18 octubre 2015

Bajo los tilos



                                 UNTER DEN LINDEN

La tarde del 20 de julio de 1812 
Beethoven camina del brazo de Goethe 
por la avenida principal de la ciudad balneario 
de Teplitz, en Bohemia.


Sobre la hora crecida de la tarde templada
vibraba largamente la luz, y los sonidos
fluían bajo los tilos de un lento balneario.

Acompasan sus pasos el genio que no duda,
el sabio satisfecho de sí mismo,
pulcro y ceremonioso,
y el indómito músico, el sordo algo salvaje
que no obedece normas y desconcierta al sabio
con su creación sin riendas.

No se entienden apenas
quien redujo el color a una teoría
o expresó la mirada en fórmulas de física
y el que echaba de menos los rumores de Viena
o el ruido de las hojas del tilo bajo el viento.

A aquel que hizo del mundo un tema razonable,
pero pidió más luz en su agonía
le inquietaba el sonido, lo que no se controla,
lo que no se regula con normas ni preceptos.

No comprendió la música de quien buscó en sus notas,
sin orden, con concierto,
resistir las angustias,
vencer el sinsabor y los fracasos.

Mientras vibraba al fondo
la luz incomprensible del piano,
la tarde iba cumpliendo sus cuadrantes exactos,
los círculos de nieve de un tiempo misterioso.



Es uno de los textos de mi Principio de incertidumbre, al que un jurado presidido por el Premio Nacional de Poesía Antonio Hernández ha otorgado el XIV Premio Nacional de Poesía Ciega de Manzanares. 

Lo dejo aquí como anticipo del libro que publicará el año que viene Huerga y Fierro Editores.