13 julio 2018

Josep Pla desde la azotea




Yo no sé lo que a ustedes les sucede; pero a mí la bóveda celeste, si no tengo el bostezo a mano, me da también que pensar. ¿En qué pienso? Esto ya es más difícil de expresar. El poeta Bartrina, de Reus, subió un día a una azotea, contempló el firmamento, y cuando encontró un tintero, escribió nada menos lo siguiente:
¡Todo lo sé!
Del mundo los arcanos
ya no son para mí, misterios sobrehumanos.
Esta es poesía de azotea, y además romántica. Y dentro de la poesía romántica, de la peor especie: de la época de los innumerables ridículos que hicieron hacer al hombre las ilusiones de las máquinas. Decía Bartrina: «Todo lo sé». Y, sin embargo, al gran poeta le sucedía ante los arcanos del mundo, lo que nos sucede a todos nosotros: que no sabía absolutamente nada de nada. El firmamento da que pensar, ya lo dijo Balart; pero a todas las personas dotadas del sentido del ridículo les da que pensar en que no se sabe nada.
Veamos, por ejemplo, lo que piensa Balan. ¿En qué piensa don Federico? Lo dice, como siempre, en verso:
Al ver cómo callan
tierra, viento y mar,
me parece que el mundo es un muerto
que van a enterrar.
No creo que pueda imaginarse un entierro más impresionante. La contemplación del firmamento, con su gran silencio, ¿les sugiere a ustedes la idea de que el mundo es un muerto que van a enterrar? A mí, francamente, la imaginación no me llega, aparte de que me sucede que yo imagino con más facilidad mi propio entierro que el de cualquiera otra cosa, y no digamos que el entierro del mundo. ¡El entierro del mundo! ¡Menudo espectáculo! Pero don Federico era tremendo. Era un vate y a él podía serle aplicada la copla romántica:
Yo soy aquel que subí
hasta el último elemento.
Y puse la escribanía
en la sala del silencio.
Los vates colocan su escribanía en los lugares más impensados y desde luego más extraordinarios. Por algo son vates.

Josep Pla. 
La huida del tiempo
Destino. Barcelona, 1984.