Vivir no tiene nombre, Lupe
No puedo creerlo. Me llamaba esta mañana desde el hospital para decirme que estaba mejor después del susto del día 29 y del cansancio de ayer. Habíamos quedado en volver a hablar el martes, después de las pruebas que iban a hacerle. No me ha dado tiempo ni de repartir los muchos besos y abrazos que me encargó en la despedida.
Un mazazo. Mi relación con ella y con Paca y Félix era antigua y se alargaba más allá de lo literario, más allá de una mera amistad de décadas. Y Lupe, después de tantas conversaciones y tantas complicidades familiares que se remontaban hasta la razón secreta de su nombre, era casi como una hermana. Era.
Nos deja el dolor de no volverla a ver, el recuerdo de tantos momentos, la fuerza ejemplar de su mirada aguda y limpísima, su presencia serena e indomable de mujer fuerte. Y versos como estos, que hoy proyectan su enorme sombra fría sobre esta noche negra:
La mirada se aleja
Agua sobre el papel
y espuma sobre la palabra
[...]
Vivir no tiene nombre.
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