10 junio 2019

Diluvio personal




EL BIZCOCHO

Sor Clemencia bate huevos mientras reniega de la falta de vocación. Añade azúcar y piensa en las últimas novicias que abandonaron. Tres cucharadas soperas de aceite. La joven Inmaculada, partidaria más del amor carnal que del divino. Una taza de harina. La alocada Purificación, que prefería los vestidos provocativos antes que los hábitos. Un sobre de levadura. La tímida Aria, que salmodiaba a ritmo de rap. Ralladura de limón. Añade el ingrediente secreto y se lo ofrece a Cándida, señalada por desobedecer a la madre superiora. Para la cena las demás lamentarán que otra novicia haya renunciado sin despedirse.

Es uno de los ciento cuarenta microrrelatos que Miguel A, Molina reúne en Diluvio personal, que publica Legados Ediciones en su colección La kermesse heroica.

Aparece en la página 99 del volumen y 99 son precisamente las palabras que contiene cada uno de los microrrelatos de este libro organizado en cuatro partes -Sequía, Llovizna, Tormenta, Aguacero- de 35 textos cada una.

Del último toma su título este libro que presenta la realidad cotidiana bajo una turbia luz o bajo una perspectiva extrañada: pese a sus distintos tonos, predomina en el conjunto un pesimismo proyectado en la dura zozobra existencial de las vidas sombrías que recorren los microrrelatos: la violencia y la soledad, la muerte y las difíciles relaciones humanas, familiares o de pareja: el amor y el desamor, el maltrato y el abandono, los divorcios, las decepciones y el paso devastador del tiempo de unas vidas metaforizadas en las referencias meteorológicas de sus cuatro partes, que resumen situaciones existenciales y cambios vitales.


Una mirada a veces irónica, a veces humorística, casi siempre amarga y escéptica y a menudo tan profundamente perturbadora como en este

TRASTO

Desde hace tiempo vaga por casa como un fantasma y para su familia es un adorno más entre el conjunto de muebles y enseres. Ha sabido que se mudaban esta mañana cuando los operarios, tras cargas con libros, ropa y vajilla, han ido a por él. Se ha agachado, lo han doblado hacia delante, otro doblez por debajo, y envuelto con plástico de burbujas. Él solo ha dado facilidades. Ni tan siquiera le ha importado cuando lo han metido en una de esas cajas que siempre acaba en el trastero. Esas que tras la mudanza jamás vuelven a abrirse.