Punto cero sonoro
Cuando cae la noche
hay un momento de silencio. Este momento sobreviene después que los pájaros han
callado y se extiende hasta que las ranas empiezan a emitir su canto. Las ranas
prefieren la medianoche, así como los gallos y la mayoría de los pájaros
prefieren edificar su territorio sonoro en la luz que se levanta. Aunque la luz
no "se" levanta: la luz "levanta" lo visible en la tierra y
lo rodea de cielo.
El instante de la
mayor mengua sonora no es nocturno sino crepuscular. Es el mínimo auditivo.
Pan es el extraño
estruendo del silencio meridiano. El dios de los pífanos calla a mediodía, es
decir en el máximo óptico.
Tales son los datos
de este mundo.
El crepúsculo es el
"punto cero sonoro" en el orden de la naturaleza. A decir verdad, no
es en absoluto un punto cero, no es en absoluto el silencio, sino el mínimo
sonoro propio de la naturaleza. La humanidad no cesa de obedecer. Para la
ontología, el mínimo del sonido se define por la frontera entre el piar y el
croar. Es la hora del silencio. El silencio en nada define la carencia sonora:
define el estado en que el oído está más alerta.
La humanidad no
está para nada en el origen del despliegue de lo sonoro y de lo taciturno, como
tampoco en el origen de lo luminoso y de lo umbrío. El estado en que el oído
está más alerta es el umbral de la noche. Es la hora que prefiero. Es la hora
-entre todas las horas en que me gusta estar solo- que prefiero para estar
solo. Es la hora en que quisiera morir.
Pascal Quignard.
El odio a la música.
Traducción de Margarita
Martínez.
El cuenco de plata.
Buenos Aires, 2012
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