corean su flema con la charla.

      Vivo de ellos. Lo sé.
      De su envidia indigesta,
      de sus murmuraciones,
      de la soberbia con que cada día,
      ofendido en su celo,
      el corazón se empeña en demostrarles
      la estirpe de su afán, su aristocracia.


De ese poema –Discurso de anatomía- toma su título el último libro de José Antonio Ramírez Lozano, que publica Renacimiento.

Como en el resto de su obra, Ramírez Lozano vuelve a desbrozar con sus versos el árido territorio de la realidad para extraer de ella el fulgor de las revelaciones, la brillantez del matiz inesperado en esos francotiradores prejubilados porque a Franco muerto se acabó la rabia; la sorpresa del adjetivo en un camello lento y arqueológico que semejaba un paisaje con montañas en Túnez, o la presencia de unas ranas que croan en Dios desde la pila del bautismo.

Entre el juego y el fuego, entre el chispazo brillante que surge del pedernal oscuro y la meditación que habita siempre al fondo de sus libros, Ramírez Lozano vuelve a mostrar en Discurso de anatomía su agudeza y el arte de su ingenio para establecer relaciones imprevistas entre realidades distantes, su incansable buen humor o su mirada en sombra:

El futuro no es más que esa pantalla 
de un cine mudo en el que tú 
eres a un tiempo el malo
y el bueno, el director
y ese acomodador que apaga
las luces cuando acaba la película.