07 julio 2020

La seducción de las palabras





Aquella canción de los años setenta que la voz de Nino Bravo llenaba, una melodía tantas veces reinterpretada y reescrita, y empleada después en la publicidad, decía en su estribillo: “Libre, como el Sol cuando amanece, yo soy libre; como el mar. Como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar…”.
Libre ha de sentirse el ave que sale de su jaula. Y Libre se titulaba la canción. Millones de americanos y de españoles la habrán escuchado (en su día constituyó un gran éxito internacional), pero tal vez sólo unos pocos hayan reparado en la incongruencia del texto. “Libre, como el Sol…”. Porque de poca libertad goza el Sol, que ha de amanecer todos los días a unas horas fijas, que cumple su jornada laboral hasta la noche y no disfruta de ningún fin de semana festivo, ni de vacaciones en verano, que es precisamente cuando más trabaja. Tampoco el mar le aventaja mucho, “libre, como el mar…”. Porque el mar mide sus mareas también con un estricto horario que se prevé con gran precisión, y además siempre camina a expensas de la Luna.
Sin embargo, opera aquí el valor simbólico de las palabras para seducirnos con ese ambiente de libertad que el propio publicista quería evocar mediante esta canción, utilizada en 1999 y 2000 como sintonía de fondo para una oferta de teléfonos portátiles con los cuales el usuario podía moverse a su gusto por toda suerte de lugares y de tarifas.
En esta época que adora a la tecnología, en los años del gran desarrollo catódico, electrónico y telemático, la fuerza de la publicidad no reside principalmente en las imágenes, en los diseños modernos o la rapidez de las comunicaciones. Sigue estando en las palabras, recipientes repletos de pensamientos y de ideas, seductoras por su poder venido de lejos.
El Sol, el mar, los paisajes inmensos, la naturaleza entera, dan sensación de libertad aunque sigan unas reglas incontrovertibles. El ser humano identifica la libertad con los amplios espacios, tal vez llevado por el gusto ancestral de contemplar los paisajes inmensos desde una montaña, porque eso proporcionaba seguridad y capacidad de prevenir los ataques del enemigo, lo cual permitía proteger la libertad de la aldea. El Sol, por ello, es libre también, porque nos mira desde allá arriba. Y el mar, por su parte, lo refleja y lo repele, y al llegar la tarde lo engulle. Identificamos libertad y hermosura, libertad y grandeza, libertad y espacio, libertad y poder.

 Álex Grijelmo.  
La seducción de las palabras.
Taurus. Madrid, 2019