21 marzo 2023

Un Sartre muy distinto

 





Los autores que amamos son también personajes. Stendhal no es menos personaje que Julien Sorel o Lucien Leuwen. A fuerza de frecuentar sus obras, los hemos dotado de una consistencia que los ha transformado en compañeros de vida. Creemos conocer sus pensamientos, sentimientos y sueños, hasta tal punto hemos integrado sus palabras y su existencia en la nuestra. Si en alguna ocasión descubrimos un retrato inadecuado de nuestro escritor preferido, no dudamos en convertirnos en justicieros para restablecer su «verdad» original, ya que nos ofende esta traición del modelo. Sin embargo, ¿qué sabemos de aquellos a quienes llamamos autores? ¿La cultura libresca basta para determinar su autenticidad? De manera paradójica, estas preguntas afloran cuando un escritor se ha expuesto particularmente en sus relatos autobiográficos y sus posicionamientos políticos. Tal es el caso de Sartre, defensor a ultranza de la transparencia, alguien que no cesaba de comentar sus procesos intelectuales y los encarnaba en una forma de vida. Conocemos esta trayectoria: en sus primeras novelas, el autor se representaba a sí mismo como un individuo desengañado, pero tras la experiencia de la guerra se convirtió en el teórico y especialista del compromiso. Probablemente, es el escritor y filósofo del siglo XX que suscita más discusiones encontradas. Su dedicación a la política contribuyó a crear la imagen de un pensador que se implicaba en los grandes problemas de su época, para lo mejor y para lo peor: ensalzado por aquellos que alaban su entrega a la causa de los más desfavorecidos de la tierra, es odiado por los que le reprochan su compromiso con el totalitarismo y el terrorismo.

Así comienza François Noudelmann, doctor en Filosofía y profesor en la Universidad de Nueva York, la Introducción, ‘Un hombre de viento’, de Un Sartre muy distinto, que llega mañana a las librerías. Lo publica Ediciones del Subsuelo con una estupenda traducción de Laura Claravall.

A partir del testimonio documental de Arlette Elkaïm, hija adoptiva y heredera de Sartre, Noudelmann aborda la dimensión privada del hombre frente a la imagen social que proyectaba por su condición de personaje público comprometido que podía devorar al hombre real:

El paso a un lado que dio gracias a Arlette Elkaïm le da acceso a una existencia al margen del curso de la Historia y, a veces, incluso opuesta a ella. Es más, esta relación revela otra política de la existencia, distinta de la gran política con sus declaraciones, sus profesiones de fe y sus principios universales que marcaron el compromiso sartriano. Deja entrever la tensión entre comprometerse y desentenderse, entre los deberes por un lado y los deseos por el otro, los fantasmas, los miedos que indican una lucha interior contra tendencias psicóticas. Esta ambivalencia demuestra un equilibrio inestable entre un yo que se busca, se rehúye, y los acuerdos necesarios con los demás, los conceptos, la ley moral. Arlette se mantuvo a un lado, observando las vidas públicas y las íntimas de Sartre, y viendo con lucidez los excesos, los malestares, las tretas del gran hombre con la política, las mujeres y con su propia imagen.

Las identidades múltiples de todos los Sartres, reales o literarios, simultáneos o sucesivos, se dan cita en este libro, que explora el difícil equilibrio de esas dos vertientes conflictivas, la pública y la privada. Dos vertientes conflictivas de un Sartre contradictorio y desgarrado, solitario y depresivo, estalinista y polígamo, solidario y egoísta, apóstol teórico del compromiso y hedonista práctico, de un autor que por momentos parece huir del peso de su responsabilidad intelectual y social, superado por la difícil busca de coherencia entre su vida y su obra, consciente de las disonancias que plantean algunas de sus actitudes y de sus comportamientos, que contradicen el relato lineal de su autobiografía y su imagen oficial.

Párrafos como este resumen ese conflicto:

Sartre vive el dilema entre el deber y el deseo tanto desde la depresión como desde la ironía hacia sí mismo. Es perfectamente consciente del papel que le hacen interpretar, de la postura que él adopta para encarnar la conciencia política de su época. El analista de la mala fe y de la falta de sinceridad del yo no se engaña y sabe discernir su papel en esta comedia. Mirando su foto en los periódicos, anota: “La foto de mi martirio. Aquí está: con ese aire tan tembloroso, de bienaventurado humanista y tan preocupado, Dios mío, por el porvenir de la especie.” De tanto en tanto, resurge el individualista que hay en Sartre, a veces con una intención cínica, la de un hombre que mira el mundo desde la distancia.

El objetivo del ensayo, como señala Noudelmann, es “descubrir y analizar a un Sartre muy distinto, ligero, soñador, risueño, y ver cómo gestionaba las responsabilidades morales y políticas que no dejó de asumir en su vida «comprometida».”

Eso es exactamente Un Sartre muy distinto: el “retrato iconoclasta” de un Sartre privado, aficionado a los viajes, a las mujeres y a los excesos alcohólicos, comunista al que le aburría la política, contemplativo y reflexivo, angustiado y melancólico, imaginativo y soñador, en constante debate entre el deber y el deseo.

Un retrato poliédrico que completa, a partir de la tensión entre lo público y lo íntimo, la figura compleja del intelectual y el hombre en un ensayo escrito, eso sí, desde la admiración de Noudelmann por su obra.