14 agosto 2017

Poesía débil y poesía fuerte




No, la poesía delicada no debilita. No se es débil por ser fino, sino por ser esterior; no por sentimiento profundo, sino por postizo injenio. Hombre y mujer son igualmente fuertes, y si por “afeminado”, esa palabra tan pobre, tan despectiva para la mujer, se quiere decir débil, “afeminados” pueden ser el hombre y la mujer. 
Lo “afeminado”, que debe querer decir lo lijero de la mujer y del hombre, es lo redicho, lo refitolero, lo superficial, y esto, por desgracia, es común a mujer y hombre también. Ni la mujer es más débil ni el hombre es más fuerte, tampoco, en su relación mutua; pero si se trata de exaltar lo que cada uno sintiese como opuesto deseado, el hombre debía exaltar lo delicado y la mujer lo fuerte. Se es débil por constitución orgánica, por enfermedad, por pereza; no por sutileza, por espiritualidad, por sentimiento. Todos seremos débiles si nos falta el sentimiento poético. Y no es tampoco poesía fuerte, como opinan ciertos tambores y clarines, esa que grita la espresión altisonante y retórica: “¡Hurra, cosacos del desierto!, etc.” Cualquier coplilla popular es más fuerte que eso. La poesía más fuerte será, en todo caso, la poesía del pensamiento más alto, cualidad mejor del hombre, la poesía de Dante, de Shakespeare, de Goethe, tan delicados; poesía que puede ser pensada lo mismo por el hombre que por la mujer. Escribir de propósito “poesía fuerte” es como cojer una estaca. Cuando el hombre o la mujer cojen una estaca, ya no son hombre ni mujer, son estacas. No dudemos nunca de nuestro poder natural, nuestro sentimiento desnudo. 

Juan Ramón Jiménez.
El trabajo gustoso, en Conferencias I. 
Visor Libros. Madrid, 2012