06 julio 2018

William Ospina. Esos extraños prófugos de Occidente



La mejor poesía no prodiga de una vez todo su sentido. Nos mueve a reflexionar y a encontrar armonías y revelaciones ocultas. La poesía de Emily Dickinson es gradual en ese sentido. Ella no pensó jamás en ser poeta de un modo vistoso y exterior. Era un ser poseído por el espíritu y tuvo el valor y el privilegio de renunciar a esos espectáculos. Publicar no le parecía necesario, afectar pensamiento o estilo no le importaba, la gramática o la sintaxis no eran su angustia. Se sabía poseedora de un lenguaje rico y oportuno, y si tenía que quebrantar ligeramente las normas para lograr la expresión más vigorosa de un pensamiento o de una sensación, no vacilaba en hacerlo. La poesía pasa indemne a través de todas esas supuestas imperfecciones que tanto preocupan a los críticos y que tan poco existen para el tiempo. La lengua de Shakespeare ya es incorrecta para nosotros: adolece de anacronismo. La de Paul Valéry ya será incorrecta dentro de doscientos años, aquejada del mismo mal. Todo idioma presente es provisional. Toda lengua crece y cambia y a la larga muere o se atomiza en otras. Pero todo lo que el espíritu encuentra sobrevive aun a su lengua, y Homero no está menos vivo hoy que hace 25 siglos, ni Virgilio ha dejado de ser leído aunque su lengua haya muerto. 

 William.Ospina. 
Esos extraños prófugos de Occidente.
Literatura Mondadori. Bogotá, 2012.