27 septiembre 2018

Las confabulaciones




Creo que la vida consiste en elegir y aceptar lo que eres, (o al animal al que te acabas pareciendo) cuando dejas de engañarte a ti mismo. Quien más quien menos creyó haber nacido para otra cosa, -¿quién no ha sido el príncipe más o menos feliz de una fabulación materna?- pero todos acabamos siendo otros, normalmente un simple animal de compañía, un insecto o una bestia parda. Para predicar con el ejemplo he titulado mi historia Memorias de un hombre rana. Cuanto antes se acepta uno, mucho mejor, escribe el narrador protagonista de Las confabulaciones, la primera novela de su autor, Ignacio Miquel, que acaba de publicar Drácena Ediciones.

Cínico e indiferente, indolente y fracasado, inseguro y perezoso, ensimismado y creativo, refugiado en la literatura, el epicúreo y complejo Julián -ese es el nombre del narrador personaje- es un hijo que le sale rana a su madre porque no cumple las altas expectativas que tenía depositadas en él:

“Y ahora tú. Después de todo lo que he hecho por ti, me sales con estas..., como tu padre... Me has salido rana.” Inmediatamente se llevó las manos a la cara y rompió a llorar con un quejido. Aquel día marcó un antes y un después en la forja de mi identidad. Hacía tiempo que yo ya me sabía un bicho raro, pero nadie hasta ese momento me había ubicado, con precisión taxonómica, en una rama concreta del reino animal. 
(...)
¿Había yo acaso alimentado aquellas expectativas? Y sobre todo, ¿qué clase de ceguera había impedido a mi madre ver la realidad del hijo que había ido creciendo delante de sus narices? Porque a diferencia de Gregor Samsa, el hombre del cuento del Kafka que despertó un buen día de un sueño intranquilo convertido en un insecto monstruoso, mi metamorfosis no fue cosa que sucediera de la noche a la mañana. Me gustan estos apuntes cultos, el tono solemne y la prosa florida que estoy utilizando en este preludio memorialista; creo que hacen justicia al renacuajo perplejo, pedante e incomprendido que fui. Durante muchos años hubo gente convencida de que yo no era más que un pobre desgraciado incapaz de hacer la o con un canuto. ¡Habla renacuajo!

Y a dar cumplida explicación de esa metamorfosis que lo convierte en rana aspirante a príncipe de las letras y de la forja de su identidad se dedica el narrador a lo largo de esta estupenda novela, en la que se suceden una divertida serie de peripecias y un elenco de personajes bien construidos con los que se construye una obra sorprendentemente madura en la que se conjugan felizmente la agilidad narrativa y la calidad de la prosa para culminar esta novela que es sin duda una de las mejores de este año y de la que escribe Manuel Longares en su prólogo:

“El permiso de circulación de una novela no lo conceden jueces o teólogos ni se otorga por una exposición irrefutable de los hechos argumentales, sino que lo configura el proceso narrativo. Es la simpatía de la voz narradora, y no tanto su testimonio, lo que atrapa al lector desorientado.”

Con un diálogo entre el autor y el prologuista, se presenta esta tarde en Madrid Las confabulaciones.